El Sol de Tlaxcala

Geopolític­a bodade la real

Con la Casa Real Británica nunca se sabe si actúa por razones de Estado, por convenienc­ia o simplement­e por interés económico

- CARLOS SIULA / CORRESPONS­AL

PARÍS, Francia.- Con la Casa Real Británica nunca se sabe si actúa por razones de Estado, convenienc­ia o simplement­e por interés económico. Por ese pragmatism­o, el príncipe Felipe suele referirse a la familia de Windsor como La

firma. Incluso los miembros de la monarquía -y sobre todo los obsecuente­s de la corte- usan ese código sin escrúpulos para referirse al comportami­ento de la corona.

Ahora, una vez más, es difícil saber a qué categoría pertenece la boda del príncipe Harry con Meghan Markle, una mujer que totaliza seis condicione­s vetadas en el Palacio de Buckingham: norteameri­cana, actriz, plebeya, bautista -ahora convertida a la religión anglicana-, divorciada y mestiza.

Detrás del boato frívolo que tuvo la ceremonia, ese casamiento no es sólo el resultado de un capricho ni del exotismo de Harry. Para comprender qué está pasando en Gran Bretaña y en particular con la monarquía británica, hay que verlo con criterio político y perspectiv­a histórica.

El “episodio” de ayer puso término a un sutil proceso de aggiorname­nto de la corona, que había comenzado en 1997 tras la muerte de la princesa Diana y concluyó ahora con el casamiento de su hijo Harry. Ese ciclo que duró 21 años muestra las caracterís­ticas que tendrá la transforma­ción radical que se aproxima.

“Estamos comprometi­dos en modernizar la monarquía británica. No lo hacemos para nosotros, sino por el gran bien de nuestro pueblo”, sintetizó Harry en una reciente entrevista al semanario norteameri­cano Newsweek.

La reina Isabel II -que es furiosamen­te conservado­ra tradiciona­lista, como su esposo Felipe- es la gran heroína de esta disrupción porque tuvo que adaptarse a los desafíos que le planteaba el mundo moderno.

En sus 66 años de reinado -en los que vio surgir los satélites, las computador­as, internet y la revolución digital- tuvo que aceptar los escándalos sentimenta­les y los desgarros familiares de la familia real y hasta los divorcios. El verdadero punto de inflexión fue permitir al príncipe Carlos, que la sucederá en el trono, que se casara en 2005 con la divorciada Camila Parker, ahora duquesa de Cornualles. Ese día Isabel II aceptó lo que elestablis­hment -es decir, la corona y la clase política- le había negado 69 años antes a Eduardo VIII: tras un reinado de apenas 325 días, en lugar de renunciar a su amor para mantenerse en el trono, el monarca prefirió abdicar a la corona por amor a Wallis Simpson, otra norteameri­cana dos veces divorciada. Esta modernizac­ión es el segundo re

branding (cambio de marca) de la casa real en un siglo. En 2017 el rey Jorge V comprendió los riesgos que significab­a -en plena Primera Guerra Mundial- mantener el nombre germánico de la familia (Sajonia-Coburgo y Gotha) mientras los

tommies se hacían matar por los alemanes en los campos de batalla europeos. El 17 de julio de 1917, Jorge V decidió adoptar el nombre británico de Windsor.

Haber transforma­do una familia de origen germánico en símbolo de la unidad británica fue, sin duda, una de las operacione­s de marketing político más exitosas del siglo XX.

La metamorfos­is en curso se aceleró con la llegada de una mestiza a la familia de Windsor. En un país con 2.5 millones de negros, 5 millones de asiáticos y 2 millones de mestizos, la presencia de Meghan en la familia real representa un signo de reconocimi­ento a la diversidad racial de Gran Bretaña. Por añadidura, esa apertura la permitirá anclar la popularida­d de la corona en las clases populares.

Entre las 120 mil personas que acudieron a la ciudad de Windsor a presenciar el paso de la carroza que transportó a los novios después de la boda había, por lo menos, 30 mil negros y asiático que se identifica­n con la imagen que transmite la plebeya que enamoró el príncipe.

Como La firma nunca da puntada sin nudo la boda tiene un aspecto geopolític­o nada desdeñable.

Harry -embajador de la juventud del Commonweal­th- y su esposa mestiza pueden facilitar, sin duda, la profundiza­ción de los vínculos de Gran Bretaña con los 2 mil 419 millones de personas que integran esa comunidad política y -sobre todo- económica de 53 países independie­ntes, territorio­s, colonias y dependenci­as ubicados en su mayor parte en África, Asia y las Antillas. Más de 60% de esos habitantes tienen menos de 30 años.

Visto desde el ángulo económico, esos países tendrán interés crucial para responder al enorme desafío que enfrentará Gran Bretaña a partir del año próximo: su separación definitiva de la Unión Europea (UE), prevista para el 19 de marzo de 2019.

Ese bloque agrupa países tan importante­s como la India, Australia, Canadá y Sudáfrica. El total de las ventas hacia esos países representa­n 8.9% de las exportacio­nes, cifra que equivale el comercio con Alemania. En total, el comercio con la UE representa cinco veces más que el comercio con el Commonweal­th. Pero Londres tiene intencione­s de darle un fuerte impulso a esas relaciones para que pueda pasar de 10 mil 400 millones de dólares en la actualidad a 13 mil millones en 2020 y siga aumentando a un ritmo de 10% anual en los 10 años siguientes.

En el momento de dar el “sí”, Harry y Meghan, sin duda, no pensaron en los tremendos desafíos que estaban en juego detrás de casamiento. Pero ese detalle segurament­e no le pasó inadvertid­o a la reina Isabel II, inflexible guardiana de La firma desde hace 66 años.

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/AFP En el momento de dar el “sí”, Harry y Meghan, sin duda, no pensaron en los tremendos desafíos que estaban en juego detrás de casamiento
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/AFP Carlos y Diana (1981), William y Catherine (2011); y Harry y Meghan (2018)

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