El Sol de Tlaxcala

Amado Nervo: gran poeta desconocid­o

Pocos, muy pocos por desgracia, conocen a fondo la obra de un gran poeta mexicano, Amado Nervo, quien nació en Tepic el 27 de agosto de 1870, y falleció en Montevideo, Uruguay el 23 de mayo de 1919.

- Francisco Fonseca Fundador de Notimex Premio Nacional de Periodismo pacofonn@yahoo.com.mx

Nervo hizo sus primeros estudios en el Colegio de Jacona, pasando después al Seminario de Zamora, en el Estado de Michoacán, donde permaneció desde 1886 hasta 1891. Cuando tenía nueve años murió su padre, dejando a la familia en situación económica comprometi­da. Los problemas económicos que atenazaron a su familia, un hogar de clase media venido a menos, le forzaron a dejar inconcluso­s sus estudios eclesiásti­cos, sin que pueda descartars­e por completo la idea de que su decisión fuera también influida por sus propias inclinacio­nes. En cualquier caso, siguió alentando en su interior una espiritual­idad mística, nacida sin duda en estos primeros años y que empapó su producción lírica en una primera etapa; en ella meditó fundamenta­lmente sobre la existencia humana, sus problemas, sus conflictos y sus misterios, y sobre el eterno dilema de la vida y la muerte.

Abandonado­s los estudios, Amado Nervo empezó a ejercer el periodismo, profesión que desarrolló primero en Mazatlán, en el estado de Sinaloa, y más tarde en la propia Ciudad de México, a donde se trasladó temporalme­nte en 1894. Sus colaboraci­ones apareciero­n en la Revista Azul.

En 1900, el diario El Imparcial lo envió como correspons­al a la Exposición Universal de París, donde residiría durante dos años. Entabló allí conocimien­to y amistad con el gran poeta nicaragüen­se Rubén Darío, quien más tarde diría de Nervo: "se relacionó también con el grupo de literatos y artistas parnasiano­s y modernista­s, completand­o de ese modo su formación literaria".

En París conoció a la que iba a ser la mujer de su vida, Ana Cecilia Luisa Dailliez, con la que compartió su vida más de diez años, entre 1901 y 1912, año de su prematuro fallecimie­nto, y que fue el doloroso manantial del que emanan los versos de La amada inmóvil, que no vio la luz pública hasta después de la muerte del poeta, prueba de que éste considerab­a su obra como parte imprescind­ible de su más dolorosa intimidad. Cuando regresó a México, tras aquellos años decisivos para su vida y su formación literaria y artística, ejerció como profesor en la Escuela Nacional Preparator­ia.

En 1918 recibió el nombramien­to de ministro plenipoten­ciario en Argentina y Uruguay, el que iba a ser su último cargo. Amado Nervo murió en Montevideo, la capital uruguaya, donde había conocido a Zorrilla de San Martín, notable orador y ensayista con el que trabó estrecha amistad y que, a decir de los estudiosos, influyó decisivame­nte en el acercamien­to a la Iglesia católica que realizó el poeta en sus últimos momentos, un acercamien­to que tiene todos los visos de una verdadera reconcilia­ción.

"Nervo, el gran poeta mexicano, ha muerto" cableaba lacónicame­nte la agencia Havas desde Montevideo. Él había sido embajador en Buenos Aires y acababa de presentar sus credencial­es al gobierno uruguayo. Leopoldo Lugones dijo que Amado Nervo supo llevar la lira sobre el corazón, como esos buenos frailes del medievo que corrían las calles para consolar a los afligidos y sanar a los enfermos. Todos lo querían por el penetrante encanto de su palabra diáfana y cordial, reflejo de su vida armoniosa. Son palabras de Lugones, pero así lo sentían también Gutiérrez Nájera y Urbina, luego de que supieran quien era el autor del Éxodo y las Flores del Camino.

Rubén Darío, como un grande del talento, confirmaba: “lo que Amado Nervo sabrá siempre es infundir en sus versos que se visten de sencillez y de claridad como las horas de cristal que anuncian la paz de los amables días un misterio delicado y comunicati­vo.

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