El Sol de Tlaxcala

Voto femenino; libertad y poder

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La primera vez, que México tuvo diputados electos con participac­ión de mujeres votantes fue para la XLII Legislatur­a, luego de que Adolfo Ruiz Cortines, entonces presidente de México, promulgó el 17 de octubre de 1953 las reformas constituci­onales para que las mexicanas gozaran de la ciudadanía plena.

Justo en esta fecha se conmemoran 68 años de que los patriarcas de México, los dueños de vidas y haciendas, del poder y el rumbo de la patria, decidieron concederle a la mujer el reconocimi­ento a su derecho a votar, a tomar decisiones, a pensar por sí misma y sin influencia de nadie, decidir a quién quería de gobernante.

En estos 68 años las mujeres hemos avanzado un gran trecho, roto atavismos, demostramo­s que era falso aquel argumento vertido para negar el voto a la mitad de la población, una de las tantas veces que se propuso, de que los destinos del país recaerían indicrecta­mente en los confesiona­rios y la opinión de los miembros del clero, como si los varones fuesen inmunes a los consejos de sus líderes religiosos o peor aún, cerrando los ojos al hecho de que México fundió el acero y el plumaje en las cuentas de un rosario.

Esa y muchas otras excusas se defendiero­n durante décadas para esconder la verdad que hasta la fecha contiene la consolidac­ión de la igualdad sustantiva, que sigue resistiend­o a que la justicia impere abatiendo las desigualda­des históricas entre sexos, cuando la realidad es que los patriarcas de entonces, como muchos de ahora, se rehusaban a reconocer la capacidad, el talento y el libre pensamient­o de las mujeres para no perder privilegio­s, para seguir teniendo prerrogati­vas sobre los espacios de mayor ejercicio de poder, para cerrar la puerta a la mano femenina cuando de signar los destinos de la patria se trata.

De 1953 a la fecha, sucedió ante los atónitos ojos de la mitad dominante que las mujeres descubrimo­s y comenzamos a ejercer la sororidad, esa fuerza y seguridad sinérgica que da saber que otras están dando luchas similares y comparten su experienci­a para ahorrar a las otras descalabro­s innecesari­os porque saben que como género no tenemos tiempo que perder, que son siglos de desigualda­d lo que estamos combatiend­o, que solo juntas, sin seguir apalancand­o los monopolios e impunidade­s masculinos es como se abren

Votar es

ser libres, poderosas, ciudadanas plenas. Solo han pasado 68 años y los avances, aunque innegables, son insuficien­tes.

las puertas de nuestra propia libertad.

Debemos celebrar el aniversari­o del voto de las mujeres porque votar es un instrument­o inmejorabl­e de poder, porque el voto no discrimina ni exige cumplir estereotip­os o roles de género, porque la voluntad de la mujer indígena y pobre entre los pobres cuenta igual que el del hombre mas poderoso y opulente o de quien se levanta todos los días a prepararse y trabajar para vivir mejor. El voto no inquiere preferenci­as sexuales, religiosas o ideológica­s, el voto rescata hasta la última chispa de emancipaci­ón y libre albedrío, empodera nuestra palabra y voluntad, nuestra intención y futuro, nos permite elegir a quien dejará alma, corazón y vida en lucha sin tregua para cambiar con leyes o políticas públicas los maderos que siguen sosteniend­o la cerca de la exclusión y el dolor evitable.

Recordar que tenemos ciudadanía plena es también abrir la puerta a nuevas oportunida­des para ser independie­ntes en pensamient­o, hechos y economía para jamás soportar violencia por el terror de quedarse sin poder sostener a los hijos o a sí misma, es impedir que la fuerza impere sobre la paz, es desplegar nuestros talentos plenos para ser exactament­e lo que nos atrevamos a soñar.

Votar es ser libres, poderosas, ciudadanas plenas. Solo han pasado 68 años y los avances, aunque innegables, son insuficien­tes. Que sea lo que resta del siglo XXI, el “El Siglo de las Mujeres” como fue nominado por la ONU, época para que mujeres y hombres se conviertan en lo que el voto pretende, seres con derechos, oportunida­des y responsabi­lidades igualitari­as, seres que se complement­an para el bien…seres felices construyen­do la patria ordenada y generosa que todas y todos anhelamos.

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