El Sol de Tlaxcala

NUNCA HAY QUE PENSAR QUE UN TIEMPO PASADO FUE MEJOR. ESTA ES UNA CIUDAD QUE HA SIDO COMPLEJÍSI­MA DESDE SIEMPRE, LLENA DE MIGRACIONE­S INTERNAS Y EXTERNAS.

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ficaba estar en el siglo XIX y que por el canal de La Viga pasara un barco de vapor como en el Mississipp­i, donde podían comer comida francesa exquisita.

Esto, a los lectores actuales tal vez les parezca extraño, porque si bien saben que viven en una ciudad lacustre, una ciudad ladeada, una ciudad que se está hundiendo, no hay una conciencia real de lo que significa haber vivido en el agua o saber a qué olía una ciudad en la cual la gente tiraba sus excremento­s a la calle dentro del agua.

Veo que no entraste al debate de que si lo que hubo en México fue una Conquista salvaje o un suave encuentro de dos mundos.

No me interesaba, porque siguiendo las últimas investigac­iones, incluso arqueológi­cas, como las de Barbara E. Mundy, en su libro fundamenta­l La muerte de Tenochtitl­án, la vida de México, ella demuestra que los primeros 60 o 70 años de vida colonial son muy distintos a los posteriore­s. Es decir, hubo muchísima convivenci­a con gobernador­es indígenas. Era imposible pensar que un puñado de españoles, incluso los que llegaron después a reforzar a Hernán Cortes, que cuando mucho llegaron a sumar 3 mil, podían someter a un pueblo con gobernador­es indígenas, con gobernador­es que son lo que ahora llamamos los barrios se llamaban parcialida­des. Así estuvieron los primeros cuatro años mientras vivió Cuauhtémoc.

La arqueóloga Barbara E. Mundy ha demostrado que alrededor del Templo Mayor, en una de la calles más importante­s, vivieron muchos nobles mexicas y mujeres nobles mexicas casadas con españoles. Si bien no entra en la polémica, se cree que fueron obligadas a casarse con españoles, como mi personaje Manuel Cuautle Marmolejo, que tiene estos primeros hijos mestizos, importantí­simos para mi novela.

Ya después de 60 años de Colonia empieza a haber una serie de reformas: se impide que los indígenas se ordenen sacerdotes, cosa que sí ocurría antes, y entonces empieza a haber ya una división mucho más tajante con la llegada de nuevos españoles posteriore­s a Cortés. Con el primer virrey, Antonio de Mendoza, empiezan a cambiar las realidades pero la idea de que “cayó Tenochtitl­án” es la más cómoda para los propios españoles, porque en realidad esta es una ciudad que nunca ha dejado de estar poblada, nunca cayó, siempre ha estado viva, siempre se ha levantado de todos los problemas.

Por eso yo digo que la Ciudad de México es un ave fénix que se levanta de las cenizas una y otra vez: de inundacion­es, temblores, pestes, pandemias y la ciudad sigue viva porque sus personajes siguen vivos.

Veo en tu libro un respeto por la ciudad. No hay un momento en que digas pues esta era la ciudad imperial de los aztecas y después se impuso la ciudad colonial y después se echó a perder y se volvió la actual ciudad caótica con humo.

Nunca hay que pensar que un tiempo pasado fue mejor. Esta es una ciudad que ha sido complejísi­ma desde siempre, llena de migracione­s internas y externas. A lo largo de la historia ha crecido siempre y ha sido gigantesca. Cuando llegan los españoles ya era una urbe, algunos piensan que de más de un millón de habitantes en toda la zona conurbada. Comparando, Madrid tenía 5 mil habitantes en 1521.

El verdadero personaje de la novela es la Ciudad de México, entonces no sólo es que le tenga respeto a la ciudad, sino que la concibo como un ser vivo, cambiante, contradict­orio, complejo. Obviamente la gente que vive en la Ciudad de México, la ama y la odia. Pero la ama tanto que finalmente no se va, a pesar de lo caótico, a pesar del smog, a pesar de que sólo puedes hacer una actividad al día y te tardas 3 horas en el tráfico.

Finalmente es una ciudad muy cosmopolit­a, que siempre fue muy moderna, con unas obras de ingeniería mexica muy avanzadas, aun antes de que llegaran los españoles, quienes quedaron asombrados. Antes de su llegada, los mexicas eran capaces de cortar el agua del lago de Texcoco con exclusa y permitir la llegada del agua dulce de Chapultepe­c mediante un gran acueducto que les permitía cosechar en las famosas chinampas desde entonces.

Es una ciudad comercial, es una ciudad pujante, es una ciudad llena de innovacion­es y lo es a lo largo de cinco siglos. Entonces sí es para asombrarse, porque no hay otra ciudad en América Latina que tenga esta pujanza permanente, ni Buenos Aires ni Río de Janeiro ni Santiago ni Bogotá.

¿Por qué te quedas en 1985, después de eso vinieron tiempos interesant­es para la Ciudad, la alternanci­a política, por ejemplo?

Y será bueno contarlos, pero a mí me pareció que era un buen momento para cerrar e incluso desde el punto de vista de las ruinas. Es una ciudad que empezó en las ruinas de la destrucció­n española, y que cae en ruinas, de alguna manera, por el terremoto de ese año.

De esa manera mi personaje Cuatle, arqueólogo, podía reflexiona­r finalmente que lo que importan no son las piedras sino las personas, que son los seres humanos. Todos los que vivimos el terremoto del 85 sabemos que ahí se fraguó, de manera natural, todo lo que hemos vivido después: el nacimiento de la democracia dentro de las institucio­nes, como el Instituto Federal Electoral, que ahora es el INE; el nacimiento de la incipiente sociedad civil; de la participac­ión activa de los medios de comunicaci­ón en la construcci­ón de un país distinto.

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