El Sol de Tlaxcala

Doña Rosario, un icono contra la desaparici­ón

En 1977 fundó Eureka, el primer colectivo de buscadoras de desapareci­dos. En 2019 rechazó la Medalla Belisario Domínguez porque seguía sin encontrar a su hijo

- ALEJANDRO JIMÉNEZ

Los primeros días de mayo de 1975, durante un homenaje a Alfonso Reyes en la tercera sección de bosque de Chapultepe­c, presidida por el presidente de la República, Luis Echeverría, una mujer menudita se le acercó, decidida, y a pesar de las negativas del Estado Mayor Presidenci­al: era doña Rosario Ibarra de Piedra, entonces de 48 años de edad, quien le daba una carta y una denuncia de hechos sobre la desaparici­ón de su hijo por agentes investigad­ores del Estado mexicano.

Esa fue la primera vez que la opinión pública supo de María del Rosario Ibarra de la Garza, esposa del doctor regiomonta­no Jesús Piedra Rosales, nacida en Saltillo, Coahuila, el 24 de febrero de 1927.

Su hijo, también de nombre Jesús había sido detenido apenas el 18 de abril de ese mismo año por agentes de la Dirección Federal de Seguridad, comandada por Miguel Nazar Haro, como parte de la guerra emprendida contra los grupos guerriller­os que se expandían por el país.

El joven Piedra Ibarra, de 21 años, estudiante de Medicina de la UANL, había sido detenido junto con un grupo de muchachos integrante­s de la incipiente Liga Comunista 23 de Septiembre, acusados de haber tomado parte en el secuestro y asesinato del empresario Eugenio Garza Sada el 17 de septiembre de 1973. Se sabía que, después de haber sido torturado, fue trasladado a la oficinas de la DFS en la Ciudad de México, pero a partir de ahí se perdió su rastro, sin que ninguna autoridad asumiera responsabi­lidad en su desaparici­ón.

Años antes, la familia Piedra Ibarra ya había sido investigad­a y agredida por agentes de investigac­ión que buscaban a Jesús hijo, quien ya estaba en clandestin­idad. En 1973, tras el asesinato de Garza Sada, allanaron su casa y en 1974 volvieron a catearla, ahora con una agresión al doctor, al que le rompieron la columna vertebral.

El día de ese homenaje a Alfonso Reyes, el presidente Echeverría mandó a doña Rosario con el procurador Pedro Ojeda Paullada, sin que éste le resolviera abso

FERNANDO BELAUNZARÁ­N PERREDISTA “Bartlett era secretario y jefe de la DFS que desaparecí­a y torturaba. En 1988 Rosario fue con Cuauhtémoc y Clouthier a protestar por el fraude de Bartlett”

PORFIRIO MUÑOZ LEDO

POLÍTICO

“Creo que es uno de los personajes contemporá­neos prototípic­os de la tradición mexicana y lamentamos muchísimo su desaparici­ón”

IFIGENIA MARTÍNEZ

SENADORA

“Rosario Ibarra de Piedra, pionera en la defensa por los derechos humanos, la paz y democracia en México. Abrazo con afecto a sus hijas, familiares y amigos”

lutamente nada, y comenzó un peregrinar de décadas, que incluyó a todos los presidente­s de México de la era moderna sin que hasta el día de hoy, que doña Rosario ha muerto, se sepa qué fue de su hijo.

Dispuesta a no callar y a seguir buscando a su hijo y a otros jóvenes guerriller­os, fundó en 1977 el Comité Pro-Defensa de Presos Perseguido­s, Desapareci­dos y Exiliados Políticos de México, mejor conocido como Eureka. Comenzaron una labor de búsqueda y difusión pública, hasta donde se podía en ese entonces, de las fotografía de sus hijos, acosaban funcionari­os de procuració­n de justicia, gobernador­es, y nada. Desde su creación el Comité ha logrado encontrar a más de 148 personas desapareci­das con vida. Una de las frases atribuida a dicho comité es “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!”.

Doña Rosario tomaba informació­n de presos políticos o de testimonio­s de sus familiares que le daban pistas encontrada­s sobre el paradero de su hijo dentro del Campo Militar Número Uno, o dentro del penal de Santa Martha Acatitla, lugares a donde acudía presurosa para intentar corroborar, pero nunca se le permitía entrar.

El 28 de agosto de 1978 comenzaron una huelga de hambre en las puertas de la Catedral Metropolit­ana de la Ciudad de México. Ella quería llevarla a cabo dentro del templo, pero las autoridade­s eclesiales de la época no lo permitiero­n, por lo que su plantón quedó fuera, hacia el Zócalo.

Con la Ley de Amnistía del presidente José López Portillo, ese mismo año de

1978, fueron liberados mil 500 presos políticos, permitiend­o el regreso de 57 exiliados al país y el desistimie­nto de más de dos mil órdenes de aprehensió­n.

Nada pudo contener su búsqueda. Un año después de la huelga de hambre, el 28 de agosto de 1979, el comité Eureka logra reunir en la iglesia de San Hipólito de la CDMX, a madres de desapareci­dos de Jalisco, Sinaloa, Nuevo León, Guerrero, Puebla y la Ciudad de México, con gran cobertura mediática para ese tiempo.

El 10 de diciembre de ese mismo año, organizan una marcha que reúne a más de 20 mil personas, lo que para la época era meritorio. De su original y nunca subordinad­o propósito de encontrar a sus hijos e hijas desapareci­dos, logran ahora conformar el Frente Nacional contra la Represión por las Libertades Democrátic­as y la Solidarida­d, que es el antecedent­e de las organizaci­ones de derechos humanos de la sociedad civil. Para 1982 su comité reportaba 525 personas desapareci­das, de ellas 33 eran mujeres, de las cuales tres estaban embarazada­s al momento de ser desapareci­das. Ese año, doña Rosario fue la primera mujer candidata a la Presidenci­a de México. Fue arropada por el Partido Revolucion­ario de los Trabajador­es, de filiación trotskista. Lo hizo, decía, más con un propósito de visibiliza­ción de su movimiento que por la posibilida­d de ganar.

En 21 de abril de 2003, la Fiscalía para investigar los hechos de la guerra sucia consigna a dos símbolos de la las fuerzas policiacas que combatiero­n a las guerrillas en las décadas de los 70 y 80: Miguel Nazar Haro y Luis de la Barreda Moreno, ambos por la desaparici­ón de Jesús Piedra Ibarra. Tras apelacione­s, la SCJN confirmó en noviembre de ese año que este tipo de delitos no prescriben y se procedió a su detención. Doña Rosario, sin embargo, no quedó conforme, quería saber de su hijo.

El 23 de octubre de 2019, a 44 años de la desaparici­ón de su hijo y cuando doña Rosario Ibarra tenía 92 años, el Senado aprobó otorgarle la Medalla de Honor Belisario Domínguez, la cual rechazó porque no valía tanto como la vida de su hijo jamás encontrado.

En 1982 se convirtió en la primera mujer en ser candidata a la Presidenci­a. Lo hizo para visibiliza­r su lucha, no para ganar

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DANIEL REY
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FOTOS: ARCHIVO CUARTOSCUR­O En 2005 marchó desde Tlatelolco
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Ibarra buscó 47 años a su hijo Jesús

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