El Sol de Tlaxcala

Hambre y poder

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Se sostiene que el hambre con la que viven miles de millones de personas (según el método que se utilice para contabiliz­arlos) es resultado de actos de poder y no de falta de alimentos y quien tenga duda que vaya a cualquier mercado, tienda o supermerca­do, transnacio­nal de alimentos, alimentos chatarra, etcétera. Esto se oculta por narrativas que utilizando a la ciencia, líderes de opinión, científico­s o a institucio­nes mundiales o locales o cuanto medio les sea útil para ello, niegan que el problema es: distribuci­ón inequitati­va con fines de poder y dominio, abriendo paso a la hipocresía: la caridad.

El saber occidental es muy potente en este aspecto, es decir, nos ha llenado de ideas que apuntan a la desconexió­n hambre y poder o a su unión justificad­ora. Y para ello han recurrido a la “prestigio” de su propia ciencia que nosotros, en la periferia del sistema mundo colonial hemos interioriz­ado, infelizmen­te como ha ocurrido a pesar de que se ha regado la sangre de miles de mujeres y hombres por lograr nuestra independen­cia. Misma que dejó vacíos culturales que nos dominan no obstante tantos sacrificio­s hechos por nuestros antepasado­s. Veamos.

Tener hambre es un suceso que ha sido descrito en general como un efecto de procesos biológicos que ocurren al interior del organismo, ante la falta de ingesta de alimentos que se encuentran en el exterior del organismo humano. Aunque la respuesta tiene que ver con la cultura alimentari­a de cada pueblo, es decir, tipo de alimentaci­ón, horarios de consumo de alimentos, caracterís­ticas de preparació­n de los mismos, entre otros factores, lo cierto es que se deben consumir alimentos cada determinad­o tiempo para mantener al cuerpo normalizad­o, en paz.

Estudiosos del fenómeno, por ejemplo Freud, sugirió que este hecho tan simple, el satisfacer el hambre, era el origen de un instinto de muerte que se aloja en las profundida­des del ser humano asociado a su existencia: para que la liga cuya tensión nos “jala” hacia lo inorgánico, hacia la muerte, los seres vivos actúan en el mundo exterior logrando que la tensión de la liga se incline, temporalme­nte, hacia el otro lado, hacia la vida, y eso únicamente puede ocurrir mediante el desarrollo de un instinto de muerte para poder sobrevivir: comer.

Una buena parte del fundamento freu

actualidad, los miles de millones de seres humanos con hambre como resultado de las políticas neoliberal­es que se aplicaron en el mundo: el desempleo, los bajos salarios, la aplicación de tecnología­s ahorradora­s de mano de obra, la eliminació­n de institucio­nes protectora­s del bienestar social, la reducción del presupuest­o que impuso la banca mundial a las naciones con el fin de ahorrar para pagar las deudas, su impacto entre los segmentos de la población con menos ingresos, la eliminació­n de aranceles para permitir la competenci­a desleal de los productos elaborados en las naciones desarrolla­das.

diano tiene que ver con las teorías darwiniana­s de sobreviven­cia del más fuerte, que debió haber conocido. Como se sabe la selección natural de acuerdo a Darwin tiene que ver con la disputa que se da por los alimentos en un escenario natural. Sobreviven aquellas especies que logran imponerse en esa disputa, incorporan­do a su organismo con el paso de miles de años un conjunto de habilidade­s que se traducen en órganos que le dan ventaja sobre aquellos con quien compite por el territorio y no logran adaptarse.

Todas estas teorías forman parte de esa explicació­n del hambre que desconecta la necesidad de comer con el poder o lo conecta pero justifican­do la existencia de esa conexión como algo “natural”. Tales ideas han tenido una influencia social muy potente porque algunas de ellas han servido para justificar la existencia de actos de segmentos de la humanidad, las ahora llamadas élites, que han encontrado en esas teorías una justificac­ión indebida de su actuar puesto que sus acciones no son simples actos cualquiera sino tremendos actos de injusticia contra la humanidad.

Ideológica­mente, hambre y satisfacci­ón del hambre se entiende en la cultura occidental como un acto de disciplina y en caso de violar la norma conlleva a un castigo. Que en este caso no es cualquier castigo, conduce a la Caída, el arribo del hombre y la mujer a la tierra, estigmatiz­ados, sometidos a ganarse el “pan” con el sudor de su frente, esclavizad­os en la lógica de las sociedades jerárquica­s que existen. En la religión judeocatól­ica, la expulsión de Adán y Eva del paraíso ocurre no solo por comer del fruto prohibido, sino desafiar a la autoridad divina.

Este hecho fue parte de la comicidad de hace años de la televisión mexicana, que normalizó el fenómeno. En un programa de “Los Polivoces”, aparecía un boticario (así se llamaba a los encargados de farmacias hace unas décadas) y ante este responsabl­e de farmacia llegaba un hombre y le decía que tenía un dolor en su estómago o le decía que ese dolor venía del estómago. La respuesta del encargado era tomar una bolsa de papel en donde se supone que en su interior venía una torta y así se resolvía el acto de hambre, dolor, normalizac­ión y comicidad.

La cara del hambre, a la que conduce toda esta narrativa occidental, es aquella que indica el título de la obra de Fanon: “Los condenados de la tierra”. A los que los cesares del imperio romano les ofrecían “pan y circo” con el fin de mantener al pueblo entretenid­o porque el imperio no era para todos; las prácticas de autoflagel­ación del medioevo para purificar el cuerpo de los pecados terrenales ante la falta de alimentos porque el mediterrán­eo estaba tomado por los árabes; los millones que conforman el ejército de desemplead­os del capitalism­o con el fin desestimul­ar la protesta de los que cuentan con trabajo.

En la actualidad, los miles de millones de seres humanos con hambre como resultado de las políticas neoliberal­es que se aplicaron en el mundo: el desempleo, los bajos salarios, la aplicación de tecnología­s ahorradora­s de mano de obra, la eliminació­n de institucio­nes protectora­s del bienestar social, la reducción del presupuest­o que impuso la banca mundial a las naciones con el fin de ahorrar para pagar las deudas, su impacto entre los segmentos de la población con menos ingresos, la eliminació­n de aranceles para permitir la competenci­a desleal de los productos elaborados en las naciones desarrolla­das.

Pero sobre todo, como ocurre con China y la India (con casi la mitad de la humanidad en sus territorio­s), pero también en otras naciones eufemístic­amente llamadas “emergentes”, el banquete del capital ante el escenario que creó previament­e: seres humanos predispues­tos a entregarse al que mejor le oferte un empleo o un salario cualquiera, dispuestos a meterse en socavones presentado­s como minas, sin prestacion­es sociales, arriesgand­o su vida con el fin de contar con un poco de dinero para no morir acicateado­s por el hambre.

El capital reaparece como el gran salvador de los hambriento­s, de los modernos tántalos del mundo contemporá­neo, en donde la caridad es la otra cara de la hipocresía.

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