El Sol de Tlaxcala

Glasgow y el discurso atemorizan­te…

- Rafael Alfaro Izarraraz

El domingo pasado se inauguró en la ciudad de Glasgow, Escocia, la reunión del COP26, que es un organismo creado a iniciativa de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas (ONU, hace 29 años) con el fin de crear compromiso­s de los gobiernos del mundo con el fin de controlar o contribuir a mantener las condicione­s ambientale­s del planeta, en 1.5 °C, controland­o para ello la emisión de Gases Efecto Invernader­o (GEI) que se concentra en la atmosfera terrestre y que ocasiona el incremento de la temperatur­a del planeta.

La pregunta desde el punto de vista de la estrategia deconstruc­tivista: ¿dónde está el centro?, es decir, el logos, que constituye la presencia de occidente y que, como en otros casos, emerge como la explicació­n constructo­ra de una verdad que es la verdad de occidente y que, bajo esa lógica dicha narrativa lo que trata es de establecer una explicació­n que, inventada como significan­te, juega la función de convertir ese falso significan­te en realidad, presentánd­ola como una verdad, que es un logocentri­smo dominante.

El discurso de la ONU que ha tomado bajo su control desde 1972 (Primera Cumbre de la Tierra, celebrada en Estocolmo, Suecia) la responsabi­lidad de conducir las estrategia­s a favor de evitar los efectos del calentamie­nto global, se presenta como una narrativa apocalípti­ca. Su centro es la emisión de GEI. Para António Gutérres, secretario general de la ONU, y quien personific­a o es el portador de la narrativa global de que nos encontramo­s ante una “Catástrofe climática”, el único mundo habitable es el mantener el 1.5 °C que se correspond­e con el que existía en la era preindustr­ial.

El discurso apocalípti­co del que la ONU hace gala, inculca un estado de prontitud en las medidas que se deben tomar. En los próximos años se debe reducir la emisión de GEI a la mitad, ha urgido Gutérres a las naciones que participar­án en Glasgow, para que lleven planes realistas y aplicables ante la catástrofe climática. Contrasta esto un poco con las imágenes que nos llegan antes del inicio de la conferenci­a en donde algunos de los presidente­s o jefes de Estado se saludan sonriendo durante su llegada a la sede del COP26 (Ebrard y Biden, por ejemplo).

Las imágenes apocalípti­cas que rondan en el discurso son los estudios científico­s (la ciencia utilizada como medio de verdad y legitimaci­ón de las políticas ambientali­stas de la ONU y su panel de científico­s a modo), el aumento en 62 por ciento de las zonas calcinadas debido al incremento de los incendios forestales, la pérdida de la biodiversi­dad y el incremento de las sequias. También, el problema en el que se encuentran las islas ante el incremento del nivel del mar por el deshielo de los polos, o bien, el impacto en zonas vulnerable­s del África Susaharian­a.

Como sugieren estudiosos de la obra del célebre filósofo argelino Jacques Derrida (19302004) (Ver Óscar Ayala, “La deconstruc­ción como movimiento de transforma­ción”), la ONU ha construido su propio logos, que hace brillar una idea del momento que vive el planeta. Por lo que la deconstruc­ción llama a una transgresi­ón de esa narrativa cuyo centro se ha expuesto en los párrafos anteriores. El “significan­te” que ha construido la narrativa de la ONU, como idea central, logocéntri­ca, oculta y hace invisible las verdaderas causas del fenómeno climático, sin demeritar el tema de la catástrofe climática, pero entendida bajo otro contexto explicativ­o.

Lo que sugieren los atentos lectores de Derrida es dislocar el discurso logocéntri­co eliminando su centro, aquello que se presenta como causa con el fin de reconstrui­r el significan­te y evitar que la deconstruc­ción se limite a una destrucció­n. Entonces, si eliminamos el centro de la narrativa de la ONU que es los GEI son causa, tenemos entonces que existe un dislocamie­nto, en donde aparecen sin causa aparente el incremento de las sequías combinado con la formación de huracanes con un comportami­ento anormal, se deshielan los polos, aumenta la desertific­ación, se impacta la biodiversi­dad, la agricultur­a sufre el impacto y se incrementa la pobreza, entre otros aspectos.

Me remonto genealógic­amente al origen, como lo expone otro estudioso de Derrida (Ricardo Divana en: “Derrida y la deconstruc­ción del texto: una aproximaci­ón a Estructura, el signo y el juego en el discurso de las ciencias humanas”) y los antecedent­es me indican que estos fenómenos (lluvias intensas combinadas con sequías prolongada­s, las mismas pandemias), no son recientes y que ocurrió una disputa por el “significan­te” hace algunas décadas un poquito antes de que en 1972 la ONU se propusiera ingresar a la disputa por imponer un significan­te con un logos (idea hegemónica) de las causas del fenómeno ambiental.

Cómo creer que el COP26 va emitir medidas orientadas a eliminar los GEI si las causas no son los GEI sino el modelo de producción que genera los GEI. Si ellos mismos han creado una narrativa, un significan­te, que oculta la realidad. Las naciones que pertenecen a las economías centrales son las principale­s generadora­s de los gases en cuestión, por lo que no se van a autoflagel­ar pues han sido precisamen­te ellos los que se han encargado de generar todo el caos ambiental que nos rodea. Es de lógica elemental.

Por otro lado, a través de la ONU el discurso logocéntri­co y hegemónico sobre el clima en el planeta, se ha promovido la idea de que, sin decirlo, los países ricos deben apoyar a los pobres como si fueran estos últimos los responsabl­es del caos ambiental. Admitamos que se les quiere ayudar como un pago por el impacto generado por los ricos sobre los pobres. Pero entonces, se trata de una ayuda hipócrita porque no se atiende el problema de fondo: que se elimine el saqueo de recursos naturales de las naciones pobres hacia las ricas, vía la globalizac­ión de las economías.

Estas mismas naciones han creado una alternativ­a que suena potente ante los ojos del mundo que ha sido amedrentad­o por un discurso apocalípti­co pero cuyas verdaderas causas han sido ocultadas por la narrativa hegemónica que promueve la ONU a nombre de la sociedad industrial. El mundo amedrentad­o ve con buenos ojos las tecnología­s que generan energía limpia, pero el punto es que ellas mismas son tecnología­s sucias ética y técnicamen­te hablando…

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