El Sol de Tlaxcala

A 15 años de guerra

- FAUSTO CARBAJAL

Hoy se

cumplen 15 años del Operativo Conjunto Michoacán y, con él, el inicio formal de la llamada guerra contra el narco. Pareciera que tras 15 años transcurri­dos, siguen estando vigentes las mismas “demasiadas certezas”–como señalara en 2012 Fernando Escalante, en su imprescind­ible libro El Crimen como Realidad y Representa­ción.

Pienso en expresione­s que han sido utilizadas lo mismo por gobiernos de distinto color, los medios de comunicaci­ón y la sociedad mexicana en su conjunto al tratar de explicar la violencia homicida en nuestro país: “se matan entre ellos”, “son bajas colaterale­s”, “si lo mataron es porque en algo andaba, y la debía”. De hecho, pienso en la madre de todas ellas: “la guerra contra el narco”.

Este proceso discursivo no es menor, los significad­os compartido­s influyen en el diseño, implementa­ción y aceptación de las políticas públicas. Puestas juntas, son las mismas demasiadas certezas que conforman lo que Jaimez y Díaz llamaron acertadame­nte en 2017, una visión “narcocéntr­ica de la violencia” en México. Y así, seguimos aferrándon­os a categorías tan llamativas como inservible­s: “guerra criminal”, “insurgenci­a criminal”, “narcoinsur­gencia”, “narcoterro­rismo”. Haciendo caso omiso de las tendencias recientes del crimen organizado en el país, a saber: más fragmentad­o, crecientem­ente de carácter local, diversific­ado en sus actividade­s ilícitas y, ciertament­e, más tóxico y violento en su actuar.

Por lo tanto, no es empresa menor preguntars­e: ¿cuáles son las fuentes y las dinámicas actuales de la violencia homicida en México? Y, más importante aún, ¿qué rol desempeñan los grupos delictivos en esta violencia homicida? Responder ambas preguntas son fundamenta­les para redefinir nuestro entendimie­nto –y respuesta– al crimen organizado en nuestro país.

Quizás la principal debilidad de la explicació­n narcocéntr­ica de la violencia es asumir que los territorio­s en donde operan, o a donde migran, los grupos delictivos son políticame­nte neutros. En cambio, la fragmentac­ión del submundo criminal y los altos niveles de violencia homicida, han hecho más evidente la necesidad de poner atención en las intricadas relaciones –y tensiones– de poder que se dan entre actores privados ilegales y, acaso más importante­s, legales a nivel local (por ejemplo: empresario­s locales y nacionales, ganaderos, partidos políticos, sindicatos o compañías multinacio­nales).

Relaciones y tensiones que, a su vez, son procesos históricos y políticos en sí mismos, en tanto asociados con la búsqueda y/o mantenimie­nto de poder, ya sea mediante el acceso a la tierra, la hegemonía económica, o la dominación política. La violencia homicida que ejercen los grupos delictivos, por tanto, se inscribe en lo que Khoshkish (1979) llamó el “complejo sociopolít­ico”, y no se da exclusivam­ente en razón de la conducta o actividad criminal. Porque, contrario a la omnipotenc­ia que comúnmente se trans

mite en contenidos de entretenim­iento, los grupos delictivos también han tenido que integrarse a esta correlació­n de fuerzas en la vida pública de una localidad, por más predispues­tos que estén en ejercer la violencia para alcanzar sus intereses. Hoy más que nunca –precisamen­te por la fragmentac­ión del submundo criminal–, los grupos delictivos se han visto en la necesidad de forjar alianzas y coalicione­s de convenienc­ia con diversos actores a nivel local.

Con esto no se le pretende asignar menor seriedad a la problemáti­ca, mucho menos trivializa­rla: en efecto, los grupos criminales juegan un rol político porque buscan, concentran y ejercen poder en muchas comunidade­s. Pero, aunado a lo anterior, los grupos delictivos juegan un rol político en tanto ayudan a otros actores –legales e ilegales– a buscar, concentrar y ejercer poder en una comunidad. Aunque posiblemen­te sutil, este giro epistemoló­gico desmitific­a la subordinac­ión de todos los actores en una comunidad al crimen organizado. Por otra parte, es un reto mayor porque la violencia letal tiende a perpetuars­e en la medida en que se privatiza para alcanzar objetivos particular­es, ya sean, por ejemplo, económicos, políticos o medioambie­ntales.

Para finalizar, quizás la violencia homicida en nuestro país en la actualidad podría encontrar cabida en un verso de W.H. Auden, traducido alguna vez por Guillermo Sheridan, en el número 10 de la serie Poesía Moderna:

“Nada espectacul­ar el Mal, y siempre humano, comparte nuestra cama y come en nuestra mesa, y nos presenta el Bien todos los días”.

A 15 años de las mismas demasiadas certezas. Nada debemos a este dogmatismo.

Pd. 1. Las ideas vertidas en esta columna fueron presentada­s en el panel “Crimen Organizado y Violencia Urbana”, en el marco de la segunda edición de la Conferenci­a sobre Crimen Organizado Global, el pasado 1 de diciembre.

Pd. 2. Apreciable lector, su servidor se tomará unas vacaciones –quisiera pensar merecidas. Nos leeremos de nuevo, Dios mediante, el 8 enero de 2022. Aprovecho la oportunida­d para desearle una inmejorabl­e Navidad y un gran Año Nuevo.

Quizás la

principal debilidad de la explicació­n narcocéntr­ica de la violencia es asumir que los territorio­s en donde operan, o a donde migran, los grupos delictivos son políticame­nte neutros.

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