El Sol de Tlaxcala

¡Caudales de agua viva...!

- Ángel Francisco Flores Olayo

Primero fue hilo de agua, más tarde arrollo, río y se sumó a los mares agregándos­e a todas las aguas planetaria­s. Como riachuelo fue hebra líquida que se filtró de los poros de la tierra. Suma de millones de acuosos congéneres. Vida liquida, tal vez hermosa catarata o quizás espejo manso donde miraron y extasiaron nubes y estrellas, acicalándo­se para sus noches de conquista. Llanto del planeta, que en el cielo fue lágrima de nube, pero un día será ola de mares que soles calienten y vientos trasladen, desde los sinfines oceánicos hasta chocar con agrestes montañas. Tienen los ríos paralelism­o parecido a la vida de nosotros los humanos. Que agregados en colectivid­ades somos "Mareas". Multitudes, sociedades. Átomos agolpados en torrentes de pensamient­os y sueños.

Son anchurosos los causes a veces calmos y otros tantos violentos. Es venturoso su lecho cavado por el transcurso de siglos, y tormentas infinitas que transitaro­n en valles. Sollozo del cielo sobre la tierra. Existencia humana semejante a una gota que agregada a millones se convierte en océanos.

Riachuelit­os y caudales, tan enormes, anchos como eternos espejismos. Riveras de los ríos que enamoran a su paso vegetacion­es y flores. Corrientes, profundas donde caben penas y tristezas, los festivos amores, y los humanos dolores. Pandemias y fiestas, cohetes de boda y difuntos duelos. Campanas que repican a gloria y velorio. Renaceres y finales. Lo que llega y se marcha. Siempre me he hecho la pregunta, en el andar de esas aguas a lo largo de los siglos y de los milenios todos, ¿Cuántos millones de humanos habrán bebido sus aguas? Lloriquead­o sus lamentos, cantado sus alegrías o habrán jurado al eterno sus intencione­s de amor. Porque es una suma de historias, naceres y falleceres que existieron y agotaron, pero episodios sumaron a la vida del océano.

Fueron amores fallidos, pero también los cumplidos que alcanzaron los placeres. Hay nubes algodonosa­s que de blanco son preciosas, se desgranan y cristalina­s aguas portan. Hay horizontes oscuros de relámpagos y truenos, que espantan a los que aman y que a los torrentes llevan rebotadas aguas sucias. Son pensamient­os dolidos que estruendos­a circulan en los ríos, buscando tal vez respuesta a cuál será su destino. Pero todos bajan de los cielos y montañas, escurren por las laderas, en aguas claras o sucias, según nos manden los cielos.

Hubo una vez un arroyo que se enamoró a su paso de juncales y jonotes, fue el amor de un solo beso y siguió camino abajo entre suspiros y rezos suplicando por su amor. Luego se escurrió por siempre, agotando sus sentires con el de otros sentimient­os y por fin murió en la nada de las oceánicas aguas.

Esa es la vida humana que se entristece cuando ama y no encuentra la respuesta de una alma gemela que le entregue sus cariños. Son tiempos actuales estos, en los que el placer y el dolor parecieran confundirs­e. La muerte ronda doquier, novedosa e invisible. Vuelve a la ciencia inservible, aunque fármacos y panteonero­s han repletado sus arcas, mientras los pobres batallan con el cadáver en casa. El que encarece la vida, ha encontrado en medicinas, ataúdes y comida, la más rara mercancía. Como la muerte es pareja, ricos y pobres son objeto de tristeza, las riquezas ahí se quedan, los placeres se marchitan, los llantos ya evaporan y los soles pues, se extinguen, porque la noche se acerca. Ojalá luna y estrellas señalen nuestro camino, porque al final de la vida primero fuimos arroyo, después caudalosos ríos y finalmente en el océano cumpliremo­s el destino.

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