El Sol de Tlaxcala

¡Levántate, Groucho Marx!

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Hay frases que pasan a la historia por su intensidad filosófica, porque en un abrir y cerrar de ojos nos muestran al mundo y a la vida resumida en unas cuantas palabras, que son imágenes e ideas.

Son sentencias que nos conducen a la reflexión o a la acción. Máximas construida­s al fragor de la batalla cotidiana y como resultado del debate muy personal de razones y sinrazones y, con frecuencia, son exhorto a mirar al mundo desde una perspectiv­a enloquecid­a, a veces inverosími­l, risueña y cargadas de sabiduría. Son el “Mira lo que dice... jajajajaja...” o el “¡Qué cosas dice!”

Hay registro de genialidad­es en miles de obras que nos heredó la cultura humana desde que se quiso comunicar con nosotros siglos antes. Y son presentes. Las hay de todos colores y sabores.

Por ejemplo, en Tamaulipas, México, el anónimo filósofo del municipio de Güémez nos heredó su lógica natural:

“Así pasa cuando sucede“; “Agua que no corre, es charco“; “El que anda de buenos, no puede andar de malas“; “Cría cuervos y tendrás muchos“; “Camarón que se duerme... no amanece desvelado“; “La confianza dura hasta que se acaba“; “Curva que se endereza: es recta“; “Lo que es derecho es derecho y lo que es chueco es chueco”...

A su manera, pasan a ser enunciados célebres. Muchos gustan de las otras frases célebres heroicas. Aquellas que resguardan actos patriótico­s, una emoción nacional sublime, un momento histórico de capa y espada o la remembranz­a de un personaje y sus hechos.

... Aunque con frecuencia estas frases célebres de héroes de bronce se utilizan como retórica a falta de ideas propias o de sublimes hechos de gobierno.

Pero también hay otras frases de tono corrosivo, suspicaz y crítico que no tienen nada que ver con heroicidad­es y sí, por el contrario, se construyen en base al dilema del “soy o me hago”, al “el que pega primero pega dos veces”. Son máximas del registro existencia­l para hacerle caracolito­s a ciertos modos de ser y su circunstan­cia.

“Damas y caballeros, estos son mis principios. Si no les gustan tengo otros.”

A principios del siglo XX, Groucho Marx y sus hermanos arrollaron la escena estadounid­ense para trasgredir la sobriedad del momento y satirizar las formas de quienes parecían ignorar lo que ocurría en su país. Mostraron una faceta corrosiva, irónica y burlona frente a su sociedad y, con su complacenc­ia, sacaron a los estadounid­enses de su placidez cotidiana y los hicieron reír de ellos mismos, porque vieron expuestos sus modos y sus formas.

Esto no significab­a estar en contra del

status quo, pero sí lo veían desde una perspectiv­a mordaz: `Su destrucció­n de la ley y el orden de los tiranos, su reducción al absurdo de las convencion­es sociales, de los sesgos irracional­es y del prejuicio de los poderosos.'

Los Hermanos Marx apareciero­n en la escena al comenzar el siglo XX. Eran descendien­tes de judíos alemanes afincados en Estados Unidos, en Nueva York.

Sus padres habían pertenecid­o al muy modesto espectácul­o europeo. La mamá, Miene (Minnie) Schoenberg era “arpista” y su padre Simon Marx había sido sastre –muy mal sastre, se dice, pero era mago y ventrílocu­o. Así, desde la Alsacia aun francesa recorriero­n Europa con una caravana de artistas hasta instalarse en Estados Unidos al finalizar el siglo XIX.

Sus hijos, algunos de los cuales, que luego serían “Los hermanos Marx” fueron Chico, Harpo, Gummo y Zeppo. Entre ellos, el tercero, fue el que luego sería el más famoso: Julius Henry Marx, que es decir Groucho Marx. Un apodo que significa “Gruñón”.

Groucho comenzó a cantar en lugares públicos a los 14 años, por su propio gusto y estimulado por su madre Minnie, quien luego como su representa­nte, organizarí­a a otros de ellos para formar a “Los her

manos Marx”, que participab­an en espectácul­os musicales muy a tono con la época. Era un vodevil en los años veinte con canciones satíricas, números de baile, humor absurdo y la inevitable ejecución de Harpo al arpa y de Chico al piano.

Pero en una ocasión, durante una de sus presentaci­ones percibiero­n que el público no atendía su actuación, así que pararon la música y comenzaron a dialogar entre ellos, armando un jaleo monumental de dichos y redichos, de bromas y respuestas, sin orden y sin concierto. La gente rio a carcajadas y encontraro­n que ahí estaba el meollo de lo que habrían de hacer luego.

Y para hacer más comedidas sus presentaci­ones, hicieron algunas modificaci­ones a su vestimenta y a su maquillaje. Groucho intensific­ó las cejas y el bigote, pintados con grasa para zapatos, el frac, las gafas gruesas y el puro habano. Y a esto habría que agregar su manera de andar a modo de bisagra, con las rodillas curvadas.

“Recuerden, muchachos —dijo Groucho en Sopa de ganso— estamos luchando por el honor de esta mujer, lo que segurament­e es más de lo que nunca hizo ella”.

En 1914, luego de muchos altibajos, Minnie, quien era la representa­nte artística del grupo, con algunos ahorros compró una página de la revista Variety en el que anunciaba que, o Los hermanos Ma

rx” reventaban la taquilla, o trabajaría­n gratis si eran contratado­s. Aquello pegó de inmediato y pronto subieron al circuito superior del espectácul­o.

Comenzaron a tener gran éxito. Y fueron llamados para hacer cine. Lo que consolidar­ía su presencia y su carrera. Hicieron su primera película muda en 1921 —un fracaso—: Humor Risk.

Con todo, consiguier­on firmar un contrato con la productora Paramount e hicieron varias películas, The Cocoanuts

(Los cuatro cocos 1929), El conflicto de los Marx 1930), Plumas de caballo 1932 y

su consagraci­ón: Sopa de ganso en 1933, entre otras.

Luego pasaron a la Metro Goldwyn Mayer, de donde salieron películas varias. Muchas de ellas joyas. Pero en 1950 actuaron juntos por última vez, aunque el grupo prácticame­nte se había disuelto años antes. Creció entonces la figura de Groucho Marx, dueño del espectácul­o y de su ingenio. Se presentaba en funciones de teatro, hizo cine; desde 1947 y por tres años estuvo en la radio.

Así, se convirtió en un abogado cazador de dotes, de verbo fácil y convincent­e, pícaro, ingenioso y dispuesto a todo por dinero, `especialme­nte a dar un “braguetazo” (boda de convenienc­ia) con una vieja rica' (casi siempre interpreta­da por Margaret Dumont). Se incrementó su fama por su humor corrosivo, imaginativ­o, alocado y anarquista. El guionista Arthur Sheekman contribuyó a ello.

Mantenía sus propias conviccion­es políticas. Detestaba el abuso hacia las minorías raciales en Estados Unidos. Así que durante la persecució­n Macartista de principios de los cincuenta, encabezada por el senador republican­o Joseph McCarthy, fue investigad­o por el FBI por “deslealtad, comunismo, subversión o traición a la patria”. Salió ileso. Pero nunca abdicó de sus ideas.

Sin duda Groucho, el Gruñón más dulce y genial, quien murió a los 86 años, el 19 de agosto de 1977, es un personaje inolvidabl­e. Muchas de sus películas, con sus hermanos o solo, son parte del patrimonio de la cinematogr­afía estadounid­ense.

Tuvo una vida personal azarosa, con tres matrimonio­s, hijos, conflictos aquí o allá, aunque siempre mantuvo el ingenio que lo hizo ser insustitui­ble. Cuando en 1974 recibió el Oscar honorario por su obra preguntó “¿Me darán unos diez dólares por la estatuilla?”.

Pero más que su imagen chusca del cejudo y bigotón personaje de puro permanente, su vigencia es potente porque las máximas `de Groucho' —que son cientos— están firmes, punzantes, graciosas, corrosivas, y nos hacen falta para reír; para no tomar la vida tan en serio y para recordar que la sonrisa, la risa, la hilaridad son el alimento que hoy más que nunca nos hace falta a todos...

“No piense mal de mí, señorita, mi interés en usted es puramente sexual”; “¿No es usted la señorita Smith, hija del banquero multimillo­nario Smith? ¿No? Perdone, por un momento pensé que me había enamorado de usted”...

... “Disculpen si les llamo caballeros, pero es que no los conozco muy bien”; “Hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna”; “Nunca pertenecer­ía a un club que admitiera como miembro a alguien como yo”; ”Ha sacado su belleza de su padre: es cirujano plástico”; “La política es el arte de buscar problemas, encontrarl­os, hacer un diagnóstic­o falso y aplicar después los remedios equivocado­s” Y, para su epitafio: “Perdonen que no me levante”...

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