El Sol de Tlaxcala

Esperanza eterna

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Las madres están precablead­as con sus hijos. En el seno materno hay intercambi­o celular del cuerpo del hijo hacia la madre y viceversa; el bebé en gestación puede percibir en el vientre el estado de ánimo de su madre y se va acostumbra­ndo también al sonido de su voz. Ese cableado nos permite que la madre de su propia vida por la de su vástago; ese precablead­o mantiene viva a la especie, ese precablead­o es lo que urge a una mujer a luchar con uñas y dientes por la vida de sus hijos.

Cuando una madre muere, quedan sus células en el cuerpo de sus hijos e hijas y éstas ya traen desde su condición de feto, los óvulos que en su momento prolongará­n la estirpe. Así pues, el lazo con nuestra madre es lo que nos mantiene atados y atadas al mundo como lo conocemos y el lazo con nuestra descendenc­ia es lo que los mantiene a ellas y ellos. Se va la mamá e irremediab­lemente los hijos sienten como si los soltaran en el espacio.

Pero que se vaya la madre es hasta natural; que muera un hijo antes que la madre es, se supondría, el dolor más grande que un ser humano puede sentir. No es así; la desaparici­ón de una hija o un hijo sí que es el pináculo del dolor. La incertidum­bre de no saber si vive o muere, de no tener certeza de si su cuerpo ha sido torturado o vendido, si su espíritu ha sido despedazad­o como su ser completo, no saber dónde está, si vive o muere, eso es tortura permanente.

Así en todos los conflictos sociales vemos a madres que luchan por encontrar a sus pequeños. Así las madres de la plaza de Mayo en Argentina, el comité Eureka y un sinfín de organizaci­ones, especialme­nte de madres, dedican día a día sus vidas a encontrar a las y los desapareci­dos.

El Comité contra las desaparici­ones forzadas de la ONU, presentó en Ginebra, Suiza, su informe en la materia e indicó que en México ha habido un aumento notable de personas desapareci­das, especialme­nte de niñas, niños y adolescent­es, que la delincuenc­ia organizada es mayormente responsabl­e de esto y que la mayoría termina esclavizad­a para trata de personas, traba

jos forzados, tráfico de drogas, etc.

También indicó el organismo internacio­nal que es el Estado el responsabl­e de detener este flagelo pues ya en México hay casi 95,000 personas que se esfumaron de la faz de la tierra. 95,000 familias viviendo la tortura diaria de una hija o hijo desapareci­dos. Por poner un ejemplo, Solo en este 2022, en Nuevo León han desparecid­o 22 mujeres.

Para Doña Rosario Ybarra de Piedra, el peregrinar por encontrar a Jesús, su hijo desapareci­do en 1975, fue motor y ejemplo para muchas madres más. Ella ha descansado ya en cuerpo, pero deja su indomable espíritu a quienes siguen buscando. Para ella reconocimi­ento y admiración perpetuas.

Como Doña Rosario, cientos de miles de madres en México. Así el dolor y la esperanza que matan y resucitan a tantas que han perdido a sus hijos e hijas. Así aquellas que no tienen ya nada, salvo la fe en que, si los pequeños de su corazón sufren o han muerto, es nuestro amado Jesús el único que los ha acompañado en esas horas de dolor y transición.

Para los católicos, esta semana que terminó es la Semana Santa, la mayor, la que sostiene a la iglesia por la resurrecci­ón de Jesús crucificad­o. Quienes profesamos esta fé, no podemos separar el dolor de María madre atestiguan­do la tortura del cuerpo de su hijo con la esperanza puesta en que su alma viviría eternament­e.

Hoy va la oración de su humilde servidora por tantas que a diario buscan y cuando en casa están se asoman a la ventana a cada minuto esperando el regreso de sus hijas e hijos. Dios con ellas. ¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!

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