Mujeres vs. Mujeres
Han luchado por años por la equidad e igualdad de género y, al final, son ellas quienes terminan por agredirse. De pena ajena. La diputada federal por el Partido Movimiento Regeneración Nacional, instituto en el poder, Marisol García Segura, calificó como “pendejas” a las panistas que felicitaban a Margarita Zavala, esposa del expresidente de México, Felipe Calderón Hinojosa, tras presentar una iniciativa de reforma que limita facultades al titular del Ejecutivo federal, para determinar el destino del dinero público ahorrado.
El término pendejo tiene dos aristas: una, la que define el diccionario, pelo que nace en el pubis y en la ingle y dos, la coloquial, persona torpe, sinvergüenza o despreciable. Con ese comentario misógino, poco o nada se podrá avanzar en favor de los derechos de las mujeres.
La palabra misoginia, según dicen especialistas en la materia, está formada por la raíz griega “miseo”, que significa odiar, y “gyne” cuya traducción sería mujer, y se refiere al odio, rechazo, aversión y desprecio de los hombres hacia las féminas.
Pero si una mujer odia a otra mujer también es misógino. Nos guste o no, la vida circula en dos ambientes familiares extremos: el patriarcado y matriarcado. Solo que el segundo, ante la gran revolución feminista, ha ido, y para mal, perdiendo fuerza.
Lo peor que nos puede pasar, es evolucionar con un sentimiento de odio y rencor. Eso sí, las mujeres tienen mano ante la ley y están abusando de ello. Aplaudo lo logrado para ellas, el problema es que están aprendiendo a canalizarlo de mala forma y eso es grave. El pasado ocho de marzo mostraron, a los ojos de todos, el rencor por la vida. Se comportaron violentas y cuando se les puso en orden, acusaron ser víctimas de violencia y malos tratos.
Lo interesante fue leer en las redes sociales que mujeres defendieron su violencia con el argumento de que representan una “olla exprés” que debía explotar. Inaceptable. Con sus arranques, muchas féminas asumen una actitud iconoclasta, que se refiere a una corriente que en el siglo VIII negaba el culto a las imágenes sagradas, las destruía y perseguía a quienes las veneraban. No vamos lejos, hoy, destruyen inmuebles y pintan, con consignas obscenas monumentos históricos. Qué culpa tienen.
Su actitud supuestamente tiene que ver con una postura política que se impone ante los regímenes autoritarios.
El problema es que, desde el poder, se alienta la violencia de género. El presidente Andrés Manuel López Obrador se burló cuando una reportera le cuestionó sobre la violencia contra las mujeres y el aumento de feminicidios. Su patética respuesta fue: “Soy dueño de mi silencio” y, la otra, en lo más crítico de la pandemia de Covid-19, cuando una periodista le sugirió que las mañaneras fueran a través de videollamadas para evitar contagios, espetó: ¡Nooo, cómo puede ser eso, yo estoy enamorado de las mañaneras!
La imprudencia y el ego ya no tienen límites en este gobierno. Lástima.
Pero el tema central es la violencia entre las mujeres. A diario, las redes sociales difunden videos golpeándose físicamente, en las escuelas y calles. Se odian entre sí y la gente, divertida, en lugar de evitarlo, usa su celular para grabar escenas grotescas.
Los reporteros “emergentes” están de moda. Cierto, muchas veces grabar cosas ayuda, pero el concepto ha sido distorsionando. El periodismo ha sido degradado, ahora todos pueden ejercerlo con celular en mano. Motivo de otro tema.
El asunto es que, en la euforia por defender los derechos de la mujer, las autoridades olvidan otro tema: las agresiones de féminas contra los hombres.
Los hombres no denuncian ser víctimas de violencia doméstica porque, entre otras cosas, se sienten avergonzados y las quejas suelen ser de burla.
Los discursos ya deben quedar en el olvido es necesario aterrizarlos. Sin duda, existen buenas ideas, las expresadas, por ejemplo, por Cuéllar Cisneros, por Elizabeth Piedras Martínez, presidenta del Instituto Tlaxcalteca de Elecciones, por los exconsejeros Denisse Hernández Blas y Norberto Sánchez Briones y por la activista Eréndira Jiménez Montiel, siempre centradas. En conclusión, como dicen en Estados Unidos de América, “fifty-fifty” (50 y 50). Sería lo ideal.