Peligroso retroceso autoritario
Cada día es más notable la urgencia del presidente Andrés Manuel López Obrador por hacerse de las instituciones del Estado, porque sabe que cuenta sólo con el gobierno, es decir con el Poder Ejecutivo, lo cual no es nada menor, pero él busca un cambio de régimen que cambie todos los equilibrios de poder en favor de su movimiento e impida el regreso de cualquier oposición y disidencia.
Los asesores del Presidente en materia política le han hecho notar el riesgo de que una vez que termine su mandato, aun cuando quede en la Presidencia alguien de su partido, así como están las cosas en el país, nada garantiza que Morena mantenga su hegemonía política.
No contar con el INE, con el Legislativo completo o con el Poder Judicial, es, desde la perspectiva presidencial, un enorme cabo suelto que le desespera no poder controlar, cuando para el resto de los ciudadanos no morenistas son resquicios de garantía de que habrá contrapesos, necesarios en cualquier democracia liberal que se respete.
La narrativa presidencial avienta al lado de los “malos y perversos” a opositores y disidencias, simplificado al absurdo la verdadera composición política del país, plural y heterogénea, cuando en el fondo lo que está en juego es el Estado nacional mismo.
No suena mal erradicar para siempre la corrupción y los privilegios y sentar las bases de un verdadero Estado de bienestar que beneficie a los pobres, arrancándole al viejo régimen sus fuentes de poder.
El problema es que la realidad es más compleja que eso: ¿quién garantiza que los de Morena son 100 por ciento honestos o 100 cien por ciento eficaces?, ¿quién garantiza que no llegará al poder alguien menos comprometido que AMLO con la democracia y utilice ese desproporcionado poder que desea concentrar, para acabar con libertades y garantías?, ¿quién garantiza la lealtad al 100 por ciento de las Fuerzas Armadas una vez empoderadas?
Ese es el peligro de un Estado concentrado, sin pluralidad, sin equilibrios. Se vio en la era del PRI, el tiempo de la dictablanda. Lo hemos visto en otros países latinoamericanos donde las tentaciones del poder son reales, y AMLO no puede controlar para siempre, aunque él suponga que sí, ni a sus sucesores ni a su movimiento.
La narrativa que llevó, por ejemplo, desde los años 70 a la constitución del IFE y luego del INE es la clara expresión de ese desmantelamiento del régimen autoritario priista, mediante reformas electorales cada vez más ciudadanas, con garantías para todas las expresiones políticas, que fueron haciendo un sistema electoral cada vez más complejo, más sofisticado y, ciertamente, más caro. En ese papel, como lo señala José Woldenberg, la izquierda jugó un papel fundamental.
Por eso resulta tramposo y peligroso que ahora que una fracción de la izquierda está en el poder, desconozca esa historia y quiera construir su propio PRI, aun así sea basado en las mejores intenciones.
El Estado deberá mantenerse plural y con contrapesos, pues es falso que haya una nueva hegemonía que “es tan grande” que no puede dejar espacio a ninguna otra expresión política. Eso sería un peligroso retroceso autoritario.