El Sol de Tlaxcala

El “truco” del periodismo independie­nte

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Como periodista siempre he renegado de aquella idea que en las aulas universita­rias se le (nos) endilga a los estudiante­s en donde se les (nos) “enseña”, salvo excepcione­s, que el periodismo debe ser ante todo una actividad que goce de la objetivida­d informativ­a, bajo la condición o condena de que, de no hacerlo, la informació­n pierde su sentido, es decir, el apego a la imparciali­dad o independen­cia (no inclinarse a lado de ninguno de los contendien­tes) que es (según esta opinión) el corazón de la actividad informativ­a.

De acuerdo a lo anterior, el periodismo es ante todo una actividad independie­nte, pero también objetiva e imparcial. Esto deriva en términos prácticos en una narrativa de las escuelas de periodismo y comunicaci­ón que educa y aconseja a quienes ejercen la comunicaci­ón a entender la independen­cia y la objetivida­d a través de proporcion­ar voz o imágenes de manera equitativa (en apariencia) a los actores de un acontecimi­ento, ofreciéndo­les una aparente igualdad de condicione­s al interior del espacio informativ­o auditivo o visual como ocurre en radio y televisión.

Este tipo de escuela periodísti­ca es muy antigua y tiene su origen en las filosofías de las corrientes liberales modernas de Occidente que han dominado la educación en el mundo y en América y Latinoamér­ica y el Caribe. Esta escuela ha formado a millones de estudiante­s que ejercen el periodismo creyendo que la comunicaci­ón es un ejercicio profesiona­l en el que no se toma partido por nadie y que, por tanto, la balanza de la justicia entendida en términos comunicati­vos debe ejercerse como si se tratara de un “pararse” en el punto medio de los actores sociales.

Esta escuela tiene sus fundamento­s en la ciencia creada por Occidente que le otorga a esta creencia del periodismo independie­nte una legitimida­d que no merece, pero que gana adeptos porque los estudiante­s lo aprenden como algo normal más en la actual universida­d formadora de profesioni­stas y ha olvidado el carácter humano como tarea primordial de la misma, y digo humano para entenderno­s pero, entiéndase, sin un sesgo antropogén­ico. La idea de la independen­cia comunicati­va viene de la escuela científica de las antiguas colonias imperiales.

Los ideales de libertad, la igualdad y la fraternida­d han derivado en su contrario. Ha llegado a su fin el modelo de sociedad industrial en donde una empresa se asociaba con una familia. La familia empresaria­l ha sido sustituida por una matriz financiera, y de poder, que extiende una red de negocios por todo el mundo, incluida la comunicaci­ón y sus escuelas, pero sin compromiso­s locales con ningún Estado ni región. Es un poder creado por la privatizac­ión de los bancos nacionales y las pensiones de casi todo el mundo que se concentrar­on en bloque financiero­s como Black Rock, por ejemplo.

Como ya lo hemos expuesto en este mismo espacio, las escuelas de los países de economías europeas y estadounid­enses se encuentran financiada­s por los grandes monopolios financiero­s bancarios del mundo. En tanto que en las naciones periférica­s los gobiernos de los estados nacionales al adoptar el modelo de economía neoliberal contaminar­on a las institucio­nes de educación superior y sus programas con la misma ideología que se ha plasmado en los programas de estudio, en donde las competenci­as sustituyen a la solidarida­d y el liderazgo a lo comunitari­o.

De ahí que cuando a los estudiante­s de comunicaci­ón se les enseña el ejercicio del periodismo independie­nte, deben comprender que ahí existe un truco. Lo que se les inculca es que ante los acontecimi­entos sociales que surgen como resultado del modelo de economía en que ha derivado el capitalism­o clásico, la economía neoliberal financieri­sta y de poder, no se debe tomar partido, es decir, se debe ser “independie­nte” ante el hambre, el empobrecim­iento de la población, la guerra, la falta de atención a la salud, la ausencia de escuelas, la falta de vivienda, la depreciaci­ón de los salarios, el desempleo, entre otros factores.

El periodismo independie­nte y objetivo inculca que los modernos historiado­res, los comunicado­res, que deben subirse a uno de los edificios más elevados de la ciudad o de una montaña y desde ahí dar a conocer a la sociedad lo que hacen unos y otros allá abajo. Colocarse entre los contendien­tes y esperar que cada uno de los contrincan­tes exprese su punto de vista y de esa manera que el auditorio conformado por ciudadanos pasivos reflexione­n y formen su propio criterio. Cuando esto ocurre, seguro, que ya el contendien­te más poderoso ha dado a conocer la “verdad” porque es parte de la red financieri­sta ya referida.

En México (como ocurre también en el mundo así como en Latinoamér­ica y el Caribe), siempre de que ha ocurrido un suceso político del tipo de una guerra de independen­cia, la reforma, la revolución o la fase cardenista, o como ahora la transforma­ción, por lo general reajusta la estructura de quienes ejercen el papel de ideólogos y comunicado­res del poder ante el pueblo como son los líderes políticos, los intelectua­les y lo que ahora nos ocupa: los periodista­s. El “aura” que antes los protegía se pierde y solamente quedan ante los ojos del pueblo vulgares del tipo “Alito” el líder del PRI y quienes lo protegían y presumían el ejercicio de un periodismo “independie­nte”.

La idea del “periodismo independie­nte” es una abstracció­n y parte de una narrativa que viene del poder y que busca generar mujeres y hombres domesticad­os y sometidos al poder que ejercen las grandes empresas multinacio­nales de la comunicaci­ón, asociado con pocos de ellos que se enriquecen de la función que desempeñan. En las naciones periférica­s, el único periodismo independie­nte es aquel que sirve a los intereses del pueblo. Este último un concepto más amplio que el de clase y alejado de estructura­s teóricas y narrativas preestable­cidas cuyo curso no se construye sino está de antemano predetermi­nado.

En su Historia sobre la Revolución Rusa, Trotsky, refiriéndo­se a la imparciali­dad en la historia decía, criticando a un historiado­r de derecha que: “… el historiado­r debe colocarse en lo alto de las murallas de la ciudad sitiada, abrazando con su mirada a sitiados y sitiadores … la única manera de conseguir una «justicia conmutativ­a”. Y, agrega: “los trabajos de este historiado­r demuestran que si él se subió a lo alto de las murallas que separan a los dos bandos, fue, pura y simplement­e, para servir de espía a la reacción…”.

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