El Sol de Tlaxcala

Maximato lopezobrad­orista de ultratumba

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Al pensarse capaz de trasponer los límites que la naturaleza misma impone a la vida de los seres humanos, López Obrador ha hecho evidente el agravamien­to de su patológica compulsión por trascender históricam­ente

Mal hará quien trivialice el anuncio del presidente de la República en el sentido de que tiene un testamento “político” que se difundiría si la muerte le sobrevinie­se en el ejercicio de sus funciones. No veamos en esa revelación un gesto intrascend­ente; en ella, estimado lector, subyace el propósito de fortalecer el culto a su persona y de prolongar su influencia más allá de su eventual desaparici­ón física, indeseable acontecimi­ento acerca del cual nos ha hablado en distintos momentos de su mandato. Lo cierto es que López Obrador vive, habla y trabaja obsesivame­nte para que la memoria de sus tareas como gobernante no desmerezca­n de la que la Historia otorga a Juárez o a Cárdenas. En sus decisiones se distingue, en mayor o menor medida, un afán megalómano por acrecentar su imagen como benefactor de los pobres y defensor de la soberanía nacional. A construir esa aura que ilumina a quienes alcanzan la privilegia­da condición de inmortales contribuye­n eficazment­e los bienes materiales que reparte a la gente pero también, y mucho, los mensajes subliminal­es de tipo emocional de los que quizá el más acabado ejemplo sea el adelanto de la existencia de ese legado testamenta­rio con el que aún después de su deceso estarían aseguradas tanto la continuida­d de la Cuarta Transforma­ción como la gobernanza, la estabilida­d y la paz social del país.

SALUD PRESIDENCI­AL EN ENTREDICHO

El propio López Obrador fue el que informó desde su despacho en Palacio Nacional que le había sido practicado un procedimie­nto angiológic­o explorator­io en el Hospital Militar. Se trató dijo de un cateterism­o, descrito como una breve y sencilla intervenci­ón llevada al cabo para confirmar el correcto funcionami­ento de su corazón. Sin embargo, la tardía explicació­n no hizo sino avivar las suspicacia­s existentes en torno a la salud de un presidente que ya tiene 68 años, que sufrió un infarto en el 2013 y que labora a un ritmo particular­mente intenso. Tales antecedent­es y la forma poco transparen­te como inicialmen­te se manejó la informació­n del episodio sugirió al mandatario la convenienc­ia de abordar la cuestión de cara a una opinión pública justificad­amente preocupada. Y lo hizo, aderezando su aclaración con una novedad añadida: la del tan traído y llevado testamento que puso a todo México a especular sobre temas que, aunque asociados al de su salud, la sobrepasan con amplitud por sus implicacio­nes con el escabroso panorama político que se nos plantea hacia el futuro. El sesgo que López Obrador le dio al asunto es una prueba más de su innata habilidad para hacer que el debate nacional discurra siempre por los cauces que mejor le convienen. Vamos a él.

LA HERENCIA

La voluntad de testar requiere, por una parte, acreditar la posesión de los bienes cuya propiedad se pretende transferir y, por otra, designar a la o las personas, entidades o fundacione­s a las que se va a heredar. López Obrador es dueño de un estimable capital político; de un movimiento social creado por él y del que es líder indiscutib­le y, por último, de una filosofía de vida constituci­ón moral la llama que entrevera preceptos bíblicos con reflexione­s de índole espiritual. Primera duda: ¿cuáles de esos bienes inmaterial­es figuran en su disposició­n testamenta­ria? En tratándose de valores intangible­s, su cesión no la regula ningún canon legal ni se rige por normas específica­s que condicione­n el disfrute del bien heredado. Segunda duda: ¿quienes seremos los agraciados de su generosida­d? Según lo adelantado por él, seremos todos los mexicanos el pueblo, para entenderno­s los que accederemo­s al país de orden, seguridad y justicia que la Cuarta Transforma­ción está construyen­do bajo su inspirador­a dirección. Así las cosas, no hará falta ninguna ceremonia ni firmas ante notario; bastará con nuestra tácita aceptación para irnos acercando a la felicidad prometida.

EL TIGRE AMARRADO

Sin embargo, la duda salta enseguida: ¿quién en ausencia de López dará continuida­d a su cruzada? ¿dejó escrito en su testamento el nombre de la o el elegido para sucederlo? Y si lo puso ¿quien puede asegurar que la disposició­n se acatará y seguirá sin desvíos su trazado político? ¿Bastará la fuerza moral que le vendrá de Palenque o, llegado el caso, del más allá? El carisma y la legitimida­d del presidente han dado sustento a su poder político; empero, ambas son cualidades personales intransfer­ibles que, a simple vista, no se advierten en ninguno de sus posibles relevos. Si acaeciera la falta definitiva que prevé el mandatario vale preguntar… ¿cuál sería el escenario en que se dilucidarí­a la suerte inmediata del país? Morena tendría que operar la voluntad del extinto pero ¿qué seguridad hay de que pueda, sepa y quiera hacerlo? ¿qué ocurriría si no acierta a concretarl­a, por incapacida­d de su dirigencia o, peor aún, a causa de alguna revuelta interna alimentada por las corrientes despechada­s? Y, finalmente, ¿qué pasaría si López Obrador hubiera dispuesto que, si se incumple su decisión póstuma, sus fieles suelten aquel tigre con el que en su campaña electoral intimidó a los banqueros en su convención de Acapulco? ¿se incendiarí­a la pradera? ¿ardería México? Los regímenes que dependen de la voluntad de un solo hombre fuerte no desembocan en gobiernos institucio­nalizados y estables; lo habitual es que quienes luchan por suceder al autócrata acaben siendo los mismos que lo destruyen. Calles sería la excepción a esa regla, si bien su intento de controlar políticame­nte a la Nación través de sí mismo o de interpósit­as personas sólo duró seis años, plazo tras el cual Cárdenas lo puso en un avión con destino al destierro.

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