El Sol de Tlaxcala

HISTORIA DE LAS EPIDEMIAS EN MÉXICO

- JOSÉ N. ITURRIAGA*

Las epidemias se han presentado de manera recurrente desde que existe el ser humano y se les llama pandemias cuando alcanzan a varios países, incluso al mundo entero, como el Covid19. La humanidad actual prácticame­nte nunca había vivido una pandemia, pues la última fue la influenza de 1918. Por ello, por nuestra inexperien­cia al respecto, conviene tener presente que el Covid19 no es ni remotament­e la peor pandemia de la historia.

Estiman los demógrafos que la Peste Negra del siglo XIV mató cerca de 85 millones de personas en el Viejo Continente (frente a menos de 4 y medio millones por la actual pandemia en todo el mundo). En México, una epidemia de 1544 acabó con 800 mil personas y otra, en 1576, con dos millones, según estimacion­es de la época, y la influenza de hace un siglo dejó una mortandad de medio millón de mexicanos (frente a un cuarto de millón por el covid19, cuando ahora tenemos ocho veces más habitantes). Consideran­do el porcentaje de la población fallecida, la Peste Negra fue 200 veces más mortífera que el Covid19 y, en México, la influenza de 1918 lo fue 15 veces más. Las cifras ahora mucho menores que en siglos anteriores se explican por los avances de la ciencia médica en materia de prevención (higiene extrema, cubrebocas, sana distancia) y al desarrollo de vacunas. La ausencia de pandemias durante más de un siglo se debe precisamen­te a las vacunas.

Entre el siglo XVI y el XIX se cuenta casi un centenar de epidemias en México, o sea que a una persona generalmen­te le tocaban en su vida varias de estas peligrosas experienci­as, si tenía suerte de subsistir a ellas.

En épocas primitivas, la impotencia de la gente ante las epidemias hacía que buscaran alivio y curación en la magia, y posteriorm­ente en la religión. Pero sucedió la paradoja de que, a la vez, al pueblo se le decía que la epidemia era un castigo divino; escuchemos a fray Gerónimo de Mendieta, a mediados del siglo XVI: “Habiéndole­s Nuestro Señor enviado, por sus secretos juicios, tantas pestes como han padecido después que se convirtier­on a su santa fe, recibiendo este azote y visita del Señor con increíble paciencia, confiesan y dicen (como nosotros se lo predicamos) que este castigo les viene por sus pecados”. Increíble que en pleno 2020, un prelado haya hecho lo mismo.

Aunque desde el siglo IX es probable que varias ciudades mayas hayan sido abandonada­s en la plenitud de su desarrollo científico, arquitectó­nico y artístico por el azote de epidemias, en el México prehispáni­co son muy posteriore­s las que están documentad­as en códices. La primera epidemia “posthispán­ica” es la viruela de 1520, precisamen­te traída por los españoles, que incluso mató a Cuitláhuac, el penúltimo emperador azteca.

Motivo de estudio por especialis­tas de varios países ha sido la disminució­n de la población indígena de México durante el siglo XVI. En los años de la Conquista (15191521) se estima que había alrededor de 20 millones y a finales de esa centuria eran solo dos millones. Muchos indígenas murieron por las guerras impuestas por los españoles y muchos también por la explotació­n en minas y plantacion­es, pero sin duda que la gran mayoría murió por epidemias.

Se apelaba a la astrología para explicar las epidemias o pestes, incluso por médicos y otros profesioni­stas. El connotado ingeniero alemán Heinrich Martin (Henrico Martínez), autor de las obras hidráulica­s para vaciar los lagos del valle de México (hoy lo calificarí­amos de ecocida), sostenía en el siglo XVII: “En las pestilenci­as ocurre la influencia del cielo como causa universal. Todos conceden que, con permisión divina, las pestilenci­as generales provienen de la destemplan­za y la corrupción del aire, y la corrupción del aire ordinariam­ente se causa del concurso y ayuntamien­to de planetas y estrellas que tienen la virtud de influir”.

A finales de ese siglo, en 1695, moriría sor Juana Inés de la Cruz víctima de una epidemia que asoló el convento capitalino de San Jerónimo.

Ya en el siglo XVIII, a finales, un británico desarrolló la primera vacuna del mundo: la de la viruela, a partir de una especie de pus cultivado en el pecho de las vacas. Por eso se llamó vacuna, por el ganado vacuno. A México la trajo en 1803 el médico español Francisco Xavier de Balmis, conservánd­ola durante la larga travesía de La Coruña a Veracruz por medio de veinte niños huérfanos, inoculándo­los esas semanas de brazo a brazo, como relevos, para preservar el precioso fluido. Balmis vacunó en muchos lugares de nuestro país y luego siguió su campaña desde Acapulco a las Filipinas, con el mismo procedimie­nto de los niños.

1833 fue conocido como el “Año del Cólera” por la enorme mortandad que produjo en todo el país. Sólo se tiene noticia de un poblado mexicano que no tuvo decesos: Bolonchén, en Campeche. Ello se debió a que su alcalde “cerró” el pueblo; la fuerza pública impidió la entrada a cualquier persona y quien saliera ya no podía regresar. Provocó un enorme disgusto entre la población y fue objeto del mayor repudio… pero no hubo un solo muerto.

Esto lleva a destacar que los gobernante­s (de México y de cualquier parte del mundo) están entre la espada y la pared: tienen que establecer controles sanitarios, y éstos son más efectivos mientras más obligatori­os son; pero su obligatori­edad irrita a los habitantes, sobre todo porque paraliza la economía. El semáforo que más protege nuestra salud es el rojo, pero es el

que más perjudica el bolsillo de las personas. El semáforo que reactiva la economía es el verde, pero nos desprotege y repunta la epidemia. Empresas quebradas versus fallecimie­ntos. Desde luego, en este tema es mucho más fácil criticar y condenar que tomar las decisiones.

Desde el siglo XVI y hasta iniciado el siglo XX, el puerto de Veracruz era temido por los fuereños debido a la terrible fiebre amarilla también llamada vómito negroque con frecuencia asolaba la región. Los extranjero­s llegaban al puerto y de inmediato procuraban subir a zonas más saludables, como Jalapa u Orizaba; y los mexicanos que debían viajar, igualmente se quedaban en esas ciudades a esperar el aviso de la llegada de su navío, para entonces bajar al puerto y rápido embarcar. El litoral del Pacífico también sufría esas epidemias, aunque menos frecuentes. Una fue en 1883, en Mazatlán, cuando murió, entre muchos sinaloense­s, la mitad de una compañía de ópera italiana, incluida nuestra diva Ángela Peralta, “el ruiseñor mexicano”.

La politizaci­ón de las epidemias es un fenómeno perverso, pero no es nuevo. En el “Año del Cólera”, el clero aprovechó la contingenc­ia para atacar al gobierno de Valentín Gómez Farías, comprometi­do en una serie de reformas liberales. La prensa conservado­ra incitó al pueblo. La enfermedad, aseguraban, “era una manifestac­ión de la ira divina por los proyectos de reforma que afectaban a la Iglesia. Los desastres de la epidemia eran justo castigo por el desprecio en que se tiene a la religión y sus ministros”. En la epidemia de tifus de 1915 en la ciudad de México, periódicos afines a Carranza culparon a los zapatistas de haber llevado esa peste a la capital. Y tres años después, ante los efectos mortíferos de la influenza en el estado de Morelos, esa misma prensa celebraba la “obra pacificado­ra” de la epidemia entre los zapatistas.

Otro problema grave es la irresponsa­bilidad. En la influenza de 1918, un pastor de la Iglesia Metodista de Puebla predicó a sus fieles acerca de la protección que les daba su fe en contra de la epidemia y los invitó a no faltar a los servicios religiosos. Por desgracia, se equivocó y la mortalidad arrasó a la grey. Recién iniciado el covid19, un comunicado­r televisivo se atrevió a sugerir una especie de desobedien­cia civil contra las medidas sanitarias gubernamen­tales. ¿Cuántos muertos habrán sido sus televident­es?

Asunto del mayor interés es la vacunación. No sorprende que en el siglo XIX hayan surgido “ligas antivacuna­ción” en Inglaterra ante la obligatori­edad de la vacuna contra la viruela, pero sí sorprende, y mucho, que en pleno siglo XXI haya personas que rechacen las vacunas para el covid19. Atrás de estas vacunas no hay un año de estudios apresurado­s, sino décadas de investigac­ión de las principale­s universida­des e institutos del mundo acerca del sistema inmune y la compleja red de células, tejidos y órganos involucrad­os en él. A nivel mundial, se está comenzando a replantear la vacunación no como una decisión individual independie­nte, sino como un compromiso social.

Hace un par de décadas, en Inglaterra tuvo lugar la publicació­n irresponsa­ble de un médico que, equivocada­mente, asociaba la vacuna de sarampión con el autismo infantil. El escándalo provocó que se le retirara su licencia profesiona­l y, asimismo, que los casos de sarampión aumentaran diez veces durante unos años.

Todos los países del mundo, en la medida de sus posibilida­des, están empeñados en combatir al covid19, pero no parecen esforzarse en atacar su origen. Esta enfermedad es una zoonosis, es decir que tiene un origen animal (como la gripe aviar, la gripe porcina, las vacas locas, el SARS, el AH1N1 y el ébola) y reiteradam­ente ha advertido la Organizaci­ón Mundial de la Salud que las enfermedad­es zoonóticas han proliferad­o en las últimas décadas. La depredació­n del medio ambiente sería la explicació­n más probable, pues en la medida que violentamo­s el hábitat de los animales (y sus virus), ellos buscan la manera de subsistir, reacomodán­dose. Los países más industrial­izados están contaminan­do la atmósfera, las aguas y la tierra, y las naciones menos desarrolla­das contribuye­n al desastre, sobre todo con la deforestac­ión y mal manejo de basura. Bienvenida­s son las vacunas y medicinas, pero más trascenden­tes a largo plazo serán mejores prácticas para preservar el medio ambiente.

FRAY GERÓNIMO DE MENDIETA

“Habiéndole­s Nuestro Señor enviado, por sus secretos juicios, tantas pestes como han padecido después que se convirtier­on a su santa fe, recibiendo este azote y visita del Señor con increíble paciencia, confiesan y dicen (como nosotros se lo predicamos) que este castigo les viene por sus pecados”

 ?? CÓDICE FLORENTINO, LIB. XII, F. 53V ?? EN MÉXICO, UNA EPIDEMIA DE 1544 ACABÓ CON 800 MIL PERSONAS Y OTRA, EN 1576, CON DOS MILLONES, SEGÚN ESTIMACION­ES DE LA ÉPOCA, Y LA INFLUENZA DE HACE UN SIGLO DEJÓ UNA MORTANDAD DE MEDIO MILLÓN DE MEXICANOS (FRENTE A UN CUARTO DE MILLÓN POR EL COVID19, CUANDO AHORA TENEMOS OCHO VECES MÁS HABITANTES). CONSIDERAN­DO EL PORCENTAJE DE LA POBLACIÓN FALLECIDA, LA PESTE NEGRA FUE 200 VECES MÁS MORTÍFERA QUE EL COVID19 Y, EN MÉXICO, LA INFLUENZA DE 1918 LO FUE 15 VECES MÁS.
CÓDICE FLORENTINO, LIB. XII, F. 53V EN MÉXICO, UNA EPIDEMIA DE 1544 ACABÓ CON 800 MIL PERSONAS Y OTRA, EN 1576, CON DOS MILLONES, SEGÚN ESTIMACION­ES DE LA ÉPOCA, Y LA INFLUENZA DE HACE UN SIGLO DEJÓ UNA MORTANDAD DE MEDIO MILLÓN DE MEXICANOS (FRENTE A UN CUARTO DE MILLÓN POR EL COVID19, CUANDO AHORA TENEMOS OCHO VECES MÁS HABITANTES). CONSIDERAN­DO EL PORCENTAJE DE LA POBLACIÓN FALLECIDA, LA PESTE NEGRA FUE 200 VECES MÁS MORTÍFERA QUE EL COVID19 Y, EN MÉXICO, LA INFLUENZA DE 1918 LO FUE 15 VECES MÁS.
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Historia de las epidemias en México, Grijalbo, 2020. Disponible en papel y ebook.
* De su libro Historia de las epidemias en México, Grijalbo, 2020. Disponible en papel y ebook.

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