AIFA, eterno polvillo blanco de las obras incompletas
CDMX. Los números no juegan a favor del primer megaproyecto del presidente Andrés Manuel López Obrador en el día de su inauguración. Tampoco lo hacen las habituales prisas sexenales por fijar plazos fatales y echar a andar obras inacabadas.
Al menos así lo dicen los números de cronómetros y relojes en el recorrido para llegar hasta esta región del Estado de México, que marcan una hora 40 minutos de trayecto desde la estación Lázaro Cárdenas del Metro.
Y sí. Aunque la terminal central del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA) ya está terminada, edificios aledaños, estacionamientos, vías de acceso, escaleras, elevadores y jardines desprenden ese molesto polvillo que se levanta en las construcciones sin terminar.
Desde Avenida de los Insurgentes, en la autopista a Pachuca, por la Vía Morelos, en Tecámac y Ojo de Agua, la celebración deviene en mitin proselitista por la consulta para la revocación del mandato de López Obrador, el próximo 10 de abril. En pancartas y en gritos, en mantas, en camisetas y en arengas.
Y el polvillo que no cesa. Ese concreto pulverizado y ese cemento en partículas luminosas que se levanta desde la desviación hacia el AIFA en la autopista MéxicoPachuca.
Luego la neblina blancuzca de cemento y argamasa en la vía de acceso al “Valle de las Calaveras” –según la derivación del náhuatl de la palabra Zumpango–, luego en los puentes, en los pasos a desnivel, en los estacionamientos, en las palmeras muertas y al interior de la terminal: el polvo está ahí, presente, recordando que este megaproyecto de la Cuatroté no ha terminado del todo.
Hasta la terminal aérea llegaron los gobernadores Alfredo del Mazo y Omar Fayad, ambos priistas y ambos defensores a ultranza, hasta hace apenas tres años, del Aeropuerto de Texcoco, el que iba a ser el megaproyecto del sexenio de su correligionario, Enrique Peña Nieto. Pero los más llegan directo al estacionamiento principal del AIFA. Y entre la euforia y la arenga van esquivando cristales rotos, mechones de soldadura, cintas amarillas de “precaución”, cables eléctricos al descubierto, mangueras de inyección de cemento, elevadores sin terminar y fosas de al menos cinco metros a las orillas de las escaleras.
También se hacen visibles los que llegan y se van en los primeros vuelos. Los que llegan con semblantes de sorpresa al conocer los precios de los taxis (800 pesos de la terminal al Centro Histórico), al observar que no hay un solo negocio abierto, ni cajeros automáticos, ni acceso a la planta baja por la ceremonia de inauguración del aeropuerto.
Y muchos de los que se van, con la impotencia de los tiempos y costos de traslado (una hora cuarenta minutos de Eje Central esquina con Eje 3 Sur; dos casetas de 24 y 62 pesos, por la Vía Morelos, y un cuarto de tanque de gasolina de 350 pesos), así como de la confusa señalización para llegar hasta este sitio.
Mientras, en el estacionamiento persiste ese particular olor a pintura fresca, a soldadura hecha al aventón, a concreto recién cuajado… Y el eterno polvillo en el aire. Ese eterno polvillo blanco de las obras incompletas.