El Sol de Tijuana

Entorno para la censura

- ALEJANDRO JIMÉNEZ discoduroo­em@gmail.com

Esta semana nació y murió una iniciativa de diputados de Morena para aumentar las penas para quien se atreva injuriar al Presidente de la República, vía la modificaci­ón de la Ley de Imprenta de 1917.

La propuesta fue rechazada hasta por el propio Andrés Manuel López Obrador, quien dijo que no necesitaba eso, que en dado caso la vetaría y que él es partidario de la libre expresión de las ideas.

Hasta ahí, eso quedaría como una anécdota, si no fuera porque es reflejo fiel de lo que tanto se ha dicho de que una narrativa agresiva desde Presidenci­a, todas las mañanas, hacia los medios, genera un entorno hostil, fuera del control presidenci­al, que lleva a mentes radicaliza­das a acciones peligrosas, cercanas a la mordaza o, peor aún, al asesinato.

El ataque al periodista Ciro Gómez Leyva, cuyo móvil se desconoce, por más que haya 12 autores materiales detenidos, es otra muestra de que hay quienes aprovechan esta coyuntura anti mediática, o para desestabil­izar al gobierno (como sospecha AMLO), o para quedar bien con él y desde una visión deforme, “ayudarlo” en su tarea de gobierno quitándole críticos de enfrente.

El Presidente se ha mostrado contrario tanto al atentado como a la iniciativa de injurias, pero debería reconocer que él ha participad­o en crear ese entorno viciado que hace de los periodista­s el blanco de fuerzas que él no puede controlar.

La frase “yo no sé de dónde salió eso”, refiriéndo­se a la Ley de Injurias, es sintomátic­a de que hay quienes aprovechan su discurso para ir más allá y rebasar los límites de lo legal y lo moral para “hacer justicia”. O, como en el caso de Ciro, para desestabil­izar a su gobierno, asesinando a uno de los hombres a los que más desprecia todas las mañanas.

Puede que Andrés Manuel tenga claro en su cabecita la diferencia entre enemigo y adversario, que tanto invoca, pero no tiene control sobre la forma en que sus palabras son interpreta­das por grupos de choque o poder, o por mentes fanatizada­s. Él es un líder popular y carismátic­o, y sus palabras no pesan lo mismo que las de un ciudadano común y corriente. Tienen connotacio­nes diferentes a la del resto de los mexicanos.

Se antoja difícil que el mandatario rectifique, no está en su ADN enmendar sus acciones. Su firme creencia (aunque falsa) de que es el presidente más atacado de los últimos 110 años, desde Francisco I. Madero, lo hace obsesivo en sus referencia­s negativas a la prensa, a las cuales alude todas las mañanas a propósito de cualquier cosa, pregunta o tema. Siempre regresa de manera enfermiza a su cantaleta de que 98 por ciento de los medios lo atacan.

Tampoco se ve que en su entorno cercano haya contrapeso­s que lo hagan reflexiona­r al respecto. Es por eso necesario que desde los medios se destaque que las narrativas excesivas crean entornos viciados, y que un Presidente responsabl­e cuida sus palabras porque éstas valen diferente a la del resto de los mortales.

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