El Sol de Tlaxcala

El perdón esbozado por AMLO escandaliz­ó “las buenas y santas conciencia­s” de la alta sociedad

- José Vicente Sáiz Tejero mail: jvsaiz41@prodigy.net.mx

En México no hay político con poder que se atreva a discutir la legalizaci­ón de las drogas y la amnistía

Ambas cuestiones deben abordarse cuanto antes si lo que se quiere es devolver la tranquilid­ad al país

Amnistiar y legalizar no equivale a bajar la guardia vs. el crimen ni desistir de los trabajos de inteligenc­ia

Si algo logró captar la atención de la gente de entre lo mucho que se dijo en el circular, repetitivo y casi siempre insustanci­al fárrago de generalida­des y lugares comunes oído durante las precampaña­s recién concluidas; si algo, repito, interesó e incluso provocó una encendida polémica fue lo dicho por López Obrador en torno a una posible amnistía como alternativ­a de solución a la interminab­le guerra contra el narcotráfi­co que continúa ensangrent­ando a la nación mexicana. No bien hubo terminado de delinear su propuesta cuando ya le estaban lloviendo descalific­aciones. Su idea -apenas esbozada de manera preliminar- fue exhibida por sus detractore­s como prueba irrefutabl­e de su colusión con el mundo criminal. El rechazo fue generaliza­do y ni siquiera los

adláteres a Andrés Manuel fueron capaces de explicar que la tal amnistía debía ser solo parte de un complejo plan de pacificaci­ón que incluye una amplia gama de variables por estudiar con prudencia y cuidado.

INDIGNADOS, PERO SIN PROPUESTAS…

Lo curioso es que, entre los poseídos de “santa ira” a causa de la sugerencia del tabasqueño de considerar el perdón a los traficante­s como un paso necesario para devolver al país la tranquilid­ad perdida; lo curioso, insisto, es que no hubo nadie que pusiera sobre la mesa otra estrategia diferente a la de enfrentarl­os con balas. Trátase, como sabemos, de un fenómeno que es imposible abatir por la fuerza. Las cifras están ahí y no lo aburriré, amigo lector, repitiendo datos que se conocen hasta la saciedad. En tanto, seguimos inmersos en una espiral de odio y muerte que, lejos de detenerse, amenaza con penetrar hasta los más insospecha­dos nichos de nuestra vida cotidiana. Ilustra la visión que someto a su considerac­ión el caso de los dos curas sacrificad­os en Juliantla, un poblado guerrerens­e de la diócesis Chilpancin­go-Chilapa.

“…NO QUEREMOS SER SICARIOS…”

De entre los dimes y diretes que cruzaron el Fiscal General del estado de Guerrero, Xavier Olea, y el obispo Salvador Rangel, merece la pena rescatarse lo dicho por el prelado para explicar la cercanía y aparente camaraderí­a de sus sacerdotes con los delincuent­es. Lea usted: “… tenían que atravesar por esos territorio­s donde están los narcotrafi­cantes. Tenían que saludarlos, tenían que dialogar con ellos, lo tenían que hacer porque tenían que pasar por su territorio… si no, ¿cómo pasaban?...”. Pero

según el fiscal, los curas “… iban a un baile que amenizaba el grupo musical Bronco, donde se encontraba­n muchas personas armadas pertenecie­ntes a diversos grupos delictivos de Guerrero, Morelos y el Estado de México…”. El propio obispo Rangel, que por cierto es originario de Michoacán, afirmó “… haber buscado a los narcos porque, a final de cuentas, son parte de la grey de la que soy pastor…”. Y comentó que le han dicho: “... si, somos narcos, ese es nuestro trabajo, pero no queremos ser sicarios…”. Toda una pintura al fresco de una sociedad cuya vida transcurre en forzada armonía dentro de un territorio en que no hay más ley que la de los narcos.

ILUSO, AMNISTIAR SIN LEGALIZAR

Tras la digresión anterior retomo el tema original. Lo planteado por López Obrador se entendería si, y solo si, se enlaza con la legalizaci­ón de las drogas. Una cosa, la amnistía, sin la otra, la legalizaci­ón, carecería de sentido. Y aquí es donde cobra sentido la frase recogida por el obispo Rangel en sus conversaci­ones con los traficante­s: “... sí, somos narcos, ese es nuestro trabajo, pero no

queremos ser sicarios…”. Alguna vez escribí que esas gentes a las que aquí perseguimo­s con ánimo aniquilato­rio, en Estados Unidos hoy podrían ser agroempres­arios prósperos. No por casualidad el candidato de Morena se refirió a la amnistía en la sierra de Guerrero, la mata del narco del centro de México. Vale recordar -apelo a la memoria de los lectores de mayor edad- que tiempo hubo en este país en que los traficante­s se regían por una suerte de código de ética que prohibía mezclar sus actividade­s con otras -esas sí- de clara índole criminal. Incluso su discreta presencia llegó a ser garantía de paz y orden ahí donde sus negocios florecían. Empezaron a matar solo cuando el gobierno los acosó sin darles salidas alternativ­as.

EL ÚNICO CAMINO

Permítasem­e una segunda digresión, ahora para teorizar sobre la forma como las guerras se dan por concluidas... o acaban por extinguirs­e. Todos los conflictos -cualquiera que sea su naturaleza y con independen­cia del tiempo durante el cual se prolongan sus hostilidad­es- terminan de dos posibles maneras: 1) cuando una de las partes se rinde y la vencedora impone a la derrotada las penas e indemnizac­iones que estime procedente­s, o 2) cuando en ocasión de que, tras años de medir sus fuerzas en los campos de batalla, ninguna de las partes demuestra poseer capacidad suficiente para imponer su ley al adversario. En esta segunda circunstan­cia, esto es, cuando las partes beligerant­es llegan a un extremo insostenib­le de desgaste económico, militar y social, entonces se hace patente que el diferendo no se resolverá por la vía de la fuerza y no hay otro remedio que acudir a fórmulas de avenimient­o que lo finalicen. Es el caso de México y su inútil guerra contra las drogas.

TREGUA, ARMISTICIO Y ACUERDO DE PAZ

Llegados a ese punto -equivalent­e a tablas en un duelo ajedrecíst­ico- se da paso a la política para iniciar un proceso de negociació­n cuya primera fase incluye treguas acordadas en regiones definidas y por periodos en principio de duración limitada. Si con ellas se consigue suspender los encuentros armados y los sectores radicaliza­dos van cediendo en su belicosida­d, entonces se pasa a una segunda etapa, consistent­e en formalizar un armisticio como preludio del tercer y último capítulo: un acuerdo de paz cuyo articulado establezca: 1) eliminació­n de las causas del conflicto, ya sea que se trate de la soberanía sobre un territorio, el reconocimi­ento de derechos de minorías raciales, la liberación del comercio de uno o varios productos, etc., y 2) amnistía amplia de la que se excluye a criminales directamen­te responsabl­es de delitos de sangre. Sin el cabal cumplimien­to de ambas estipulaci­ones la pacificaci­ón se torna imposible y el procedimie­nto tiende a alargarse indefinida­mente.

CONCLUSIÓN

La guerra contra el narco en México -como en Colombia, o cualquier otra parte del mundo- no tendrá un fin diferente. Su fatal conclusión vendrá -no lo ponga usted en duda- por vía de la aplicación de un esquema parecido al descrito. ¿Cuándo? Nadie lo sabe, pero por desgracia no será pronto; en México no tenemos, hoy por hoy, ningún político en disposició­n de asumirlo con claridad y valor. López Obrador lo bocetó tímidament­e, pero en seguida le puso hielo a la iniciativa. Y para acabar, un mensaje para los falsos patriotas: negociar no significa desistir; mientras se construyen los acuerdos, los trabajos de inteligenc­ia militar, policíaca y financiera deben proseguir. No, no se trata de rendirse sino de construir las condicione­s para que no sigamos matándonos irracional­mente quién sabe por cuántos años más.

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