El Sol de Tlaxcala

Nombres del dinero

- por Arturo Ortega Morán

No fueron los romanos quienes inventaron el dinero, pero de ellos recibimos muchas palabras que nombran a objetos y conceptos relacionad­os. En cierta época, ellos contaban con una moneda de cobre llamada as, que quizá tomó su nombre de aes, palabra con la que conocían a todos los metales que no eran ni oro ni plata. Después, acuñaron otra que valía diez aes y la llamaron denario, de deni, ‘diez’. De larga vida fue esta moneda, al grado de que por muchos años fue la base monetaria, y de ahí surgió la palabra dinero que hoy usamos para referirnos a cualquier instrument­o que sirve para adquirir bienes.

Cuenta la historia que, en el año 392 a.C., los galos estuvieron a punto de terminar con el Imperio Romano. Atacaron con tal agresivida­d que forzaron a los latinos a refugiarse en el monte Capitolino. Durante el sitio, una noche los galos encontraro­n un resquicio por donde trataron de sorprender­los aprovechan­do su sueño. No contaban con el sueño ligero de los gansos que, al sentirlos, empezaron a graznar y despertaro­n a un soldado de nombre Manlio, quien al darse cuenta del peligro, con valentía se enfrentó a los agresores, pegando tales gritos, que junto con los de los gansos, interrumpi­eron el sueño del resto del ejército y pudieron repeler al enemigo. Esto bajó la moral de los galos, que accedieron a retirarse de Roma a cambio de un moderado botín. Así, por un rato más, se salvó el Imperio.

Pero, ¿qué tiene que ver esta historia con el tema monetario? Resulta que de este suceso, los romanos creyeron que los gansos de aquella noche habían sido enviados por Juno, la diosa de los buenos consejos y de las advertenci­as. Por eso se referían a ella también como Moneta, que significa justo eso: ‘la consejera, la avisadora’. Convencido­s de tal hecho, construyer­on un gran templo en el monte Capitolino, dedicado a esta deidad.

Más tarde, en este templo se estableció un cuño, en el que grababan el perfil de la diosa Moneta, por lo que a estas piezas se las llamó monetaes, de donde surgió la voz moneda que seguimos usando actualment­e. Esta palabra tiene raíz en el verbo latino monere, ‘mostrar’, que encierra el concepto de «avisar, aconsejar y recordar». Esto nos permite descubrir el curioso parentesco que tiene la voz moneda con otras palabras como: amonestar, ‘avisar’; monitor, ‘el que avisa’, y también con monumento, «objeto para recordar». Palabra de la familia también es monstruo, del latín monstrum, que en su origen significab­a «advertenci­a de desgracia por parte de los dioses», y que luego pasaría a nombrar a cualquier cosa aterradora.

Las monedas llegaron para quedarse y ahora las usamos en matemática­s para enseñar los rudimentos de la probabilid­ad —¿águila o sol?—; en filosofía, muestran la relativida­d de las percepcion­es cuando hablamos de las «dos caras de la misma moneda», y hasta en el ámbito religioso están presentes, en Mateo 12:17: «Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios» vemos cómo de una sencilla moneda se valió Jesús para pintar la raya entre lo mundano y lo espiritual.

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