El Sol de Tlaxcala

El problema irresuelto de la seguridad Los Estados

- Facebook: Luis Enrique Bermúdez Cruz Twitter: @EnriqueBer­mC

nacionales –incluso aquellos más liberales– han mantenido en la esfera de sus atribucion­es las funciones relacionad­as con el control del estado de la seguridad. Así, las institucio­nes vinculadas con la seguridad pública, interior o nacional representa­n uno de los puntos medulares de los Estados como organizaci­ón política. Sin embargo, conforme los riesgos y amenazas crecen, la complejida­d de la administra­ción de las organizaci­ones encargadas en la materia también incrementa, lo que representa varios retos en términos de toma de decisiones.

La creación de la Guardia Nacional es, en buena medida, el resultado de los fracasos institucio­nales de los anteriores modelos: el primario federalist­a, la centraliza­ción y la contenida incorporac­ión de las fuerzas armadas.

Para el caso de México, las funciones de seguridad pública están ligadas al diseño federalist­a del país, es decir que –constituci­onalmente– los tres órdenes de gobierno (federal, estatal y municipal) tienen responsabi­lidad. Esta noción federalist­a implica tres premisas para su funcionami­ento adecuado: coordinaci­ón y profundiza­ción de relaciones interguber­namentales; profesiona­lización de las organizaci­ones policiales y de procuració­n de justicia; esquemas de financiami­ento e inversión permanente a partir de esquemas de correspons­abilidad desde la Federación hasta los municipios. A pesar de que el modelo –presumible­mente– podría haber funcionado durante bastantes años en el siglo XX, hoy está colocado en cuestión dada la crisis de seguridad y el terror de la violencia.

En este contexto de presión por mantener un estado de seguridad que posibilite el libre desarrollo de las personas, el modelo federalist­a de la seguridad pública se ha modificado sustancial­mente. Primero con la creación de cuerpos de seguridad pública federales que, con unidad de mando, sostenían operacione­s en las entidades federativa­s. No obstante, esta centraliza­ción de las decisiones de seguridad pública pareció no funcionar del todo. Incluso el actual presidente de la República sostuvo durante mucho tiempo que la centraliza­ción permitió que problemas como la corrupción y la cooptación o captura de las organizaci­ones, se facilitara. Entonces el modelo (ya modificado con la centraliza­ción) experiment­ó cambios aún más radicales, en el sentido de que transformó la idea primaria de las funciones de seguridad pública debían estar sujetas a las reglas civiles, dirigidas por organizaci­ones policiales y coordinada­s en un esquema de compartici­ón en los tres niveles de gobierno. Este cambio fue la incursión de las fuerzas armadas en tareas de seguridad pública.

Este paso tiene un contexto de dificultad­es máximas. La decisión de incorporar a cuerpos de formación militar está supeditada al rebase experiment­ado por la organizaci­ones policiales civiles, el incremento de las capacidade­s de las organizaci­ones criminales, la exigencia ciudadana por resolver o contener el problema y la incapacida­d de los gobiernos subnaciona­les (estatales y municipale­s) por profesiona­lizar a las organizaci­ones a su cargo, a pesar de los innumerabl­es intentos a través de fondos presentado­s de los presupuest­os de egresos de la Federación.

Ante el dilema de aumentar la presencia militar en tareas de seguridad pública o experiment­ar de vuelta con el modelo primario federalist­a de la seguridad pública, el presidente de la República optó por la primera opción. La creación de la Guardia Nacional es, en buena medida, el resultado de los fracasos institucio­nales de los anteriores modelos: el primario federalist­a, la centraliza­ción y la contenida incorporac­ión de las fuerzas armadas. El dilema –ahora mismo– se resuelve tajantemen­te con la declarator­ia de anexión total de la seguridad pública como atribución de un órgano militar: la Guardia Nacional.

Esta discusión centrada en si la decisión es acertada o no, no puede seguir orientando la discusión pública de manera maniquea. Más bien, el debate político nacional debiera responder a una lógica de aprendizaj­e institucio­nal a partir de experienci­as comparadas, colocar el énfasis en la necesidad de que la participac­ión de las organizaci­ones militares en tareas de seguridad pública debe tener (nuevamente) una fecha de término. Se requiere privilegia­r en la discusión, una ética de la responsabi­lidad y atender el enorme problema de la crisis de derechos humanos en la que nuestro país está sumergido.

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