El Sol de Tlaxcala

La solemnidad de la inmaculada concepción de la santísima Virgen María

- HNA. ELIA AURORA ACOSTA

María es la “Llena de Gracia” desde su concepción. La Iglesia celebra la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, doctrina de origen apostólico que fue proclamada Dogma por el Papa Pio IX el 8 de diciembre de 1854 con la Bula Ineffabili­s Deus: “...declaramos, proclamamo­s y definimos que la doctrina que sostiene que la Beatísima Virgen María fue preservada inmune de todo mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotent­e, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelado por Dios y debe ser por tanto firme y constantem­ente creída por todos los fieles...”

Este Dogma declara que María quedó preservada de todo pecado desde que fue concebida en el vientre de su madre Santa Ana. María es libre de pecado por los méritos de Cristo Salvador, es por Él que ella es libre del pecado. El fundamento bíblico de este Dogma se encuentra en las palabras que el Ángel dirigió a una jovencita de Nazaret: “Alégrate llena de gracia. El Señor está contigo” (Lc. 1,28), “Llena de Gracia”, el nombre más bello de la Virgen María, con este nombre nos indica que es la elegida por Dios para recibir el don más excelente, Jesús. Solo una persona libre de pecado pudo albergar en su vientre a Nuestro Señor Jesucristo.

Así mismo la Santísima Virgen en el “Magníficat” dice “Engrandece mi alma al Señor… porque ha puesto sus ojos en la humildad de su esclava”. También encontramo­s en el Catecismo de la Iglesia Católica: “Para ser la Madre del Salvador, María fue “dotada por Dios con dones a la medida de una Misión tan importante. María Llena de Gracia ha sido redimida desde su concepción”. Los Padres de la Tradición Oriental llaman a la Madre de Dios “LA TODA SANTA”. Estas palabras deben atraer nuestra atención hacia la Santidad especial de María.

San Maximilian­o Kolbe, devoto de la Inmaculada Concepción, afirmó que “el Espíritu Santo mora en ella, vive en ella, y esto desde el primer instante de su existencia, siempre y para la eternidad”. La Inmaculada Virgen María, nos muestra la necesidad de tener un corazón puro para que el Señor Jesús pueda vivir en nuestro interior y el consagrarn­os a ella nos lleva a que nuestra oración sea el medio por el cual se nos revele Jesucristo plenamente y así podamos alcanzar la Santidad.

Esta fiesta ilumina el Tiempo de Adviento, que es un tiempo de confiada espera del Salvador, miremos a María como signo de esperanza para el pueblo de Dios, quién mejor que Ella para abrir y disponer los corazones para que esta Navidad no tenga las caracterís­ticas de ser sólo una fiesta más. La Iglesia nos exhorta a dirigir la mirada a la Madre del Redentor y a sentirnos como ella amados por Dios, para que, siguiendo su ejemplo y gracias a su intercesió­n podamos perseverar en la gracia divina que puede transforma­r nuestra vida.

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