El Sol de Tlaxcala

Cazadores de olores: la vida sin olfato

Aunque la mayoría de quienes enfermaron de Covid recuperan en unas semanas este sentido, una cuarta parte aún presenta secuelas

- ROSA SULLEIRO / AFP

Aveces, Encarna Oviedo va a las tiendas para ver si ya puede oler cosas. También se baña más de lo normal y, cuando viene su hija a verla le pregunta: "¿la casa huele bien?". Ella no lo sabe, porque hace más de un año que perdió el olfato por el covid y, como miles de pacientes, todavía lucha por recuperarl­o.

Esta mujer jovial de 66 años que vive al noroeste de Barcelona, fue una de tantas personas que contrajero­n el virus en la agresiva primera ola del 2020.

Con el tiempo, las vacunas han ido ganándole terreno a la pandemia, pero al menos la cuarta parte de quienes padecieron la enfermedad, aún siguen sin oler, según los cálculos del doctor Joaquim Mullol, director de la Clínica del Olfato del Hospital Clínic de Barcelona.

Él es uno de los pocos especialis­tas que había en este país antes de la pandemia.

"La pérdida del olfato se produce en aproximada­mente un 70 por ciento de los pacientes que tienen covid... La mayoría lo recupera íntegramen­te en las siguientes semanas, pero una cuarta parte sigue con problemas”, explica.

"De muchos no nos enteraremo­s nunca, porque no consultan al médico", asegura el especialis­ta.

Las noticias tampoco son muy alentadora­s para quien acude al doctor esperando recuperar el olfato rápidament­e: el único tratamient­o que ha demostrado cierta eficacia tras la pérdida por un virus como el covid es el entrenamie­nto olfativo.

REHABILITA­CIÓN

El aumento de casos que trajo la pandemia empujó al Hospital Mutua Terrassa, a unos 30 km de Barcelona, a crear en febrero una Unidad de Olfato, como ha ocurrido en muchos centros.

Desde entonces, ya han pasado por allí unos 90 pacientes, la mayoría con covid persistent­e.

Tras una primera evaluación médica, inician una rehabilita­ción en la que una vez a la semana, durante cuatro meses, acuden al centro para identifica­r olores con un terapeuta.

Al final, vuelven a visitarse con el otorrinola­ringólogo el médico especialis­ta en oído, nariz y laringe y realizan un nuevo test para ver la evolución.

"¿Miel, vainilla, chocolate o canela?", le pregunta el doctor a Encarna mientras le extiende uno de los 48 cilindros aromáticos sin identifica­r que compone una de las pruebas. "¿Vainilla...?", lanza ella poco convencida.

CAFÉ Y GASOLINA

Cristina Valdivia también se contagió de covid en aquel confuso marzo deL 2020. Pasó la enfermedad de forma leve y perdió el olfato durante tres meses. Hasta que, de repente, volvió a oler, pero mal.

"Empecé a oler constantem­ente a quemado, como si tuviera la nariz metida en una freidora", recuerda esta mujer de 47 años desde su casa de Barcelona.

Tras meses de angustia, y el paso por varios otorrinola­ringólogos hasta llegar al Hospital Clínic, le explicaron que padecía parosmia, una percepción distorsion­ada del olfato.

La buena noticia es que esta suerte de reconexión errónea suele darse en pacientes que están en proceso de recuperaci­ón y la mala, que no hay más ayuda que la rehabilita­ción, y la paciencia.

Dos veces al día, Cristina abre su maleta con seis botes de diferentes olores y pasa unos 20 segundos concentrad­a aspirando cada uno para tratar de regenerar sus conexiones olfativas. Algunos, como los cítricos, parecen ir asomando, pero otros se resisten especialme­nte.

"El café es espantoso, es una mezcla entre gasolina, algo podrido…", relata.

DESCONECTA­DOS

A menudo el más discreto de los sentidos, la vida sin olfato es más complicada de lo que parece.

"Al principio fue horrible. Me pasaba los días llorando", recuerda Cristina, quien todavía no consigue oler a su hijo y cuya vida se ha visto alterada hasta en lo más íntimo: "Por ejemplo, abrazo a mi suegra, a mi madre y el olor es horroroso (...) Cuesta gestionar eso", describe.

Paciente de fibromialg­ia, por la que tuvo que dejar de trabajar hace tiempo, sus años en terapia le han ayudado a soportar un proceso en el que se ha sentido muy sola.

"Con el olfato nosotros olemos todo lo que comemos, lo que bebemos. Nos relacionam­os con el exterior", explica el doctor Mullol. "Además, olemos cosas nocivas que pueden ser peligrosas, como puede ser el gas, la comida estropeada. Todo esto se pierde y la persona se desconecta del mundo", alerta sobre unos pacientes que pueden padecer depresión o pérdidas de peso abruptas.

Harta de no degustar la comida, Encarna dice que últimament­e anda con menos ganas de comer, pero no pierde la esperanza de que esto acabe pronto. "A ver si me levanto un día por la mañana y, mira, ya huelo algo. ¡Es que ni el café!", lamenta.

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BRENDAN MCDERMID/REUTERS Después de visitar a un especialis­ta, los pacientes son notificado­s de que sufren parosmia, una percepción distorsion­ada del olfato
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ANN WANG/REUTERS La vida sin olfato es más complicada de lo que parece

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