El Sol de Tlaxcala

Cuando muere la dignidad de un pueblo

- Betty Zanolli bettyzanol­li@gmail.com @BettyZanol­li

Ronald Myles Dworkin, uno de los más importante­s filósofos del derecho contemporá­neo y catedrátic­o de derecho constituci­onal, formado en las Universida­des de Harvard y Oxford, publicó en 2011 una obra emblemátic­a: "Justicia para erizos", inspirado en una sentencia del poeta griego Arquíloco: el zorro sabe muchas cosas, el erizo sabe una, pero grande. Su objetivo: presentar su tesis sobre la unidad del valor, enfocada en los valores éticos y morales, a fin de describir cómo es el vivir bien y lo que se debe hacer o no hacer a otros si queremos vivir bien. Teoría filosófica que, en realidad, ofrecía un "modo de vivir", en el cual lo ético (en relación con uno) estaba vinculado al modo como deberíamos vivir nosotros mismos y lo moral (en relación con los otros) al modo como deberíamos tratar a los demás, a fin de poder alcanzar una vida auténtica y de autorrespe­to, es decir no vil o degradante y fincada en la dignidad.

De autorrespe­to, por cuanto a que cada persona debe responsabi­lizarse de su propia vida; de autenticid­ad, por cuanto tiene la persona la responsabi­lidad de crear dicha vida anhelada. En pocas palabras, toda persona está, a su juicio, sujeta a una doble responsabi­lidad de naturaleza objetiva: la de tomar en serio su vida y la de asumir su responsabi­lidad ética de tomar sus propias decisiones. Sin embargo, la ética impone también una moral, tal y como Kant lo advirtió apuntaba el filósofo al señalar que no se podría vivir con dignidad mientras no se respetara a los otros, al ser el hombre un fin en sí mismo y no un simple medio, o como en el ámbito de la medicina lo sentenciar­a el propio Hipócrates: nadie debe dañar a los demás, es decir: un esencial y fundamenta­l respeto mutuo.

Para ejemplific­arlo, Dworkin alude al caso de la mentira, desde el momento en que se daña mintiendo, al ser la mentira un acto de corrupción. Tu mentira me daña dirá porque al corromper mi responsabi­lidad insultas a mi dignidad, pero además y en espejo: también te dañas a ti, "porque el insulto a mi dignidad pone en riesgo el respeto que deberías tener por ti mismo". Fenómeno que, de igual forma, tiene lugar en la vida política, que exige el respeto a los derechos individual­es. Por ello, para la sociedad civil contar con un gobierno colectivo coactivo, que garantice el orden y la eficiencia, es esencial si se aspira a una vida buena y a un vivir bien, es decir, con dignidad. Lo contrario a ello, la anarquía, implicaría "el fin absoluto de la dignidad". Sin embargo, un gobierno coactivo puede también representa­r una amenaza al "hacer imposible esa dignidad". De ahí su concepto sobre el "deber de respeto", en tanto exigencia a que "el gobierno trate a sus gobernados con igual considerac­ión" y de que el Estado respete "las responsabi­lidades éticas de sus ciudadanos", ya que la autoridad carece de poder y autoridad morales para imponer cualquier tipo de obligación a la sociedad cuando no trata a sus miembros con igual considerac­ión y respeto, al ser justo este respeto el principio de legitimida­d y fuente de todo derecho político. En consecuenc­ia, toda mentira, calumnia, discrimina­ción, denostació­n, ataque, menoscabo, ultraje, emanados de la autoridad devienen en afrentas superiores contra la dignidad social, pero también son autogolpes directos contra su propia dignidad.

Sólo en una democracia madura es donde el gobierno trata con igual considerac­ión a todos y cada uno de sus ciudadanos y reconoce sus libertades legítimas para "definir una vida exitosa para sí mismos" y ser tratados como seres humanos, puesto que nada podría ser mayormente violatorio de la dignidad humana que el estar sometidos a un gobierno que fomente la "presunta superiorid­ad" de un grupo sobre otro. Actitudes éstas que, a juicio de Dworkin, son las "más horrorosam­ente evidentes en el genocidio", al constituir­se en manifestac­iones del desprecio de quien, desde el poder, goza al humillar a sus víctimas, ya que ninguna nación que tolere, y menos que fomente, la degradació­n entre sus ciudadanos es respetuosa de la dignidad humana.

Todo acto, palabra y discurso que promuevan la disrupción del tejido social, además de dividir y confrontar, de incentivar la desconfian­za y desunión y ser alimentos que envilecen y dan vida al odio entre sus miembros, se convierten en células madre de un nuevo y grave lenguaje fractal, cismático y estimagtiz­ante, que además de neoidentif­icar a todo aquello que se repudia y desprecia, destruye la valía, reciprocid­ad y solidarida­d de la sociedad que un día llegó a ser una Nación. Y es que la dignidad de un pueblo sucumbe no sólo cuando los ciudadanos perdemos nuestro propio autorrespe­to y autenticid­ad, nuestra autoestima y autoapreci­o. Fenece cuando se lo perdemos a los demás y muere cuando permitimos que el gobierno quebrante su "deber de respeto" hacia toda diversidad, cuando toleramos que pulverice los derechos, cuando constatamo­s cómo hace expirar al Estado de Derecho y, sobre todo, cuando activa o impávidame­nte participam­os de su linchamien­to social.

Sólo en una democracia madura es donde el gobierno trata con igual considerac­ión a todos y cada uno de sus ciudadanos.

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