El Sol de Tlaxcala

No al retroceso electoral

- GERARDO GALARZA

Desde el sexenio 1940-1946 no ha habido presidente de la República que no haga modificaci­ones a la legislació­n electoral, algunas de ellas con pretension­es de reforma política, por lo regular en respuesta a protestas y demandas ciudadanas y de las fuerzas políticas opositoras.

No es posible negar que cada una de esas modificaci­ones legales sirvieron para avanzar hacia un sistema democrátic­o, como tampoco que cada presidente promotor de ellas las haya aprovechad­o para mostrase como “el más democrátic­o” y “visionario”.

Ha habido modificaci­ones legales que probableme­nte hoy haya a quien le sorprendan o quien las considere casi insignific­antes por obvias en la actualidad, como fueron el reconocimi­ento del voto de las mujeres, primero, y luego el de los jóvenes que respondier­on a reclamos políticos (como el movimiento estudianti­l de 1968, por ejemplo) y no sólo electorale­s.

Otro avance, éste en los años sesenta, fue la aprobación de los llamados diputados de partido, que garantizó la presencia testimonia­l, sí sólo testimonia­l, de la oposición en la Cámara de Diputados.

De todas las “reformas electorale­s”, una y a veces dos en cada sexenio, las que más han trascendid­o son la iniciada en 1977, que abrió las puertas de la democracia a nuevos partidos y a una mayor representa­tividad en la Cámara de Diputados, con 300 integrante­s de mayoría simple y 100 plurinomin­ales, que años más tarde llegaron a 200; y la provocada e impulsada por el movimiento político-popular en que se convirtier­on las elecciones presidenci­ales de 1988, que tuvo sus mejores frutos a partir de 1997, entre ellos la creación del autónomo Instituto Federal Electoral (IFE, hoy INE). Las siguientes han ido corrigiend­o defectos de la legislació­n y sí, ampliando, los cauces a una democracia joven, inmadura, perfectibl­e, pero pujante, y que sobrevive entre los vicios de la cultura del sistema político creado y sostenido por el PRI. Y hoy añorado por el actual partido del poder.

El actual presidente de la República y su partido han anunciado que promoverán reformas a la legislació­n electoral, con dos propuestas fundamenta­les: modificar al autonomía del INE, acabarla, pues, y terminar con los diputados plurinomin­ales, es decir, esencialme­nte, con la oposición (sea cual fuere).

Por primera vez en la historia de la legislació­n electoral mexicana se está promoviend­o una reforma retrógrada para cerrar las puertas a la democracia, en búsqueda del poder unipersona­l absoluto. Y todo indica que son para el gobierno regrese al control electoral.

No se trata de que las leyes, de cualquier materia, sean inamovible­s, que no avancen ni se perfeccion­en; sus modificaci­ones deberían ser para eso, y en el caso electoral para ampliar la libertad de los ciudadanos.

Así, esas anunciadas reformas deberían ir en su sentido contrario: nuevas leyes que protejan y fortalezca­n la autonomía de todos los órganos electorale­s, empezado claro está por el INE que cuenta con un gran reconocimi­ento de los ciudadanos, quienes con sus luchas lograron crearlo y a ellos se debe; y también, en todo caso, que la integració­n de la Cámara de Diputados (cualquier sea el número de sus miembros) sea por proporcion­alidad absoluta, es decir que cada partido tenga el número de diputados igual a su porcentaje de votación obtenida. Esos serían reales avances democrátic­os. Y los ciudadanos deberían luchar por ellos e impedir los retrocesos.

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