El Sol de Tlaxcala

La toga del ministro feliz

- Raúl Carrancá y Rivas Profesor Emérito de la UNAM @RaulCarran­ca www.facebook.com/ despacho.raulcarran­ca

Hay un

famoso cuento de León Tolstoi quien narra la historia de un deprimido zar que padecía una grave enfermedad. En tal virtud son consultado­s muchos médicos que le recetan medicinas que no lo curan, hasta que un trovador dice que la forma de curar su mal es que vista la camisa de un hombre feliz.

Tras una búsqueda afanosa los enviados del zar hallan a un hombre sentado junto a la chimenea de su pobre choza, diciendo: "¡Qué bella es la vida! Con el trabajo que he realizado, una salud de hierro, afectuosos amigos y familiares ¿qué más podría pedir?" Pero los emisarios del zar descubren que… el hombre feliz no tenía camisa. Pues bien, parafrasea­ndo tan admirable relato se me ocurre pensar en un ministro de la Suprema Corte de Justicia, feliz, y que no tuviera toga; siendo que así como el personaje de Tolstoi no necesitaba camisa para ser feliz el ministro no necesitarí­a toga para serlo a su vez. Felicidade­s distintas en cierto sentido, pero al fin y al cabo similares. Aquél era feliz sin riquezas ni abundantes bienes materiales; felicidad inmaterial la suya, propia del mensaje cristiano de Tolstoi, y felicidad igualmente inmaterial la de éste. ¿Por qué? Porque sin toga, y vuelvo a recurrir a la paráfrasis, o sea, sin la oficialida­d del cargo, sin la tentación de la vanidad o de otra pasión negativa, se sirve con mayor empeño a un valor tan elevado como la Justicia.

La toga no hace al ministro ni el hábito hace al monje. Felicidad de la que hablo que consiste o debe consistir, en el caso del ministro, en serle fiel a su conciencia entregada a un valor que según Kelsen (Berkley, ¿"What is Justice?") es "uno de los brazos de Dios". En otros términos, muy a menudo, aunque venturosam­ente no siempre, la toga impide impregnars­e de una idea y entregarse a ella. ¿Idealismo? Sí, e irreconcil­iable con cierta clase de intereses políticos. Y esto, precisamen­te esto, hace feliz al ministro, conforme consigo mismo y leal a sí mismo.

Ahora bien, la felicidad del ministro -con o sin toga- va mucho más lejos. Resolver o sentenciar en la Suprema Corte de Justicia es algo sagrado, aparte de la perversa y malhadada burocracia que es un personaje siniestro en los tribunales. Se olvida la gran tradición tribunalic­ia del mundo occidental, su enorme abolengo y relevancia. Pero vayamos por partes. ¿Qué es en el caso la felicidad? Comienza por ser una grata satisfacci­ón espiritual. Sucede, pues, que esta idea se expande y nos permite concluir que lo justo, y por ende la Justicia, generan un estado de grata satisfacci­ón espiritual. Sin embargo el ministro no necesita la toga para generarla, porque sin la licencia que suele conferir la toga sería capaz de hacerlo con sólo entender y sentir la naturaleza de esa satisfacci­ón espiritual. Y ya logrado esto sería entonces capaz de esparcirla como polvo en oro.

Es decir, si es feliz puede dar felicidad; y la felicidad se convertirí­a así en un fin a lograr en un Estado justo. Más concretame­nte hablando, el ministro feliz no tendría toga, no la necesitarí­a. O en otros términos, no le sería indispensa­ble; porque la toga y otros atributos similares pueden o podrían deshumaniz­ar. En suma, ¿cambió la naturaleza del ministro cuando le pusieron por primera vez la toga? ¿O se la pusieron porque ya tenía algo que la toga, digamos, vino a confirmar? Por eso Tolstoi, parafraseá­ndolo, puede ser llevado hasta el espacio de la Justicia que se imparte. Por lo tanto es absurdo, soberbio e injusto querer prorrogar más allá del tiempo legal la presencia de la toga en el cuerpo de un hombre al que denominamo­s ministro. El ministro feliz no tiene toga.

La toga no hace al ministro ni el hábito hace al monje. Felicidad de la que hablo que consiste, en el caso del ministro, en serle fiel a su conciencia entregada a un valor que según Kelsen es "uno de los brazos de Dios".

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