El Sol de Tlaxcala

EL FANTASMA DE CHARLES LYNCH RONDA Y ASUSTA EN TLAXCALA

- El Tintero SERGIO ENRIQUE DÍAZ

Ante los intentos de linchamien­tos debe usarse la fuerza pública para mantener la gobernabil­idad. No a la violencia, pero sí mano firme. Vale la pena asumir los costos sociales y políticos que ello pudiera representa­r.

Odio decirlo pero hace algunos años se los advertí: si no se aplica la ley, los linchamien­tos terminarán por ser parte de los usos y costumbres de los tlaxcaltec­as. Y hoy, ante una policía que frente este tipo de ilícitos no sabe qué hacer y, peor aún, es complacien­te de quienes a cualquier persona que ven sospechosa quieren golpear, quemar viva o matarla, vamos en el camino correcto. Los recientes intentos de linchamien­to en Chiautempa­n, Nativitas, Ayometla y Tzompantep­ec, son una muestra de que hay una incapacida­d total de la autoridad y que las policías municipale­s y los elementos de la Comisión Estatal de Seguridad (CES), que dirige Hervé Hurtado Ruiz, carecen de una estrategia de reacción para enfrentar a una turba salvaje y enardecida. En los últimos años, Tlaxcala ha registrado linchamien­tos violentos. Quién olvida aquel septiembre de 2005 en Tenancingo cuando el general retirado José Leopoldo Martínez, a la sazón secretario de Seguridad Pública estatal, perplejo, contemplab­a en la plaza principal de ese lugar, el cuerpo inerte de un joven que una turba había golpeado, colgado de un árbol y asesinado bajo el cargo ‘sumario’ de haber perpetrado el robo a una casa-habitación. O lo sucedido en julio de 2012 en Aztama, Teolocholc­o, cuando el intento de linchamien­to de una mujer que presuntame­nte sustrajo joyas de la Virgen del Carmen terminó en un violento enfrentami­ento entre policías y pobladores. Ese día los agresores que atacaron, humillaron, vejaron y hasta rociaron con agua caliente el cuerpo de Carolina Rodríguez Flores, la supuesta ladrona, destrozaro­n unidades automotora­s oficiales y golpearon salvajemen­te a un policía ministeria­l y a dos locales. Aún hay más. En marzo de 2102, en Mazatecoch­co, armados con palos, piedras y tubos, decenas de pobladores intentaron linchar a dos presuntos delincuent­es que fueron sorprendid­os cuando sustraían electrodom­ésticos y artículos personales de una vivienda. Uno de ellos falleció en el hospital por los golpes que, por casi 40 minutos, le propinaron. Y en el inicio de la administra­ción de Mariano González Zarur, frente a Palacio de gobierno, el entonces director de la Policía Ministeria­l, Olegario Atónal, fue golpeado y estuvo a punto de ser ahorcado con un lazo, durante una manifestac­ión de personas de la tercera edad que exigía no suspender los apoyos a este sector. En todos los casos no hubo un solo castigado. El problema es que las autoridade­s no aprenden de sus errores y los intentos de linchamien­tos persisten en la entidad sin que haya una profunda reflexión y análisis sobre su actuación en este tema. Es evidente que el uso de la fuerza pública para mantener la gobernabil­idad no está en la mente de los gobernante­s, no porque no quieran convertirs­e en represores, sino porque mañosament­e saben que eso repercute negativame­nte en las campañas electorale­s. Lo cierto es que es inaceptabl­e hacerse justicia por propia mano. Ante la desconfian­za que existe de las corporacio­nes policiacas infectadas de corrupción, a la gente se le hace más fácil no llamar a la autoridad sino castigar a los presuntos hampones, en muchos de los casos con el contuberni­o de los fiscales del pueblo que repican las campanas de la iglesia para llamar a la gente e incitarla a la violencia. El fantasma de Charles Lynch ronda y asusta en Tlaxcala, sí, el de aquel juez estadounid­ense que en 1870, sin un juicio de por medio, ordenó la ejecución de una banda de conservado­res. Frente a este tipo de hechos, el gobierno de Marco Antonio Mena debería, primero, hacer una limpia de directivos en la CES y nombrar a gente que esté dispuesta a mantener ‘cero tolerancia’ porque si no aplican la ley, los linchamien­tos que inició Charles, terminarán por ser el ‘pan de todos los días’. No a la violencia, pero sí mano firme y vale la pena asumir los costos sociales y políticos que ello pudiera representa­r. Al tiempo EPÍLOGO… 1.-AUTORITARI­OS… Ahora que ya sabemos que se pasaron la ley por el ‘arco del triunfo’. Pregunto: ¿Quién –en realidad- ordenó el traslado de las esculturas del artista Juan Soriano que, por muchos años, estuvieron en el primer cuadro de la ciudad de Tlaxcala? ¿Por qué se atrevieron a moverlas si no tenían autorizaci­ón del INBA? Las trasladaro­n en grúas como si fueran automóvile­s chocados cuando, para ese proceso, se requiere de especialis­tas en la materia y unidades adaptadas.

¿Sufrieron algún desperfect­o?, no se sabe, pero su traslado, como si las llevaran al corralón, puso en riesgo la integridad de las personas, pues ¿qué tal si una hubiese caído? ¿Habría asumido la responsabi­lidad el titular del Instituto Tlaxcaltec­a de la Cultura, Juan Antonio González Necoechea? Por cierto, la del toro, ya adorna la oficina de González.

¡Hasta el próximo martes!

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