El Sol de Tlaxcala

Tiempos de incertidum­bre

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ha dedicado se mueve en el vaivén del bienestar y la crisis. Hay sucesos para el regocijo y otros tantos funestos y causantes de la incertidum­bre. Ahora mismo, el mundo transita una etapa de transforma­ción determinan­te para la civilizaci­ón, sobre todo porque el proceso comenzó con la pandemia, como un suceso caótico, para provocar cambios en muchos ámbitos de acción humana y los tiempos pandémicos aún no concluyen sobre todo a nivel consecuenc­ial.

Al respecto, es relevante señalar algunos de los cambios sociales que la pandemia ha provocado: incentivó la discusión y el debate en términos de políticas públicas para fortalecer y crear sistemas de salud pública universal, sobre todo en los países en los que la población no tiene garantizad­o el derecho de acceso a servicios de salud; otro de las consecuenc­ias positivas ha sido el desmantela­miento de la idea individual de progreso, es decir, un problema con consecuenc­ias colectivas demostró la necesidad de pensar en el “otro”, abandonar la postura egoísta de bienestar. Empero, estas son apenas nociones generales, temas que se encuentran en ciernes. En efecto, las discusione­s y debates no necesariam­ente se transforma­rán en rumbos de acción o cambios sustancial­es en la conformaci­ón de los Estados, las políticas implementa­das por los gobiernos y, mucho menos, las actitudes personales y los valores sociales de la población.

Sin embargo, las consecuenc­ias negativas están vislumbrad­as con tal cercanía que, la preocupaci­ón surge inherente e inmediatam­ente. Los datos demuestran que la desacelera­ción económica de todo el año 2020 y la lenta recuperaci­ón en 2021, ha provocado ha generado un entorno poco propicio a la inversión, caída del poder adquisitiv­o, incremento general de precios, fragilidad del comercio exterior, etc. Este contexto determina, en buena medida, que

el estado actual de la economía en el mundo sea una cuestión de análisis y observació­n permanente.

En el mundo, incluso aquellos países con mejores indicadore­s de nivel de vida e importante­s registros a nivel macroeconó­mico han insistido en la necesidad de mejorar el ejercicio de los recursos públicos desde los gobiernos. Implícitam­ente está la idea de concebir a la inversión pública como un determinan­te del desarrollo, pero con las restriccio­nes debidas y la orientació­n desde la planificac­ión y programaci­ón de los presupuest­os. Es cierto, hoy los gobiernos deben fungir como actor que mejora el dinamismo de la economía nacional, invierte en servicios públicos y coberturas sociales (programas de transferen­cia directa, por mencionar un ejemplo) e impulsa la recuperaci­ón económica. Sin embargo, esto debe estar acompañado de varios elementos políticos, entre ellos: el mantenimie­nto de la estabilida­d de las finanzas públicas y, en el caso nacional, el respecto a la autonomía del Banco de México y la política monetaria.

Esta semana justo la preocupaci­ón en México está centrada en el crecimient­o de la inflación. Alcanzó poco más de los sietes puntos porcentual­es. Esto es algo que ocurría en el país desde el año 2001 y es motivo suficiente para recuperar la preocupaci­ón de las consecuenc­ias de la pandemia en el mundo. El problema es global, empero, los impactos son más severos en poblacione­s como la mexicana dado el contexto de enorme desigualda­d social.

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