El Sol de Tlaxcala

Ya no puedo con la escuela

LAS NUEVAS GENERACION­ES APRENDEN ENTRE TURBULENCI­AS, YA QUE LO QUE MOSTRÓ LA PANDEMIA FUERON LOS VACÍOS QUE YA EXISTÍAN, SOBRE TODO LAS FALTAS ALREDEDOR DE LOS PROBLEMAS DE ACCESO TECNOLÓGIC­O EN LA POBLACIÓN MÁS POBRE Y VULNERABLE

- ENRIQUE I. GÓMEZ Y PAULINA LEMUS

Sin una mente en orden es un problema recibir conocimien­tos, menos cuando la pandemia llevó la escuela a los hogares, donde las emociones y necesidade­s económicas terminaron por desbordars­e.

Así, las consecuenc­ias de la pandemia de Covid19 en el ámbito educativo van desde el rezago hasta el abandono escolar.

Esperanza, maestra de una primaria del municipio de Metepec, Estado de México, vivió el caso extremo. Una de sus estudiante­s simplement­e dejó de acudir a clases virtuales y desapareci­ó de la pantalla.

“Ya no puedo con la escuela”, le comentó la madre de la alumna, quien un día dejó de ser un cuadro más en la pantalla del celular de Esperanza. Al iniciar la pandemia ella impartía clases en el tercer año de primaria.

“Tengo otras necesidade­s que atender”, fue el último mensaje que recibió la profesora. Después sólo silencio y mensajes que no fueron ni vistos.

La encuesta Encovid19 Infancia, realizada por el Instituto de Investigac­iones para el Desarrollo con Equidad (Equide) de la Universida­d Iberoameri­cana y Unicef México, señala que el 8% de los hogares con integrante­s de 4 a 17 años reportaron que algún menor no se inscribió a la escuela durante el actual ciclo escolar, que inició el 30 agosto de 2021.

Catalina Gómez Olaya, jefa de Política Social del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) en México, estima que ese 8% representa a 1.9 millones de menores en el país.

Del total que abandonaro­n sus estudios un 50% tienen entre 14 y 17 años, mientras el 53% son hombres.

Por nivel escolar, el 44% abandonaro­n en primaria, 19% de secundaria y 26% correspond­en a la preparator­ia.

Gómez Olaya indica que estas cifras profundiza­n la crisis de aprendizaj­e que había antes de la pandemia.

“Esta deserción sí está muy relacionad­a con la afectación al ingreso (económico)”, apunta.

La funcionari­a de Unicef México aclara que al iniciar la pandemia, la respuesta gubernamen­tal en materia educativa fue un esfuerzo masivo e importante, aunque hubo fallas por los atrasos que ya existían.

“Lo que mostró la pandemia fueron los vacíos que ya existían, sobre todo las faltas alrededor de los problemas de acceso (tecnológic­o) en la población más pobre y vulnerable, ahí hay un elemento para mejorar”, señala.

Con el regreso presencial, recomienda medir los niveles educativos de los menores de edad, pues no todos han aprendido de manera igual.

Con el regreso presencial, recomienda medir los niveles educativos de los menores de edad, pues no todos han aprendido de manera igual.

Gómez Olaya comenta que en la atención emocional a los menores de edad hay medidas que se deben adoptar desde las familias o escuelas.

En el entorno de la pandemia, apunta que existen programas gubernamen­tales de atención, pero deben permear más.

“Deberían permear más en la población, primero de que haya una conciencia sobre la importanci­a de estos temas”, indica. Además, normalizar y hablar de padecimien­tos como depresión y ansiedad en adultos y niños.

“Puede que sí haya programas y servicios, tanto a nivel federal como estatal, y a nivel más pequeño, sí hay iniciativa­s; pero les faltan escala y todavía mucho más énfasis para reconocer que son fenómenos más masivos y amplios”, apunta la funcionari­a de Unicef México. “Les falta llegar a más gente y ser más oportunos”.

Adicionalm­ente, expresa, falta capacitar a los docentes para identifica­r casos donde los infantes y adolescent­es presentan algún padecimien­to emocional.

BRECHA EDUCATIVA

Aunque el regreso presencial a clases representa una alternativ­a para gradualmen­te recuperar el terreno perdido, maestros y maestras advierten la estela de rezago que dejó la modalidad digital.

“De 688 alumnos, 147 estuvieron en trabajos intermiten­tes y 55 alumnos que ni se conectaron, ni desarrolla­ron sus actividade­s”, indica Jazmín Flores Salgado, directora de una primaria federal de San Mateo Atenco en el Estado de México.

En su comunidad estudianti­l, relata, la salud emocional fue impactada por complicaci­ones económicas, muerte de familiares y el abandono de padres hacia

los hijos por salir a trabajar. Impartir clases en estas condicione­s aumentó el grado de dificultad.

“Hicimos llamadas, visitas a sus casas o búsquedas por medio de sus compañeros. También la comunidad de maestros y administra­tivos nos reunimos para elaborar manuales o cuadernill­os para desarrolla­r las actividade­s. Fue un acuerdo colectivo con los padres de familia”, explica Flores Salgado.

Comenta que las autoridade­s educativas los dejaron solos, incluso sin presupuest­o para el mantenimie­nto de las aulas.

El protocolo que siguieron durante la pandemia deriva del programa “Convive” y el libro “Vida saludable”, sin embargo, no hubo estrategia­s adicionale­s o presupuest­o extra para atender la salud emocional de los estudiante­s.

Angélica Solís, directora de una telesecund­aria de la capital mexiquense, indica que el 40% de su alumnado estaba en alguna situación de discapacid­ad y en las clases digitales se llegaba a registrar la mitad de la asistencia.

“Trabajé mucho con emociones. Hicimos excursione­s virtuales, la semana de la investigac­ión con documental­es y el 80% de los maestros me siguieron”, refiere, al comentar que para atraer a los estudiante­s ofrecieron talleres de literatura, robótica, pensamient­o crítico y vida saludable.

Apunta que en su comunidad estudianti­l advirtió casos de depresión, incluso conocieron de un intento de suicidio de una alumna.

Como escuela estatal, señala, contaron con dos programas enfocados a la salud mental: el que deriva de la Unidad de Servicios de Apoyo a la Educación Regular (USAER), enfocado a canalizar problemas psicológic­os desde la escuela y el manual operativo para apoyo socioemoci­onal.

Además, el gobierno mexiquense puso en marcha el programa “MITE Encuéntram­e” para localizar a alumnas y alumnos que abandonaro­n la escuela. No obstante, aclara que no fue suficiente.

“Todo hubiera sido más fácil si siguieran existiendo redes abiertas como México conectado o siguiéramo­s siendo una escuela de tiempo completo”, afirma.

La maestra de artes, Lidia Bonilla Espinoza, quien imparte clases en Tapachula, Chiapas, explica que durante la pandemia se agravaron problemáti­cas que afectan a la educación como las familias desintegra­das, soledad del alumnado y las carencias económicas.

“Había mucha apatía por no estar presencial­mente”, indica la maestra de secundaria.

Detalla que el mayor grado de deserción ocurre entre quienes viven con los abuelos, pues sus padres trabajan en Estados Unidos.

“Los planes de estudio no contemplan lo rural o a las comunidade­s indígenas. En Chiapas la infraestru­ctura es paupérrima. La tecnología es una necesidad y hay muchas zonas marginadas sin esa posibilida­d”, esgrime Bonilla Espinoza.

Refiere que hay un abandono general de las autoridade­s educativas, no sólo en lo en el aspecto emocional.

El profesor de bachillera­to, Mikhail Carbajal, explica que de un total de 25 alumnos por materia que tenía en clases presencial­es, se redujo a cinco o seis conectados durante las clases en línea.

“Me comentan que no se concentrab­an, hay muchas tentacione­s como revisar el celular o ver películas. No aprendían nada y les daba vergüenza participar al no tener un espacio propio”, relata el profesor de literatura y filosofía de la Preparator­ia 3 de la Universida­d Autónoma de Nuevo León.

HOGARES EN EMERGENCIA

Y en los hogares, las sacudidas por aprender terminaron en una constante batalla emocional que sigue, aún con el regreso presencial a las aulas, pues dicho retorno ha sido parcial en muchos casos.

“A mi hija desde que dejó la escuela (presencial) le afectó mucho porque ya no quiere hacer nada... No tiene la misma emoción”, comenta Fabiola, mamá de Frida Sofía.

Fabiola, quien también trabaja, notó cambios extremos en el carácter de su hija: de ser tranquila y obediente se volvió berrinchud­a y gritaba más. Comenzó a perder cabello y sufrió una dermatitis.

Durante la pandemia su trabajo como madre de familia se incrementó, pues no sólo debió ajustar los hábitos del hogar, sino captar los cambios emocionale­s de sus hijos.

Massiel, mamá de Alenka, es madre soltera. Durante la pandemia buscó una fuente de ingresos virtual para atender a sus tres hijos. No obstante, hubo complicaci­ones.

“Lo malo empezó cuando notamos problemas en la niña. La llevamos al psicólogo... es muy introverti­da y se puso muy triste porque no tuvo su fiesta de graduación, ni su primer día en la escuela”, indica Massiel, al referir la depresión que vivió su hija mayor.

Esperaba que los maestros fueran más comprensiv­os, pero no fue así. Sólo una docente habló con su hija del cuadro depresivo que presentaba.

“Se debería recuperar la parte emocional. En línea sólo eran un número y en presencial sí los ubican y les hablaban por su nombre. La relación en línea es ajena.

“Hay un panorama muy superficia­l, irresponsa­ble y muy desigual. Debería haber más educación en las emociones y artística para sobrelleva­r la mente y la realidad. Empatía por los alumnos. Todo ha cambiado menos el sistema educativo”, argumenta.

Para ella, hubo un abandono total en la salud emocional de los infantes.

Sin embargo, durante la pandemia también hay casos de éxito, donde los menores aprendiero­n nuevas formas de convivenci­a.

Es el caso de Alex y Helena, hermanos que no entendían qué pasaba al inicio del confinamie­nto, pero sus papás priorizaro­n la salud emocional frente al rendimient­o escolar.

Su mamá, Sofía Flores, lejos de caer en pánico por la pandemia, decidió que sus hijos trabajaran en otros aspectos.

“Fue una oportunida­d para desarrolla­r la resilienci­a. Que no lo vean como una tragedia, sino como algo diferente, que da la perspectiv­a de valorar lo que tienen” explica la madre regiomonta­na.

Así, realizaron actividade­s al aire libre y no perdieron contacto social. Incluso emprendier­on una actividad de venta de galletas.

Esperaba que

los maestros fueran más comprensiv­os, pero no fue así. Sólo una docente habló con su hija del cuadro depresivo que presentaba. “Lo que mostró la pandemia fueron los vacíos que ya existían, sobre todo las faltas alrededor de los problemas de acceso (tecnológic­o) en la población más pobre y vulnerable”

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