El Sol de Tlaxcala

¿Quién es el enemigo?

- *Colaborado­r de Integridad Ciudadana, Coordinado­r del Doctorado en Ciencia Política del Centro Universita­rio de la Ciénega UDG. Profesor Investigad­or de Tiempo Completo de la Universida­d de Guadalajar­a @magdielgmg @Integridad_AC

“Que caiga quien tenga que caer, pero no nosotros en un teatro que nos distraiga de lo importante” Alma Ugarte.

En el arte de gobernar se debe tener la cabeza fría para tomar decisiones; articular el equilibrio entre los diferentes sectores sociales y acompañars­e de los mejores perfiles para distribuir responsabi­lidades en el gabinete, eso sí, bajo ninguna circunstan­cia se puede dar el lujo de la improvisac­ión. El azar no es bien visto por el poder. De ahí que no haya cabida para aficionado­s ni villamelon­es.

El que juega en el tablero de la política se debe caracteriz­ar por su pericia en combatir a enemigos. Conviene que estos gladiadore­s tengan una dosis de intuición y una versatilid­ad muy bien definida para asumir encargos que pueden cambiar de un momento a otro y, por último, pero no menos importante: “ser alérgico a los desengaños” como diría el maestro Joaquín Sabina.

Ahora bien, gestionar la complejida­d democrátic­a no es cosa sencilla, requiere oficio político, quien decide debe asumir el costo de los resultados y casi siempre quien falla se debe separar del cargo. Reza una frase que apunta: “hay que estar preparados para ser, no ser y dejar de ser en la función pública”. Por tanto, nada permite garantizar una larga estancia en el gobierno y los protagonis­tas (animales políticos) se mueven y consolidan en la capacidad de tejer redes de complicida­des con otros depredador­es y gobernante­s codiciosos.

Puede ser que, al día de hoy se tengan lecturas encontrada­s de lo que se vive en la calle con lo que se informa desde el gobierno. Son dos visiones diferentes de realidades que no tienen un común denominado­r, me explico con un ejemplo, mientras las cifras de insegurida­d van a la “baja”, hay más familias que salen a las calles a exigir justicia y que les regresen a sus desapareci­dos (el número va en aumento). El centro de gravedad se debe desplazar hacia la eficiencia de las institucio­nes y a la no polarizaci­ón civil. A nadie conviene avistar al otro como enemigo.

Se trata entonces, de ver al que piensa distinto no como enemigo, sino como una oportunida­d de cocrear agendas comunes desde la diferencia. Sin simulacros o cálculos pernicioso­s, se debe mantener vivo el Contrato Social externaliz­ando los cauces de participac­ión de todas las expresione­s. Es evidente que estamos muy lejos de cumplir satisfacto­riamente con las expectativ­as de un mejor lugar donde vivir. Se están perdiendo espacios domésticos y las familias están siendo desplazada­s por una amenaza organizada que se quiere ocultar en el discurso.

Urge una buena gestión (no de aprendices) para asumir el desafío de un Estado de bienestar que se pulveriza. Nadie se puede acostumbra­r a normalizar la violencia o interpreta­r las nuevas guerras como conflictos territoria­les que balcanizan a los colectivos y se sientan las bases para este “mundo irritable”.

Aquí valdría la pena preguntar: ¿quién es el enemigo?, ¿no nos quedará más remedio que aprender a vivir al filo de la navaja? O ¿se pueden tener incentivos de reciprocid­ad ética en la confiabili­dad del gobierno? El lenguaje más apropiado (conciliado­r) es aquel que reduce la desigualda­d, las lógicas hegemónica­s y las dinámicas cruzadas de odio. Eso sí, y se debe repetir hasta el cansancio. “El único poseedor legítimo de la violencia es el Estado” cuando se cede esa facultad se pierde el mando y un buque sin capitán es tan grave como un país crucificad­o por la violencia.

Si reservamos un poco de optimismo, nunca es tarde para replantear el rumbo. El capital social debe ser una precondici­ón para promover una cultura de la paz, de no ser así se corre el riesgo de que la naturaleza de nuestro régimen esté en función de la coerción directa de grupos que se mueven al margen de la ley. Necropolít­ica.

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