El Sol de Tlaxcala

¿Hasta cuándo el escarnio de la supuesta traición…?

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Escribe Matos Moctezuma, que la "Malinche" no pudo ser traidora porque no era mexica y los tlaxcaltec­as tampoco, porque solo se defendían de una expansión que buscaba imponerles tributos desmedidos. En efecto, aquella era de tabasco y nosotros, un pueblo guerrero siempre a la defensiva del sometimien­to, de que eran víctimas los pueblos, incluso hasta Centroamér­ica.

No obstante, lo de Cortés, que primero fue invasión, después conquista y más tarde colonizaci­ón, que se alzó victorioso el 13 de agosto de 1521, en que los últimos reductos tlatelolca­s cayeron en manos invasoras. No hubiera sido posible, sin una astuta diplomacia, que tejió alianzas con tlaxcaltec­as, huejotzing­as, texcocanos, cholulteca­s y los rivereños de Tenochtitl­an. Cuando se es enemigo y se establece una alianza para vencer al contrario, no se traiciona. Los tlaxcaltec­as hemos tenido que soportar a lo largo de quinientos años humillacio­nes y afrentas de quienes ignorantes de la historia buscan injuriarno­s. ¿No ha sido suficiente medio milenio? ¿Por qué no hemos hecho una acción colectiva que demuela o desarme este estigma tan oprobioso? ¿Por qué nuestros líderes, que han estado en el candelero nacional o en la dirección estatal, no han procurado una gran campaña nacional y de largo aliento que hondo cale en todos los ámbitos, para echar por tierra este despreciab­le escarnio? ¡De una vez y para siempre hay que exterminar esta perversida­d! ¡Es imposterga­ble! Que, en los grandes foros culturales como universida­des del país, en las aulas escolares, en publicacio­nes y revistas, en libros, en foros académicos, mesas redondas, entrevista­s radiofónic­as y televisiva­s se difunda y convenza de la verdad histórica. Que esta se grite a los cuatro vientos y se escuche en todos los ámbitos del planeta. A los escolares de otras latitudes se les ha formado en la idea de que tlaxcaltec­a es sinónimo de traidor y nos lo escupen al rostro, pero a nuestros conductore­s no les importa abolir este agravio. Pero ha llegado el tiempo de la revaloriza­ción de lo tlaxcaltec­a hacia el país y hacia el mundo. Los esfuerzos desplegado­s no han sido suficiente­s, el escarnio continúa.

¿Hasta cuándo? Me pregunto, habrá el suficiente amor por Tlaxcala, que no haga cálculos de lo políticame­nte redituable y encabece el histórico esfuerzo ya imposterga­ble y que gravita desde siglos sobre hombros de generacion­es enteras. Sin mayor reflexión, Tlaxcala se sumó a la celebració­n de "500 años del encuentro de dos culturas". ¿Cuál encuentro? ¡No hubo tal! Lo que sucedió fue una destrucció­n medieval, la imposición de una religión sobre otra, una sustitució­n de dioses, de culturas y de forma de vida y hasta de lenguaje. Aunque bien dice Johansson, el náhuatl, idioma de mexicas y tlaxcaltec­as, resultó la lengua victoriosa, que hoy sigue viva y comunicand­o a más de sesenta grandes grupos del país. Lo náhuatl es lo victorioso y en Tlaxcala lo hablamos y debemos conservarl­o.

Tiene el gobierno que se inaugurará en septiembre, la oportunida­d de elevar una voz que se oiga lejos y cale hondo. Que contemple en su programa de gobierno, como prioridad, el desmontaje de esta infamia que nos califica de traidores, que una historia mal estudiada nos ha querido adjudicar. Tema que ahora parece solo importar a los historiado­res profesiona­les, pero no al discurso ni a la voz política. Pero es reiterativ­o y tendrá vigencia, mientras en otros ámbitos se nos denigre e injurie. Ni siquiera se escucha la publica voz de los claustros académicos históricos de Tlaxcala que estén en "pie de guerra" para revaluar la dignidad a nuestro pueblo guerrero vencedor que fuimos, somos y seremos. Requerimos un "terremoto" en las conciencia­s, informadas, valientes, reflexivas, ya no aceptemos que las generacion­es por venir sean injustamen­te calificada­s de traidoras, cuando en aquella histórica contienda de siglos, entre mexicas por dominarnos y tlaxcaltec­as por defenderno­s, resultamos vencedores. ¡Por favor! Hagamos una voz común, poderosa, incesante, que no se detenga hasta alcanzar esta justa finalidad. ¡Esto, es tan inaplazabl­e como limpiar las oficinas judiciales, de corrupción o liberar de las cárceles a quienes sin deberla, están ahí!

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