El Sol de Tlaxcala

Padre Nuestro

- *Comunicólo­go y sacerdote anglicano

Las enseñanzas de Jesús de Nazaret dieron inicio a una nueva era en el proceso de evolución espiritual de la humanidad, a tal grado que su revolucion­ario concepto de la Divinidad chocó de frente con las ideas religiosas de su tiempo, llevándolo a ser acusado de herejía y finalmente crucificad­o. Y es que tener el valor de ser diferente y nadar en contra de la corriente no es fácil; sin embargo vale la pena. El Maestro, con su ejemplo, te enseña a ser tú mismo y a luchar por lo que piensas sin temor al qué dirán.

En su época y contexto se pensaba que Dios exigía interminab­les sacrificio­s y ofrendas además del cumplimien­to estricto de leyes y mandamient­os para así calmar su implacable ira y evitar toda clase de castigos y desgracias. Se le adoraba como el Creador y Señor del Universo y se le invocaba a través de diversos nombres, pero nadie se dirigía a Él como Padre. Jesús, sin embargo, sí lo hacía, provocando la indignació­n de los religiosos de su tiempo (cfr. Juan 5:18), el enojo de esas personas que, como sucede en nuestra época, se creen poseedoras de la verdad absoluta y señalan y condenan al que piensa diferente.

En alguna ocasión, cuando sus aprendices o discípulos le pidieron que les enseñara a orar, él respondió con estas palabras: Ustedes deben orar así: Padre nuestro… (Mateo 6:9a). Esto significa, estimado lector, que Dios, el Espíritu Infinito, es tu Padre y que tienes el derecho divino de acercarte a Él de manera directa y personal sin seguir ningún protocolo ni ritual ni proceso complicado sino con la sencillez y la confianza de un hijo que se sabe siempre amado y escuchado. Él está en todo momento presente para ti y dispuesto a guiarte y ayudarte en medio de cualquier dificultad por grande que esta sea.

Si Dios es tu Padre puedes estar seguro de que tu verdadera naturaleza, la interior, la espiritual, es divina. Cuando el Maestro dijo: Sean ustedes perfectos, como su Padre que está en el cielo es perfecto (Mateo 5:48) lo hizo sabiendo que más allá de las apariencia­s eres hijo de Dios y por lo tanto tu verdadero yo es perfecto, fuerte, sabio, inmortal y sin defecto alguno. Lo que su

cede es que el sistema en el que vivimos inmersos nos ha enseñado a juzgar según lo exterior y a sentirnos separados de nuestra Fuente divina; por eso tantas veces hemos creído que estamos solos y que somos débiles y vulnerable­s. Pero, como siempre, la elección es tuya; tú, que me concedes el honor de leer estas líneas, decides a quién escuchar: al sistema que desea verte esclavizad­o y oprimido o al Maestro, que vino para hacerte verdaderam­ente libre.

Ahora bien, si eres hijo de Dios, también eres su heredero (cfr. Romanos 8:17). Pero para tener acceso a tu herencia hay que pagar un precio: es necesario que hagas morir al viejo hombre que está lleno de prejuicios, creencias e ideas limitantes, y que renazcas como una criatura completame­nte nueva. ¿Cuántas veces has pensado en las cosas negativas que heredaste de tus padres? Tal vez defectos físicos y de carácter, propensión a toda clase de enfermedad­es, traumas generacion­ales, experienci­as tristes y dolorosas y un largo etcétera. Por otro lado, ¿cuántas veces has reflexiona­do acerca de tu herencia como hijo de Dios? Porque de Él solamente puedes heredar salud, abundancia, felicidad, bienestar, paz, fortaleza y alegría. ¿Ya viste como todo es cuestión de enfoque? A partir de este momento, por lo que más quieras, ¡descubre y reclama tu herencia divina! ¡te pertenece, es tuya, nadie te la puede arrebatar!

También, querido lector, habrás notado que el Maestro nos enseñó a decir Padre nuestro y no Padre mío. Esto es así porque todos los seres humanos somos hermanos. El mismo Espíritu que vive en ti habita también en los demás; todos somos chispas emanadas del mismo Fuego divino. Es por eso que valores universale­s como la igualdad, la libertad y la fraternida­d forman parte fundamenta­l del mensaje de Jesús, quien nos enseñó a tratar a los demás como deseamos ser tratados por ellos (cfr. Mateo 7:12). Esta es la razón por la que todo lo que haces con tu prójimo tarde o temprano se te ha de regresar, ya sea para bien o para mal; se trata a fin de cuentas de la ley del dharma y del karma en acción.

Al ser el Padre de todos, Dios no es patrimonio exclusivo de ninguna religión, aún cuando a lo largo de la historia muchos han querido apropiárse­lo y monopoliza­r el acceso a Él con tal de ejercer dominio y control sobre los demás. No, Él está en todos y en todo, y nada ni nadie puede limitarlo. Ya seas cristiano, judío, musulmán, budista, hindú, pagano, libre pensador o ateo eso no importa; si respetas a todos los seres humanos y eres amable y generoso con tu prójimo, estarás siguiendo los pasos del Maestro. Ten en cuenta que tal vez hoy alguien necesita de ti, pero puede ser que mañana la rueda gire y seas tú quien necesite ayuda.

Para el Espíritu infinito no hay diferencia de raza, cultura, religión, nacionalid­ad, género ni orientació­n sexual porque en Él todos somos uno. Lo demás son prejuicios y cuentos que nos hemos inventado por no tener mejores cosas que hacer y que solo nos han hecho daño y han retrasado la evolución y el progreso de la humanidad. Pero ya es tiempo de romper con todo eso y de buscar dentro de nosotros mismos lo que nunca encontrare­mos afuera.

En conclusión, puedo decir que en las palabras Padre nuestro se condensa toda la enseñanza de Jesús. Aún muchos años antes de que él viniera, estas estaban representa­das en las dos columnas del templo del rey Salomón (1 Reyes 7:21): la de la derecha era el símbolo de la paternidad inmutable, universal y eterna de Dios y la de la izquierda el emblema de la fraternida­d y la unidad de todos los seres humanos. Sobre estos dos grandes pilares descansa la verdad que nos hace libres.

Como siempre, espero que todo lo anterior te sea de utilidad y agradezco tu tiempo y atención deseándote lo mejor.

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