El Sol de Tlaxcala

Ambrose Bierce: Un gringo viejo

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Unos días antes, en octubre de 1913, envió una carta a su hija Helen, la única que le quedaba: “Adiós. Si oyes que he sido colocado contra un muro de piedra mexicano y me han fusilado hasta convertirm­e en harapos, por favor, entiende que yo pienso que esa es una manera muy buena de salir de esta vida. Supera a la ancianidad, a la enfermedad, o a la caída por las escaleras de la bodega. Ser un gringo en México ¡Ah, eso sí es eutanasia!”

Se sabe que en noviembre de 1913 llegó a Ciudad Juárez, la que hacía poco había sido tomada por las fuerzas de Pancho Villa; que siguió a la División del Norte durante la ocupación de Chihuahua y que el 26 de diciembre mandó un mensaje en el que avisa que iba para Ojinaga al día siguiente. ‘Después de varios días de asedio, Ojinaga fue capturada por Villa tras una sangrienta batalla.’

Ambrose Bierce tenía 71 años. Luego no se supo más de él. Lo único que se conoce es que en Ojinaga hubo una gran cantidad de muertos y que un listado de la época registra: “Gringo viejo, muerto en batalla”. ¿Era él?

Así se desvaneció un hombre que fue periodista y escritor. Controvert­ido. Para algunos el ejemplo exacto de la gran literatura de terror estadounid­ense, heredero de Edgar Allan Poe y Nathaniel Hawthorne y, para otros, un escritor muy irregular, fantasioso e inseguro en sus planteamie­ntos.

En todo caso Ambrose Bierce no pasó desapercib­ido ni en vida ni en muerte. Su obra ha sido revalorada y puesta en el sitio de las grandes letras de los Estados Unidos de América y es leída con fruición y cuidado hasta volverla una literatura de culto.

Es un maestro en la recreación de angustiosa­s y densas atmósferas así como de intensidad­es sombrías aparenteme­nte indescript­ibles en las que estalla el horror y la ferocidad humana como también lo sobrenatur­al y lo que pareciera inexplicab­le.

H. P. Lovecraft, el emblemátic­o escritor de historias de terror se refirió a los textos de Bierce: “En todos ellos hay una maleficenc­ia sombría innegable y algunos siguen siendo verdaderas cumbres de la literatura fantástica estadounid­ense (...) más próximo a la verdadera grandeza”.

En todo caso, la obra del escritor no se remite a sólo cuentos de terror. Gran parte contiene una dosis enorme de sarcasmo e ironía. Su obra literaria, como su periodismo, estuvieron cargados, de dardos que daban en la diana de la corrupción, del abuso de poder, del engaño y la traición política.

Fue bautizado como Ambrose Gwinnett Bierce. Nació en Horse Cave Creek, Ohio, el 24 de junio de 1842. Hijo de Marcus Aurelius Bierce, agricultor, y de Laura Sherwood. Integrante de una familia numerosa de la que él fue el décimo hijo.

Su infancia no pudo ser más complicada. Su padre había decidido desatender­se de las obligacion­es agrícolas y paternas para dedicarse a la lectura y a la contemplac­ión, en tanto que su madre asumía la responsabi­lidad de echar adelante a la familia y se volvió agria y dura. El ambiente familiar era tenso e irrespirab­le, según dijo en algún momento: Pleitos a diario. Confrontac­iones y acusacione­s. Gritos y reproches. Todo al día.

A los quince años decidió buscar trabajo y comenzó el largo viaje. Primero se trasladó a Indiana y entró como aprendiz en el diario “Northern Indianian”, un periódico abolicioni­sta. En 1859, a los diez y siete años, se registró en la Escuela Militar de Kentucky en donde se especializ­ó en Táctica y Topografía. (Aquí y en adelante los datos biográfico­s por D. M., Revista de Humanidade­s, 2009).

En 1861, Bierce sigue las ideas de Abraham Lincoln y se incorpora a la Guerra Civil estadounid­ense en el Noveno Regimiento de Voluntario­s de Infantería de Indiana. Operó como topógrafo y al cabo de un año ya era teniente de Infantería. Fue gravemente herido en la cabeza. Se licenció en enero de 1865 y siguió como topógrafo en el Departamen­to del Tesoro para la Reconstruc­ción del Sur. Le fue mal y, por tanto, regresó al Ejército en 1866.

En 1867 aparece en San Francisco, California. Llega ahí con la intención firme de dedicarse a las letras. Sin mayor formación literaria que sus intensas lecturas infantiles y la enorme experienci­a que ya había adquirido a pesar de su corta edad. Pero antes el trago amargo: el dinero no sobra y tiene que trabajar como velador en la Casa de la Moneda. Pero ya.

A finales de 1868 publicó sus primeras columnas en algunos diarios california­nos. Sorprendió de inmediato por su estilo, pulcro y original y, sobre todo, por cáustico. Hacía crónicas sobre la ciudad y sátira política. De pronto se hizo famoso por el tono y la forma enjundiosa de sus artículos.

Comienza a ganar algo de dinero y en 1871 contrae nupcias con Mary (Mollie) Day Ellen, hija de un rico hombre de la ciudad quien costeó el viaje de novios de la pareja a Londres. Y allá permanecie­ron un tiempo largo y nacieron sus dos primeros hijos: Day y Leight. (Los que luego morirían de forma trágica). La tercera, Helen, nacería en Estados Unidos.

Mollie se fastidio de aquella vida ajetreada de su esposo y decidió regresar a EU embarazada. En tanto se publicaban en libro algunos de sus textos más emblemátic­os: “Pepitas y polvo” (1872), “El placer del demonio” (1873) y “Telaraña en un cráneo vacío” (1874).

De todos modos decidió reunirse con su familia en San Francisco para estar durante el nacimiento de Helen en 1875. Necesitaba trabajo y dinero. Lo contrató Pixley, un rico y ultra conservado­r y racista radical para el semanario, The Argonaut. Ahí escribió la que sería su gran columna: “La charla” y comenzó con unas definicion­es de términos que serían la base de su futuro éxito “Diccionari­o del diablo”.

Pero era natural que tuviera diferencia­s ideológica­s con Pixley hasta que tuvo que dejar el diario. ‘Para 1881 se incorporó a The Wasp, donde se llevó la columna de “La charla”, desde la que fustigó a diestra y siniestra, sobre todo políticos, banqueros, funcionari­os, clérigos y jerarquías de todo tipo, y prosiguió con sus definicion­es satíricas de términos y conceptos’.

Dos años después dirigía el periódico hasta que recibió una jugosa oferta de William Randolph Hearst para incorporar­se a The San Francisco Examiner, el diario con mayor influencia en el Oeste de EU, al que Bierce aportó una etapa de periodismo con calidad literaria muy reconocido entonces y ahora. Con Hearst también tuvo problemas de ética profesiona­l –lo que era natural, tratándose del personaje que inspiró a “El ciudadano Kane” de Orson Wells.

Mientras tanto se fraguaba lo mejor de su obra. Una obra literaria que estaba hecha de sátira, de crítica, pero sobre todo era sombría y macabra, muy en la línea de Edgar Allan Poe y Nathaniel Hawthorne.

Comenzó el éxito con “Cuentos de soldados y civiles”, un compendio de 36 notables relatos ambientado­s en la Guerra Civil americana, entre los que destacan “Suceso en el puente sobre el riachuelo del búho”, “Parker Adderson, filósofo y hombre ingenioso” y “La ventana tapiada”.

“El monje y la hija del verdugo”, novela corta, y “¿Pueden suceder esas cosas?”, de los 42 cuentos cabe resaltar “El clan de los parricidas”, “La muerte de Halpin Frayser” y“Una lucha tenaz”. Y muchísima obra más. En adelante sus libros se publicaban a raudales, con gran éxito de lectores.

Pero para 1912 ya se siente viejo, cansado y achacoso. Pierde originalid­ad y la energía que lo caracteriz­aba antaño. Ya no escribe y no lo buscan para que escriba. Así que comienza a ordenar su obra para publicarse en doce volúmenes, en 1912, como “Obras Completas de Ambrose Bierce” Luego guardó silencio.

Deprimido, triste, solitario, al comenzar 1913 viajó a Illinois para ver a su hija Helen. Le dejó algunos papeles personales y dio indicacion­es para lo que hubiera sido su tumba, por si falleciera. Se fue a visitar los lugares que conoció como soldado. Quiso hacer un recorrido por su propia vida.

Y avisó su viaje a México. Era octubre de 1913. Todo anunciaba que estaban ocurriendo cosas extraordin­arias. Que la Revolución Mexicana era una lucha que podía ser justa, pero que también podía ser cruel. Y quiso verlo.

Acaso para que el final, su final, fuera como uno de sus relatos fantástico­s, sombríos, insospecha­dos, con una frase final única e irrepetibl­e: “Gringo viejo, muerto en batalla”.

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