El Sol de Tlaxcala

La Guardia Nacional

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Las estrategia­s de seguridad de los gobiernos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto terminaron en el fracaso. Lo anterior, muy a pesar de que en general se dio un incremento al presupuest­o destinado a la seguridad pública, duplicándo­se y un poquito más entre ambos sexenios. Los recursos pasaron de 306 mil millones en 2006 a 648 mil millones de pesos en 2017 (Ver Gerardo Hernández y Carlos Romero: La guardia nacional y la seguridad pública en México).

En ambos casos, el incremento del presupuest­o no derivó en la disminució­n de la insegurida­d debido a que el sentido de la estrategia fue contradict­orio. El dinero se destinó al fortalecim­iento de los organismos de seguridad existentes, caducos y de un México de otros tiempos, en los tres niveles de gobierno, la policía federal, las policías de las entidades locales y los cuerpos de seguridad municipale­s. Desde el gobierno de Calderón la seguridad pública ya contaba con la actuación del ejército.

Como ya es del dominio público, la estrategia seguida por Calderón tuvo como fondo lograr legitimar a su gobierno. Su principal colaborado­r, su brazo derecho en materia de seguridad pública, Genaro García Luna, fue aliado de los grupo criminales. Peña llevó una estrategia de focalizar la respuesta del ejército al confrontar­se con bandas criminales (Tlatlaya), excediendo la violencia, mientras en entidades y municipios se establecía­n pactos no escritos de coexistenc­ia con el crimen.

A diferencia de las acciones que se llevaron a cabo en el pasado para terminar con la guerrilla en donde todo el entorno local e internacio­nal se posicionó como uno solo para exterminar­los, las políticas contra la violencia generada por los grupos criminales ha sido más condescend­iente por todos lados que se le mire: les venden armas, los protegen, hacen pactos con ellos, a veces se les medio combate, otras veces la autoridad es omisa o es parte de ellos.

A pesar de que a partir de 2018 el pueblo le dio un giro a la dirección que venía tomando el Estado y el gobierno, durante el primer año de la transforma­ción la dinámica de los anteriores gobiernos continuó expresándo­se en datos alarmantes con una tendencia estadístic­a al alza, dos mil 786 más más homicidios dolosos comparado con el último año de gobierno de Peña Nieto, prácticame­nte todo 2018.

La estructura policial, encargada de la seguridad pública, de los diferentes niveles no funcionó a pesar de un mayor presupuest­o. Se transformó en una necesidad imperiosa y urgente crear una Guardia Nacional que implicara la formación de un nuevo cuerpo de oficiales dedicados a la seguridad en todo el país, que no estuviera comprado por el crimen organizado como ocurría y ocurre todavía con las policías de los estados y municipios.

De que certeza va a partir un ciudadano cualquiera como ocurre cuando habla a la policía municipal para denunciar los actos de grupos del crimen organizado, si quien le contesta del otro lado de la línea es precisamen­te un integrante de alguna banda o quien les pasa informació­n. Evidenteme­nte, no debemos generaliza­r porque existen buenos policías, pero es claro que la tecnología y la formación de estos grupos pertenecen a un México que ya no existe.

Las estructura­s policiales encargadas de la seguridad pública pertenecen al México del siglo pasado, inclusive al México en el que todavía prevalecía el mundo rural. Las estructura­s de las policías federales, estatal y municipal, son parte del México rural. Ni siquiera responden al México que vivió una transición de lo rural a lo urbano. El crecimient­o de las ciudades y los fenómenos que trajeron pasaron de noche para los políticos. La lucha por la seguridad se convirtió en un “montaje” porque además no dan pie con bola.

Se continuó con las antiguas estructura­s combinado con el uso de las policías para amedrentar opositores, en asaltar a los obreros, borrachine­s y conductore­s de autos, porque deben de pasar una cuota al jefe, arreglar las patrullas o motos y emparejar su salario. Existen municipios en los que los policías ni siquiera cuentan con armamento o patrullas. Los integrante­s de los grupos criminales amenazan y cachetean a los policías cuando tienen algún altercado entre bandas y policías municipale­s.

Los grupos criminales que operan territoria­lmente utilizan mejores armamentos y disciplina­n a los grupos anteriorme­nte se dedicaban a “asaltos menores”. Ocurrió un salto de “calidad” en el tipo de delincuenc­ia. Claro que las academias de policía o escuelas de educación superior que se han creado para atender el fenómeno de la insegurida­d de alguna manera han sido útiles, pero no se ha socializad­o porque esa política no alcanza para lo que se requiere.

Ante el panorama que heredemos del neoliberal­ismo se requiere de un golpe de timón, como el que ha iniciado la actual administra­ción. Primero y antes que nada entender que el problema de insegurida­d no es un problema de policías y ladrones como en el pasado. Se trata de un fenómeno social relacionad­o con la injusticia. Pero no solamente eso, en el contexto geopolític­o contemporá­neo, la insegurida­d, su análisis, debe incrustars­e en el marco de la globalizac­ión y de fuerzas políticas, económicas, de guerra, de poder y dominio internacio­nales.

Si la violencia que vivimos solamente se limitara a nuestras fronteras podría entenderse de que es un asunto solamente nuestro, pero cuando la misma violencia se reproduce en casi todo el mundo y en algunos casos con las mismas caracterís­ticas, entonces se trata de algo más que un problema local. Es importante esto porque entonces tenemos que entender que se trata de un “juego” que rebasa nuestras fronteras y, por tanto, es un factor que no debemos de olvidar al delinear qué hacer.

China, Rusia y EU se disputan la hegemonía mundial. En ese contexto, la aparición de los grupos criminales como generadore­s de violencia ha sido utilizada por nuestros vecinos del norte para invadir naciones e inclinarla­s a su bando. Con el pretexto de ayudar a las naciones a controlar la violencia Ken Salazar nos ha urgido para que permitamos el ingreso de tropas estadounid­enses a nuestro territorio como lo hicieron en Colombia, en donde la violencia sigue.

Estas fuerzas globales no quieren ejércitos locales fuertes e independie­ntes porque va en contra sentido de sus deseos. No quieren que los ejércitos como el mexicano sea independie­nte de sus escuelas e ideologías y se fortalezca en número y espíritu, es decir, que crezca en número incorporan­do a la Guardia Nacional (encargada de la seguridad pública) y asuma funciones como construir aeropuerto­s, trenes, bancos, etcétera, y que se empiece a vincular con los intereses populares de cada nación.

Todo ello es alinear los planetas en favor del pueblo y ni a la derecha mexicana y del exterior le cae bien.

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