Otra década militar
Nassim Nicholas Taleb, matemático y analista del comportamiento económico de los seres humanos, publicó en 2007 un libro que pronto se volvió un clásico de las humanidades titulado El Cisne Negro, el impacto de lo
altamente improbable, una obra que puede servir de orientación para buscar comprender la naturaleza de los sucesos poco probables de suceder y que han ocurrido en la últimas dos décadas en nuestro país y que han impactado de forma notoria en la vida de todos los mexicanos.
Los habitantes del viejo mundo, dice el autor, creían y estaban convencidos de que todos los cisnes eran blancos, algo que para la época era irrefutable pues las evidencias empíricas así lo demostraban. La aparición del primer cisne negro demostró las limitaciones del aprendizaje fundado solo en la observación y en la experiencia, lo que limitaba nuestro conocimiento. La idea del cisne negro está fundada en tres preceptos: “es una rareza, pues habita fuera de las expectativas normales, porque nada del pasado puede apuntar de forma convincente a su posibilidad. Segundo: produce un impacto tremendo. Tercero, pese a su condición de rareza, la naturaleza humana hace que inventemos explicaciones de su existencia después del hecho, con lo que se hace explicable y predecible”.
A finales de los años 90 en nuestro país la discusión política se centraba en la transición a la democracia y la posibilidad de que por primera vez México se asomara al fin del viejo régimen priista que por más de siete décadas instauró el presidencialismo autoritario sostenido sobre un partido de Estado y unas fuerzas armadas supeditadas al poder en turno del comandante supremo. Nadie previó que la transición política a partir de la alternancia partidista en el poder Ejecutivo federal daría a luz al el cisne negro de la criminalidad organizada.
La descomposición de la seguridad pública en el país tiene puntos en común con la mayor presencia de militares en esta labor. En la opinión pública se pasa por alto la experiencia de 1997 en la Ciudad de México cuando la titularidad y los principales puestos de la Secretaría de Seguridad Pública fueron ocupados por militares al igual que la Policía Judicial. El caso de la desaparición de los seis jóvenes en la colonia Buenos Aires en septiembre de aquel año tras un sangriento operativo militar terminó de convencer a algunos políticos del riesgo que implicaba para los derechos humanos el dejar en manos militares la seguridad pública.
Lo altamente improbable fue que el experimento se repitiera y se centrara en las altas esferas de la procuración de justicia cuando Vicente Fox nombró en el año 2000 al procurador militar al frente de la Procuraduría General de la República. El cisne negro apareció en forma de paramilitarismo, del surgimiento de los ejércitos privados que hicieron suyos los manuales de contrainsurgencia de donde abrevaron los militares de la guerra sucia en los años setenta y ochenta.
¿Cuál es el interés de mantener lo que resta de esta década a los militares en labores de seguridad pública? Quizá lo altamente improbable es que sea lo último que haga un secretario de la Defensa con rango de general de división y en el futuro se legisle para que ese nombramiento