Ibarra vive y su ideal seguirá aquí
CDMX. Murió una mujer. Rosario Ibarra de Piedra, cuya palabra fue y es más fuerte que el viento. Trascendió los años y las vicisitudes. Ninguna como ella, se levantó contra los poderes en tiempos de persecución y silencio. Derribó todas las puertas para expresar no su dolor, sino su capacidad para interpelar la injusticia.
Como hoy, sin su presencia física, ella hizo de la ausencia de su hijo, Jesús Piedra Ibarra —desaparecido en 1975—, una bandera permanente en favor del derecho, la justicia y la disidencia democrática. Su condena fue, es cabal y su congruencia indiscutible. Mujer indómita durante 40 años, tuvo una vida de lucha ilimitada por la justicia, la verdad y la libertad.
Ese es su mayor legado. Nos dejó en claro que la fortaleza de una mujer no reside en ser víctima, sino en transformar la distorsionada imagen con la de la convicción, tenacidad y crítica sostenida. Creativa y con resultados, su tarea permitió la recuperación de 500 desaparecidos. Transgredió el mandato que para las mujeres significa maternidad y, si bien padeció la tragedia, esta la lanzó a una búsqueda incansable –como la que hacen las madres buscadoras–, en 1975, cuando su hijo fue detenido, al margen de todas las disposiciones legales, bajo la acusación de pertenecer a un grupo armado. Sus captores lo desaparecieron ese año, es hora de la verdad. Son más de 95 mil desapariciones –desde marzo de 1964– y, según la ONU, sólo 36 condenados.
GALARDÓN
Cuando el Senado de la República le otorgó la Medalla Belisario Domínguez, –octubre de 2019–, medalla que le devolvió a Andrés Manuel López Obrador, escribió: “Estos señores del poder quisieron borrar todo rastro de sublevación y rebeldía, pero no pudieron. Siempre queda algo, siempre hay alguien que prosigue por la brecha para seguir abriendo los caminos. Nosotros, entonces, supimos que no podíamos buscar a los nuestros sin pelear también sus batallas, teníamos los mismos motivos y las mismas justas razones para hacerlo”.
Esa es, era Rosario, una suerte de combinación del dolor y de convicción. Una mañana, larga, en el Parque México me dijo que las luchas individuales no pueden tener éxito si no se expanden. Me explicó, cuando le preguntaba con mi infinita ignorancia si estaba fortaleciendo el papel de las madres, de las oprimidas... ¡No!, me recriminó, y me dijo: sí, esta es una madre, pero una que entiende que el poder arrasa a todos y todas, sí a un hijo, sí con dolor, pero ese hijo me abrió un enorme camino, no de dolor sino de exigencia. Pronto “supe que éramos muchas” y pusimos a los ingratos poderosos en la picota.
Años después, durante la toma de Reforma en 2006, ya convertida en una figura política que transitó los pasillos del Congreso y después de haber recorrido el país, de haber creado el Comité Eureka, de haber acumulado experiencia social, me dijo que la represión, la desaparición forzada, la violación a los derechos humanos, la tortura, la violación, la apropiación de los cuerpos, todo resultado de un sistema depredador que sumió a millones de mexicanos y mexicanas en la pobreza, el desempleo, la exclusión social, el fraude y las triquiñuelas políticas, violaciones a derechos económicos y sociales.