Carta al lector
Esta semana me he tomado la libertad para dirigirme de manera directa a usted (o a ti, creo que sería mejor entrar en confianza), para que hagamos juntos una reflexión sobre las oportunidades que nos damos o nos negamos de crecer como espectadores. Es verdad que llega a las salas cinematográficas Black widow
(Cate Shortland, 2020), de la cual ya dimos consigna la semana pasada en este espacio, pero buena parte del motivo de estas líneas es para decirte que no te cierres; hay otras opciones: Te llevo conmigo (Heidi Ewing, 2020), es una de éstas.
Y sí me lo permites, te voy a platicar por qué vale la pena que estés abierto a otras perspectivas cinematográficas: Si bien es cierto que Te llevo conmigo, no está precedida de una gran campaña publicitaria, sí tuvo una excelente recepción en festivales internacionales de cine entre los que destaca el de Sundance, donde ganó el Audience Award: Next y el Next Innovator Award.
En la película se ve una evidente corrección y virtuosismo académico, con tomas cerradas que nos trasladan a una sensación de encierro pero también de intimidad con los personajes, y a la vez genera empatía directa con los protagonistas gracias al trabajo de guion. Es evidente que aquí, hay cine.
Hay temas fundamentales que tú vas a poder ver en el filme: la homofobia y la lucha por la aceptación en sociedades cerradas –como la familia inconclusa–, el de migración y las renuncias dolorosas, profundas, a veces permanentes, con la batalla por sobrevivir y no perder la identidad. Y también, el del amor filial.
En el primer caso, vemos una historia de amor entre Iván (Armando Espitia), un aspirante a chef que en Puebla, –estamos en la segunda mitad de los noventa–, lucha por ser el jefe de cocina de un restaurante, mientras convive con su pequeño hijo de no más de seis años y soporta con nobleza los reclamos de su exesposa Paola (Michelle González) y sale a bailar con su mejor amiga Sandra (Michelle Rodríguez), quien lo ha acompañado desde la infancia.
Un día Iván conoce a Gerardo (Christian Vázquez) y se enamoran: bailan Amorcito corazón, se descubren sus respectivas mentiras, se perdonan. Y deciden estar juntos, hasta que el joven chef toma la decisión de irse a Estados Unidos ya que en Puebla no valoran su trabajo.
En ese momento Iván, se separará de Gerardo y de su pequeño hijo, y además tratará de sobrevivir entre el racismo y el rechazo social, como el que vivió en Puebla, pero ahora por su nacionalidad.
Con escenas que se acercan al cine documental, como aquella en la que la comunidad de latinos en Nueva York canta a coro Amor eterno, y celebraciones religiosas de los mismos latinos que viven lejos de su país, el filme es conmovedor, poderoso a nivel fílmico. No hay batallas en automóviles pero sí una profunda humanidad y ternura. El guion por cierto, está basado en una historia real que la directora conoció de primera mano.
Por eso querido lector. Y recuerda que siempre Te
llevo conmigo. Nos leemos la próxima semana.