Síndrome de Estocolmo
El problema de la trata de personas nunca será erradicado. Es evidente. No es un deseo, pero las autoridades de los tres niveles de gobierno no saben cómo romper, de raíz, este mal que daña cada vez más a niñas y adolescentes mujeres.
Pero también afecta a los niños. Explico. Inevitablemente los hijos desean ser lo que son sus padres. No es lo ideal, pero es una dependencia natural. Luego entonces, si sabe que su padre es narcotraficante, querrá seguir ese camino y si es “padrote” sin lugar a dudas lo hará.
Existen escuelas en la zona del sur de la entidad, y hay evidencias, donde las profesoras preguntan a los estudiantes. ¿Qué les gustaría ser en un futuro? “Padrote”, cómo mi papá
No saben qué es, pero sí como funciona: explotar el potencial sexual de una mujer. Ofrecerla, pues, como una mercancía, para ganar dinero.
Los niños estudian en escuelas públicas, caminan por varias calles para llegar a sus colegios, pero saben que tienen casas de lujo, como palacios, dinero “a manos llenas”, carros de lujo y cosas, que ni hijos de empresarios manejan.
Son, para mal, aleccionados de una manera perversa.
Ese sí es un grave problema, pero la autoridad no sabe cómo enfrentar y romper el mal de tajo, pero con experiencia e inteligencia podría hacerlo.
Con los policías no lo hará porque, guste o no, son los principales involucrados en dar protección a los proxenetas.
El problema se llama Síndrome de Estocolmo. ¿Qué es eso?
Un trastorno psicológico temporal que aparece en la persona que ha sido secuestrada y que consiste en mostrarse comprensivo y benevolente con la conducta de los secuestradores e identificarse progresivamente con sus ideas, ya sea durante el secuestro o tras ser liberada
A ello se suma también el llamado el Complejo de Edipo, y eso afecta a los niños porque se refiere a un conjunto de emociones y sentimientos infantiles caracterizados por la presencia simultánea de deseos amorosos y hostiles.
Los proxenetas llevan un paso adelante a las autoridades. Reclutan a especialistas en psicología.
Mientras el gobierno de la República invierte en una clase llamada Vida Saludable, los califas reclutan a gente que estudia psicología, es su negocio. No son psíquicos, pero son hábiles en manipular la mente de las personas.
En Estados Unidos de América, (EE.UU), las áreas especializadas para combatir los delitos sexuales, son apoyadas por profesionales del psiconálisis, no como en México, que lo dejan a la voluntad de Dios.
Qué bueno que las mujeres lleven casi 100 días de ponencias sobre sus derechos, pero eso de qué sirve. De nada. Xicohténcatl, Huamantla, es el único caso a nivel nacional donde una niña de 13 años fue violada por su padre, el asunto llegó a los tribunales, pero la niña declaró que amaba a su progenitor.
Generó un vínculo amoroso con su captor. Ahora tiene cuatro hijos y tres de ellos nacieron con síndrome de Down. Personal del sector salud cubrió las curaciones de los infantes. La abuela denunció los hechos, pero esto no es como EE.UU. donde los delitos sexuales contra los niños y niñas son perseguidos sin misericordia. En México persiste la impunidad en estos temas.
Tras la necesidad de buscar dinero para sostener una familia, los padres de familia olvidan estar pendientes de sus hijos. Apuestan a que las esposas lo harán, pero, en general, no les importa. Están más interesadas en tener carros de lujo, ropa de marca y buena vida.
Precisamente por ello, combatir la trata de personas es tarea de todos, con foros y conferencias no será resuelto el problema, esto va más allá, como una mejor vigilancia en el comportamiento de las hijas e hijos.
Abrazos y no balazos es la peor estrategia oficial, si el presidente Andrés Manuel López Obrador, tan humilde como dice ser, permite que a su hijo, de menos de diez años, le coloreen el cabello de rubio o azul y lo supervisa, lo entiendo, pero por qué no aplicar este mismo sistema, vigilancia, al resto de las familias que tanto dice proteger. Al tiempo.