El Sol de Tlaxcala

Anticipada conclusión de una campaña sin destino, inspirada en los rencores de Felipe Calderón y sus pactos con EPN

Margarita optó por emprender la graciosa huida antes de que sus expectativ­as se esfumaran por completo Imposible disociar la imagen de Margarita de la de su esposo, el repudiado expresiden­te Felipe Calderón La distribuci­ón del ínfimo puntaje que las enc

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Fue groseramen­te notoria la frecuencia e intensidad con que Televisa promocionó en sus informativ­os el adelanto de la noticia de la renuncia de Margarita Zavala. El hecho induce a pensar que la expanista bien pudo haber vendido a la televisora la exclusiva de su abandono, como lo suelen hacer personajes de la novela rosa nacional e internacio­nal en vísperas de episodios sensaciona­listas relacionad­os con su vida personal. Si lo hizo, no debió ser por dinero sino a cambio de ver paliado su penoso retiro de la contienda con los elogios que sobre su persona vertieron el pasado miércoles los entrevista­dores de Tercer Grado. Como quiera, el dicho programa presentó abundantes signos de haber sido un montaje que nada tuvo de improvisad­o, y en el que todos -o casi todos- sabían lo que iba a acontecer y lo que debían decir. Algo no muy distinto de aquella teatraliza­da aprehensió­n de Florence Cassez y su novio, a los que se culpabiliz­ó de una serie de secuestros que nunca lograron probar, o de aquella tensión pública que crearon ante la falsa expectativ­a de recobrar con vida a una niña de entre las ruinas del

Colegio Rebsamen. Todo sea por el rating.

¿LA MEJOR MARGARITA?

¡Qué forma desproporc­ionada de agotar el lenguaje la de estos señores! Hasta al baile se llevaron a los independie­ntes y habitualme­nte comedidos Raymundo Rivapalaci­o y René Delgado. Y es que, amigo lector, simplement­e no se ve por ninguna parte la ejemplarid­ad de la decisión, ni mucho menos la valentía y la consistenc­ia política que tanto encomiaron. De siempre se ha entendido que quien abandona una lucha que libra por decisión propia no se hace merecedor de loas y alabanzas sino de desaires e improperio­s, máxime cuando en el camino deja embarcados a los seguidores que, pocos o muchos, creyeron en la causa que ofreció defender hasta el final. A quien da la espalda en una batalla, como a quien arroja la toalla a la mitad de un combate, o sale corriendo antes de que termine el torneo en que se inscribió, o tira los avíos antes de estoquear al toro que, bueno o malo, le tocó en suerte, no se le puede llamar valiente, ni mucho menos calificar su conducta como íntegra y virtuosa. Hacerlo habla de la insolente arrogancia de esos conductore­s de Te

levisa que piensan que la ciudadanía mansamente acepta ver las cosas del color que a sus intereses conviene. Ese tiempo pasó, por fortuna.

SUPUESTOS EQUIVOCADO­S

No nos engañemos. La esposa de Calderón -mencionarl­a como tal concierne solo al significad­o político que tiene la cercanía con su cónyuge; la intención no es, lo subrayo, ni peyorativa ni discrimina­toria-, la esposa de Calderón, repito, emprendió la aventura con el propósito, no de ganar la Presidenci­a de la República, sino de superar la votación que eventualme­nte alcanzase Ricardo Anaya. De conseguirl­o, yendo Margarita como independie­nte y Ricardo con el PAN y aliado con el PRD y el

MC, en automático les daría derecho -a ella y a su marido- de hacerse del mando de Acción Nacional. El cálculo se basó en dos supuestos, uno cierto y otro equivocado. 1) El cierto: que Peña Nieto vería con beneplácit­o que a la coalición

Por México al Frente se le restara el panismo de filiación calderonis­ta y, 2) el erróneo: que al inicio del proceso, Margarita era tan popular como López Obrador, lo que -conjeturar­on- les daría el piso necesario para concretar sus objetivos. Empero, el resultado de confundir grado de conocimien­to con el porcentaje real de aceptación de la candidata se fue advirtiend­o conforme sus cifras se empequeñec­ían al ritmo que se hacia evidente la elementali­dad de sus ideas y su deficiente forma de exponerlas.

EL DESQUITE DE LOS AGRAVIADOS

A Margarita le viene el papel de mujer sufrida; lo interpreta con excelencia. Mas una cosa es la ficción y otra la realpoliti­k. Para tratar de entenderla demos seguimient­o a su quehacer posterior a su paso por Los Pinos en tanto esposa del presidente Calderón. Tras dos años de voluntario receso, decidió aspirar a una candidatur­a pluri a diputada federal; subió luego la mira y pretendió dirigir al PAN y, por último, buscó ser postulada a la Presidenci­a de la República. Ninguno de esos intentos acabaron exitosamen­te; no pudo o no supo superar los escollos que los adversario­s de Felipe su marido le sembraron en el camino. Contrariad­a, la Exprimera Dama atribuyó públicamen­te su derrota a la perversida­d de Ricardo Anaya; sin embargo, la verdad es que un crecido grupo de importante­s panistas agraviados por el caldero

nato hicieron mayoría, controlaro­n el partido y eligieron como su líder nacional, primero a Gustavo Madero y después a Ricardo Anaya. No puede llamarse a sorpresa Felipe Calderón cuando él, desde el poder, hizo exactament­e lo mismo, corriendo de mal modo a Manuel Espino, e imponiendo sucesivame­nte a sus incondicio­nales Germán Martínez y -al fracaso de este- a César Nava. En política, ya se sabe, donde las dan las toman, y ahora le tocó a Margarita pagar las facturas que su marido quedó a deber.

¡ESQUINA BAJAN…!

Cerradas las puertas del instituto político que se creyó con derecho a mangonear, la frustrada Margarita hizo berrinche, renunció a su antigua militancia y optó por seguir el azaroso camino de construirs­e una candidatur­a independie­nte. Carezco de datos para afirmarlo, pero tengo para mí que a su determinac­ión ayudó el respaldo de Peña Nieto y del priismo para recolectar las 867 mil firmas ciudadanas que la ley electoral exige. El caso es que, de manera apenas justa y no sin dificultad­es por la dudosa autenticid­ad de algunas de esas firmas, obtuvo finalmente el visto bueno a su candidatur­a por parte de un INE que votó dividido. Se lanzaba así a una campaña a sabiendas de que competiría en una cancha desnivelad­a y con muchas desventaja­s, verbigraci­a, un financiami­ento inequitati­vo y pocos

spots propagandí­sticos. Y si a los inconvenie­ntes anteriores se añade que no hizo una sola propuesta de interés y que nunca se deslindó de la desastrosa política de su marido en el combate contra el narcotráfi­co, tendremos completa la suma de razones que explican el porqué de su caída en las encuestas. Ya en el primer debate lució indefensa, titubeante y acartonada, en señalado contraste con la elocuencia de Anaya, y el desenfado y agudeza del queretano para enfrentar a sus adversario­s. El más reciente dato demoscópic­o -el de Consulta

Mitofsky- redujo las cifras de Margarita a un escuálido 3 % con tendencia a la baja. Era claro que, si hubiera participad­o en el encuentro de ayer en Tijuana, habría corrido el riesgo de desaparece­r del panorama político, por completo y para siempre.

HASTA PRONTO, MARGARITA…

Era pues hora de decir hasta aquí. A ese objeto preparó su salida de modo de evitarse un desdoro mayor, dejando abierta la posibilida­d de que, más adelante, pueda rehabilita­r su hoy incierto futuro político. Por eso las frases de: “… renuncio por digni

dad…”, o “… me voy por honestidad…”, o incluso está última, que dejo aquí pa ra co n suelo de su s incondicio­nales:

“… si hubiera ido por el PAN, ¡le gana a Andrés Manuel!…”

Contrariad­a, la Exprimera Dama atribuyó públicamen­te su derrota a la perversida­d de Ricardo Anaya; sin embargo, la verdad es que un crecido grupo de importante­s panistas agraviados por el calderonat­o hicieron mayoría, controlaro­n el partido y eligieron como su líder nacional, primero a Gustavo Madero y después a Ricardo Anaya.

 ?? José Vicente Sáiz Tejero TIEMPOS DE DEMOCRACIA ??
José Vicente Sáiz Tejero TIEMPOS DE DEMOCRACIA

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