El último tren de Beatriz Parte Segunda
Conforme la joven tizatleca subía peldaños en la escalera de la política nacional, su personalidad se iba ajustando a sus nuevas tareas. Durante su gestión al frente del Ejecutivo Estatal mostró la dureza de su carácter y su capacidad para formar grupos locales afines a su persona, persistentemente leales pese a la distancia física que los separaba
En esta segunda parte continúo presentando algunos recuerdos más de esa deshilvanada colección de que me valí para escribir la primera. Le relato ahora, amigo lector, una anécdota que ilustra el estilo que Beatriz hubo de adoptar en concordancia con su flamante condición de superstar de la política. La otrora sencilla representante campesina cambió su forma de tratar a la gente, mutación que, para entenderla, debemos situarla en el contexto tlaxcalteca. Lo que le cuento pasó en la antesala del despacho del gobernador dónde, además de sus ayudantes don Pepe Zamora, Hermilo y el capitán Zainos, los ahí presentes aguardábamos a que Alfonso Moreno su diligente secretario particular nos fuera llamando. Entre las personas que esperábamos turno para hablar con don Emilio estaba el gerente del Banco Rural en Tlaxcala, un simpático ingeniero que, como buen norteño que era, hablaba claro y sin prejuicios. En eso llegó Beatriz y a ella se dirigió, en ademán de darle un abrazo, al tiempo que exclamaba “…¡mi querida amiga!…”. La aludida frenó al ímpetu del efusivo funcionario, marcándole la separación debida con el brazo extendido. Y al gesto añadió la palabra, dicha en voz alta para que todos la oyesen: “…diputada para usted, señor ingeniero…”. Se perfilaba ya la personalidad de una Beatriz empoderada que miraba con reparo y distancia a todo el que se le acercaba.
SU SORDA LUCHA CONTRA EL MACHISMO…
Adelanto ahora diez años la película. Beatriz era ya una figura política consolidada para la que la gubernatura de su estado era el paso natural en su ascendente carrera.
Volvía a Tlaxcala tras vivir enriquecedoras experiencias como legisladora en San Lázaro. Aunque conservaba intacto, y si cabe aún más estilizado, el perfil mexicanista con que se había dado a conocer, la que hoy retornaba a su tierra era otra; venía de adquirir muchas enseñanzas, entre otras, la de que, en la política, la desconfianza es fundamental para sobrevivir. Sabía bien que el adversario inmediato a vencer era su viejo conocido: el machismo de sus paisanos, incapacitados para aceptar a una mujer por encima de ellos. La resistencia que enfrentaría se explica con el episodio que enseguida narro. En mi semanal viaje de México a Tlaxcala transitaba por la Calzada Zaragoza; atardecía el día y circulaba ya la edición vespertina de Últimas Noticias del diario Excélsior. Un voceador pregonaba un lacónico titular: “…¡Es Beatriz!…”. El PRI acababa de destaparla como su candidata. Enfilé a Apizaco con la idea de transmitir a mis conocidos la noticia. Cabe recordar que, en aquella época, no existían noticiarios radiofónicos y aun faltaban años para los primeros teléfonos celulares. Así pues, al primero que hallé le di la primicia y esta, amigo lector, esta fue su respuesta: …José Vicente, aún no nos conoces; ¡nunca unas enaguas gobernarán Tlaxcala! Y añadió en tono de amenaza “…y si la postulan, veremos el modo de que no llegue…”.
…Y DE CÓMO LOGRÓ DOBLEGARLO
A pesar del tétrico pronóstico, Beatriz, bien arropada por el PRI, ganó la elección y, para que nadie dudara que sería ella, y sólo ella, la que ejercería el poder, desde el arranque de su mandato trató con mano firme a los miembros de su gabinete; a algunos incluso de forma desconsiderada. Uno de ellos me contó que dormía vestido para acudir presto al llamado de la gobernadora… ¡a cualquier hora de la noche o la madrugada! Otro me dijo que, tras solicitar por más de seis meses cita para llevarle a acuerdo los temas de su ramo, al fin lo tuvo… pero poco antes de amanecer y a bordo del vehículo que llevaba a la gobernadora a la ciudad de México. ¡Y lo bajaron en Río Frío! De artes como esas se valía Beatriz para mantener a sus colaboradores en constante tensión. Como era lógico, el machismo plegó sus banderas y la disciplina prevaleció a lo largo de su mandato sin la más leve alteración. Entretanto, el afecto por Beatriz en la casa presidencial de Los Pinos se mantenía constante tanto que, apenas iniciado el sexto año de su gestión, fue invitada a hacerse cargo de una subsecretaría en el gobierno de Carlos Salinas de Gortari. Aquí en Tlaxcala, la sucedió el siempre discreto y eficiente Samuel Quiroz de la Vega. Lo que si no pudo Beatriz es influir en la nominación priísta del candidato a gobernador de la entidad, designación salinista que recayó en José Antonio Álvarez Lima.
PRODIGIO DE SOBREVIVENCIA POLÍTICA
En los treinta años siguientes Beatriz pasó de un puesto a otro sin solución de continuidad. En el Ejecutivo Federal sirvió en tres distintas subsecretarías, dos de Gobernación y una de la Reforma Agraria. Fue embajadora en Cuba y Brasil, por distintas razones países importantes para México. Como legisladora fue diputada local, tres veces diputada federal y, contando el escaño que en la actualidad ocupa, dos veces senadora de la República, además de haber sido presidenta del Parlamento Latinoamericano. En el espacio político del antiguo oficialismo encabezó la Confederación Nacional Campesina, así como a su partido el Revolucionario Institucional, en la era anterior al inicio de su desplome electoral En el acontecer local Beatriz conservó hasta hace poco una muy importante influencia, interviniendo en los asuntos internos de su instituto político y, a trasmano y soterradamente, en los de otros partidos, consiguiendo ubicar a sus personeros en puestos que le permitían, por un lado, estar informada de la marcha de los asuntos públicos del estado y, por otro, acrecentar y proteger sus intereses. Pero se acaba el espacio y aún tengo cosas que contar, amigo lector, de las que le daré cuenta en la tercera y última parte de esta larga saga. Creo que el personaje bien lo merece.