¿Guardar silencio ante la injusticia social es neutralidad?
El Comité Olímpico Internacional es flexible ante las quejas, ya no prohíbe cualquier protesta en Tokio 2020 pero pauta las formas, lugares y momentos para la lucha de las deportistas contra la injusticia social.
En el verano del 2016, antes del jugador Colin Kaepernick y la furia desatada por el gesto poderoso de poner la rodilla en el piso mientras suena el himno nacional estadounidense, decenas de jugadoras de la WNBA, entre ellas Maya Moore, Rebekkah Brunson, Lindsay Whalen y Seimone Augustus, le plantaron la cara a las prohibiciones de la liga y protestaron contra la discriminación racial y la brutalidad policial.
Camisetas con frases de denuncia que retaron los códigos de vestimenta, conferencias de prensa para visibilizar los crímenes y sí, manifestaciones hincadas previo a los partidos marcaron el inicio de un movimiento que ya escapa de las duelas y los campos de americano.
Aunque las protestas también tienen lugar en otras regiones y áreas de competencia, la WNBA, que en 2021 celebra sus 25 años de historia, es referente en el mundo por el reconocimiento de las jugadoras de su potencial político en una plataforma de tan amplio alcance como el deporte y por la identificación con sus comunidades en la lucha por la justicia social. Un vínculo prácticamente desconocido en el contexto mexicano actual, por ejemplo, sin importar la disciplina.
La violencia sistemática contra personas afrodescendientes en Estados Unidos ha sido tema prioritario en la agenda de deportistas como la atleta Gwen Berry, quien apareció en las noticias la semana pasada y no por su desempeño en lanzamiento de martillo sino por protestar dándole la espalda a la bandera en un podio de premiación, y de Naomi Osaka,
tenista que ha decidido no guardar silencio ante la persecución permanente fundada en motivos raciales contra hombres y mujeres en el territorio nacional. Ambas han sido señaladas por la ciudadanía e incluso desde los medios de comunicación locales e internacionales.
Ambas han reiterado que antes de ser deportistas son mujeres comprometidas con su comunidad. Ambas son reconocidas por su activismo y sin duda han exhibido la profunda desigualdad racial de la que pocas veces se habla en los medios, especialmente en los deportivos. Ambas serían sancionadas si deciden manifestarse en los Juegos Olímpicos de
Tokio 2020 en podios, durante los eventos deportivos y en la Villa Olímpica, después de que el Comité Olímpico Internacional reiteró la prohibición bajo el argumento de la neutralidad.
Hace unos días, ante las críticas y tras un año intenso de protestas por el movimiento global contra la discriminación, el COI decidió flexibilizar la aplicación de la regla y establecer lugares, momentos y formas, por más irónico que parezca, para las manifestaciones en el gran evento. Darle la espalda a la bandera como Gwen, alzar el puño como Tommie Smith y John Carlos lo hicieron durante la edición olímpica de 1968 o vestir camisetas con la leyenda Black Lives Matter como en la WNBA todavía serían motivos de sanción.
Con un historial imborrable del uso político de los megaeventos y un ciclo olímpico después de Río 2016, prueba del intento fallido del gobierno de Brasil por posicionarse territorialmente a escala mundial a costa de una crisis económica y social, sobran los cuestionamientos al Comité Olímpico Internacional por pretender neutralidad más bien para evitar el conflicto de los intereses propios y por mantener el control de la narrativa heroica en un mundo maravilloso.
En Río fueron las manifestaciones locales contra los Juegos, que por cierto también hoy agobian a las autoridades y organizadores en Tokio, ahora además se enfrenta al activismo de las atletas y al vínculo fortalecido con sus comunidades en redes sociales. Si la narrativa está cada vez más bajo el control de las protagonistas de la competencia, no será tan sencillo mantener la “neutralidad” del silencio.