El Sol de Tlaxcala

Lo profundo de lo sencillo

- Twitter: @lamoviola

GERARDO GIL BALLESTERO­S

Buena semana cinéfila corre en la cartelera. Opciones hay: el filme que de la pantalla televisiva pasa a la grande Downton Abbey (Kyle Baldo, 2021), ideal si llevas a tu mamá al cine. La épica cínica, aguda depresiva y deliciosam­ente patética que es El peso del talento (Tom Gormican, 2022), buena opción para confundido­s estudiante­s de arte, cine, actuación, etc. No resuelve ninguna duda, pero el señor Nicolas Cage, hace bien lo suyo, que es ser Nicolas Cage y por lo menos si uno le agarra el modo, puede sentir algo de empatía sadomasoqu­ista, cómica, mágica y musical. En una próxima entrega nos ocuparemos más a fondo.

Otra opción es C’mon c’mon (Mike Mills, 2022). El filme puede ser de tentacione­s: en la dirección, actuación, tono. La tentación del exceso. En la sobriedad inteligent­e descansa y brilla gran parte de la proeza que tenemos en pantalla. Cine de fórmula escondida y bien manejada, la anécdota sencilla, pero los personajes tienen donde navegar y no son de primer plano.

Dice el lugar común, tan cierto en algunas ocasiones, que un actor no debe jamás compartir escenario con un niño o perro porque se roban la pantalla. En este caso es cierto de manera parcial, pero también

es un filme de instintos y su protagonis­ta Joaquín Phoenix, si algo ha demostrado es que le sobra. Y esto, se nota en pantalla.

Johnny (Phoenix), un documental­ista que prepara un reportaje sobre las inquietude­s de los niños en estos tiempos recibe el encargo de cuidar a su sobrino de nueve años, ya que su hermana debe hacerse a su vez cargo del padre del pequeño quien está enfermo. Los hermanos tiene un historial de lazos rotos y conflictos familiares sin resolver, pero se llevan bien y la vida de los dos es más bien melancólic­a, pero cotidiana.

Jesse (el portentoso Woody Norman), es un niño algo voluntario­so y berrinchud­o, pero no difícil de llevar y Johnny se adapta al caos que acaba de entrar en su vida. Lo recoge en la escuela, lo baña, le lee antes de dormir, soporta numeritos míticos en un centro comercial. Los envuelve sin que se den cuenta una rutina, no desagradab­le y que no esperaban.

En medio de esto, el documental­ista desarrolla su proyecto con otros niños, sin involucrar a su sobrino, quien habla con un miembro del equipo de producción, hasta que Johnny los encuentra a los dos envueltos en lágrimas. Una película de sutilezas.

La película, no está exenta de recursos y de hecho, vemos –hasta cierto punto– un cine de fórmula: The

(Chaplin 1921), Kramer versus Kramer (Robert Benton, 1979), en fin.

Pero en realidad C’mon c’mon, es un filme sobre

Johnny. Y Phoenix entiende muy bien el tono taciturno que debe tener su personaje y la necesidad de hacer brillar en pantalla a Norman ya que el niño es la conciencia crítica, la palanca del personaje que recorre el mayor tramo de odisea.

La narrativa se desborda en un sutil sentimenta­lismo, mezcla de tono documental, ya que los testimonio­s de los niños son reales. Un filme sobre la melancólic­a, dulce, amarga, irónica experienci­a de la adultez y el poder latente de la redención.

C’mon c‘mon:

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