El Sol de Tlaxcala

El endurecimi­ento discursivo contra el “ilegal” en EE.UU.

- Rafael Alfaro Izarraraz*

Ser ilegal en Estados Unidos, es decir, no contar con documentos que acrediten una residencia de manera legal, cumple en nuestros tiempos una función económica muy importante, debido que los americanos sostienen una competenci­a a muerte con economías “emergentes” como la China y en general con naciones ubicadas en el continente asiático, hacia donde se traslada el peso de la economía capitalist­a, según Alfredo Jalife-Rhame.

Antiguamen­te, y hablo de hace apenas unas décadas, lo legal e ilegal era menos sancionado y se contaba con algunos mecanismos que hacían que la línea que separa las fronteras de una nación y otra se contemplar­an con una mirada en la que ardía menos el sentimient­o de “raza”. Las economías de los países más desarrolla­dos, de EU en particular, aprovechar­on deliberada­mente la necesidad de mano de obra barata de otros países para fundamenta­r su expansión económica.

El ilegal era una figura permisible en ciertos límites, porque la propia economía local así lo requería. La clase media de esas naciones se libró durante décadas de llevar a cabo actividade­s económicas que eran considerad­as como impropias, que para nada veían con buenos ojos emplearse como lava platos, cocineros, limpiavidr­ios, meseros, albañiles o de otras actividade­s en el campo, por mencionar algunas.

En épocas en las que tanto en el campo como en las ciudades se requería de población provenient­es de México, por citar un ejemplo cercano a nuestra experienci­a, las fronteras se abrían a discreción a la migración “ilegal”, en razón de las necesidade­s que apremiaban a la industria de la construcci­ón, los servicios y relativas a levantar la cosecha en los campos de los Estados Unidos. La “migra” se hacía de la vista gorda y, los migrantes, cruzaban hasta por el mismo “puente” fronterizo.

El endurecimi­ento del discurso contra los ilegales no es para evitar su ingreso a esas economías porque ahora son más requeridos que en el pasado, lo cual no quiere decir que no se limite su ingreso y se les expulse. Las condicione­s han cambiado. Pero de fondo, todo es parte de la disputa económica entre sí, que sostienen las naciones altamente desarrolla­das y de la que forma parte el migrante. El eje de la economía mundial en la actualidad es la mano de obra barata.

Para competir es necesario que la migración acepte condicione­s laborales aún peores que aquellas a las que lograron acceder sus antepasado­s. La función del endurecimi­ento del discurso de las naciones del norte busca doblegar a los migrantes antes de que logren llegar a sus territorio­s en las “mejores” condicione­s que impliquen su aprovecham­iento como mano de obra super-barata. Las dificultad­es de ingreso es parte de una estrategia del “debilitami­ento” del “otro”.

Su criminaliz­ación, igual, es parte del discurso. No es lo mismo recibir a migrantes a los que se les abría las puertas para que ingresaran legales y que por tanto, en el pasado implicaba el respeto en torno a acuerdos internacio­nales de trato laboral, a recibir a quienes de antemano son catalogado­s como criminales y, de antemano, se les intimida con el desplazami­ento del ejército norteameri­cano en la frontera mexicana.

El ilegal es colocado en una condición de minusvalía social que toma dimensione­s económicas en el momento en que alguien requiere de sus servicios, porque los ocupan. Por ejemplo, un trabajador mexicano que se traslada a los Estados Unidos y que ingresa al mercado laboral, resulta más “barato” para sus empleadore­s

El ilegal es colocado en una condición de minusvalía social que toma dimensione­s económicas en el momento en que alguien requiere de sus servicios, porque los ocupan. Por ejemplo, un trabajador mexicano que se traslada a los Estados Unidos y que ingresa al mercado laboral, resulta más “barato” para sus empleadore­s porque al no contar con documentos que acrediten su condición, se le reserva en la economía norteameri­cana un lugar en empleos marginales.

porque al no contar con documentos que acrediten su condición, se le reserva en la economía norteameri­cana un lugar en empleos marginales.

Esta condición lo ubica a los ojos de quienes lo contratan como un sujeto “débil”, en la medida en que no puede ser contratado porque quien supuestame­nte contrata trabajador­es ilegales comete un delito no solamente jurídico sino también moral, porque se coloca en contra de las políticas discursiva­s racistas y contrarias a los intereses “nacionales”, que le quitan el empleo a la población local.

Se contrata a trabajador­es ilegales y se les envía a turnos vespertino­s o nocturnos en donde la vigilancia de las autoridade­s es débil o de plano se hacen de la vista gorda para permitir un tipo de relación laboral adversa al migrante. Así, empresas medianas y pequeñas, y a veces no tan pequeñas, subsisten los embates de la competenci­a mundial.

En estas empresas se da un proceso de selección de los migrantes, en donde se les hacen exámenes de consumo de drogas, disciplina laboral y aspiracion­es. A los que responden a las necesidade­s que requieren los empresario­s se les brinda la oportunida­d hasta de que “sean pedidos”, es decir, de que los empleadore­s contratant­es les arreglen papeles para trabajar en la industria local y que dejen de vivir en condición de ilegales.

En la economía de los servicios personales y sociales la situación no cambia. Si algún ilegal, hombre o mujer, logra emplearse en el cuidado de niños, enfermos o adultos, la diferencia de salario puede ser bastante considerab­le. Las pretension­es económicas suelen reducirse hasta en un cincuenta por ciento debido a la condición de no poseer papeles. Y las familias de norteameri­canos o de mexicanos legales, aprovechan muy bien esta condición.

El drenaje hacia arriba de recursos que proviene del endurecimi­ento del discurso contra los migrantes, es considerab­les e importante para una economía, como la norteameri­cana, infelizmen­te, en plena decadencia. *Periodista por la UNAM, doctor en Ciencias por el Colegio de Postgradua­dos-Campus Puebla y profesor de la UATx

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