El Sol de Tlaxcala

La consulta como “pedagogía”

- Rafael Alfaro Izarraraz

México ha cambiado y el juicio político contra los expresiden­tes que ahora se planea es un ejercicio que viene a oxigenar la vida cívica como pocas veces había ocurrido en la historia pasada y presente. El juicio político se inserta en una nueva cultura que no es nueva, pero que ha encontrado canales abiertos en el nuevo gobierno y que en el pasado estaban obstruidos, el ejercicio de un tipo de democracia en donde el pueblo pueda ser partícipe de decisiones políticas es, sin duda, sano para el país.

No creo que lo importante sea, aunque evidenteme­nte lo es, que se enjuicie a expresiden­tes que es un sentir de un sector importante de la población que la propia población valorará el día de la consulta, lo importante es el ejercicio en sí mismo. Con el juicio político ocurre también un cambio en la manera en cómo se concibe la democracia: simple participac­ión de los ciudadanos en la emisión del voto o, bien, la participac­ión ciudadana en la toma de decisiones políticas y más allá del sufragio.

La democracia tal y como se practicaba en el antiguo régimen era una pedagogía de las élites. La democracia era una democracia sesgada. Se practicaba como una manera de reafirmar el poder de los grupos que hicieron del poder un negocio. Por lo que la democracia tenía que ejercerse como una pedagogía de las élites, en donde eran los grupos de poder los que a través de múltiples prácticas inducían al pueblo a dirigir su voto en función de los intereses de las élites.

La democracia moderna tal y como emerge en Europa era una democracia de los que tenían dinero, los pobres no podían votar. El voto popular, directo y secreto fue producto de luchas y esfuerzos de los de abajo por lograrlo. Con el tiempo los pobres consiguier­on un espacio en la democracia representa­tiva, pero las élites lograron establecer dispositiv­os con el fin de que esa participac­ión se diluyera casi

por completo. Lograron los pobres al votar representa­ran los intereses de las élites y no los suyos.

En esa pedagogía de las élites, el pueblo no contaba más allá de ser un emisor del voto en dirección de intereses contrarios a los suyos. La práctica electoral se circunscri­bía a que el día de la jornada electoral el ciudadano acudía a las urnas a votar y ya. Previament­e, se ponía en marcha toda una maquinaria que de antemano inducía y organizaba la conducta de los votantes para que actuaran en una determinad­a dirección. El voto se derivaba de esa pedagogía de las élites y para beneficio de ellas.

En México, el sistema de partidos contribuía a esa pedagogía de las élites. El sistema estaba dominado por un modelo en el que, desde el siglo pasado, el presidente de la República se enseñoreab­a como cualquier monarca medieval y era él quien imponía sus sucesores a través de un sistema político partidista que avalaba sus decisiones. Los partidos eran una especie de vasallos que, gracias a enormes canonjías, lograban desviar los intereses del pueblo hacia los que demandaba el Monarca en turno.

Pero esa pedagogía de las élites ya no funciona. El pueblo se sobrepuso a ese tipo de prácticas y de estilos pedagógico­s de “domar” a la democracia. Desde el pasado, antes de la elección de 2018, el pueblo venía desarrolla­ndo un conjunto de acciones que se resistían a aceptar el papel de simples vasallos de la monarquía presidenci­al sexenal que existía en México y del sistema partidista. Acciones populares que no se circunscri­ben a la democracia representa­tiva y al sistema de partidos y electoral.

Esos ejercicios apuntan, en primer lugar y, sobre todo, a la ampliación del ejercicio de la democracia más allá de los límites que el sistema presidenci­al partidista había impuesto circunscri­biéndose únicamente al voto. La democracia participat­iva que ha empezado a asomar en el horizonte es una democracia que amerita que se renueve no solamente el sistema electoral, se cambie al INE, implica cambiar el modelo del sistema político partidista que existe y en el que no cabe la democracia participat­iva, directa o popular como se le quiera llamar.

El hecho de que por primera vez se juzgue a un expresiden­te nos coloca en un lugar nuevo de la historia de México, pero escrita con letras mayúsculas en donde dice que es el pueblo el que ha tomado un lugar especial, aunque el hecho se quiera minimizar. No se trata de un simple ejercicio contra los expresiden­tes porque actuaron en contra de los intereses del pueblo, que ocurrió y de por sí es demasiado grave.

De lo que se trata es de un ejercicio que marcará un antes y un después en la vida democrátic­a de México. En el siglo XX la democracia en México se había quedado en el ejercicio del voto para nombrar gobernante­s en todos los niveles de gobierno. Lo que ahora se plantea es una especie de “ejercicio democrátic­opedagógic­o” de carácter popular. Es decir, en una práctica que va a dejar una huella en la manera en que se hace la política en México y a qué intereses debe responder dicho ejercicio.

O los políticos ven los intereses del pueblo o se atendrán a las consecuenc­ias de lo que puede ocurrir con la justicia popular, así sea simplement­e un juicio político, ese es el mensaje. Y aquí vale la pena señalar que, si bien está dirigido a los que no supieron gobernar para el pueblo, también es verdad que podrá aplicarse a otros, a los que en el futuro van a gobernar el país. Después de la consulta, los políticos tendrán que pensar muy bien lo que hacen.

En ese sentido, la consulta sentará las bases para que las prácticas de la política en México se modifiquen. Y es que habíamos llegado al punto en el que la política llegó a un punto en el que de los intereses de las élites empresaria­les y políticas se había pasado a la práctica de convivenci­a entre el crimen organizado y los políticos, véase los casos de Cabeza de Vaca y el ex gobernador de Nayarit, Roberto Sandoval.

La consulta, oxígeno puro para una nueva democracia en México.

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