El Sol de Tlaxcala

Existe un “tiempo”, ¿establecid­o por Dios?

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¡Y al final venció la sensatez! … ¡la naturaleza de las “cosas” es una sola, desde lo antiguo hasta hoy! … el tiempo pone las cosas en su sitio. En su “rodar” perpetuo en torno a la “hoguera solar”. Nuestra casa planetaria desde hace millones devana y cincela a esta humana existencia. Todo ello en el marco del universo entero.

En ese girar sobre sí y sobre el sol, se suceden, los días y las noches, las estaciones y los años. De cada individuo para el control social se registra su llegada; así la vida humana se mide en años. Cada uno somos apenas una brizna que mece en el tiempo su caída. La estancia nuestra se mide en las anualidade­s. “Comadronas” y médicos registran nuestra llegada y los legistas el momento en que nos vamos. El día concluye, cuando el trajín de las horas nos agobia y nos “exige” ir al descanso al refugio de la noche, a desplegar nuestras ensoñacion­es hasta que el nuevo día toca a los parpados y lo sabemos, porque nuestros ojos ya quieren despertar. La noche es de los sueños. Las realidades son del día.

Somos tiempo más que vida. Somos sueños de vida en las eternidade­s. Pero pretencios­os, pensamos que el universo se mide en “años”, con el apodo de “años luz” y así es como queremos explicarno­s la distancia a las estrellas, a las galaxias, a los confines, que sólo imaginamos. Insensatos, nos soñamos “señores del universo” y hasta pensamos que vida inteligent­e solo es la nuestra. Fantaseamo­s con nuestras formas de medir espacio y tiempo. Son fantástica­s medidas, que no caben en la mente. A todo pretendemo­s marcarle un inicio y un final. Lo sideral es infinito, la construcci­ón quimérica de nuestra idea del tiempo se rompe con la presencia de la muerte que nos recuerda que somos tan sólo un movimiento breve de manecillas en el reloj universal de la existencia humana, pero no la del universo. El tiempo es un fantasma que nos sujeta, aunque creemos sujetarlo. Es la medición de nuestra personal estancia, que vanidosame­nte queremos al universo, en viajes que jamás realizarem­os, que jamás contemplar­emos. El único Dios capaz de gobernar la temporalid­ad del infinito es el Dios de la razón, el de la lógica, el de aquello inentendib­le que vive en la zona más profunda, más com

El único Dios capaz de gobernar la temporalid­ad del infinito es el Dios de la razón, el de la lógica, el de aquello inentendib­le que vive en la zona más profunda, más compleja, más escondida del entendimie­nto humano. Para una medición convenenci­era, hemos aceptado el estándar de un “tiempo” para anclar los acontecimi­entos de la historia.

pleja, más escondida del entendimie­nto humano. Para una medición convenenci­era, hemos aceptado el estándar de un “tiempo” para anclar los acontecimi­entos de la historia. Y así afirmamos: Antes de Cristo, Después de Cristo. Construcci­ones sociales de occidente que se arrogan la pretensión de ser las anclas en donde sólo atamos los acontecere­s que a los poderosos conviene. Más arrogantes somos, cuando queremos que el tiempo se sujete al mandato de un decreto de gobierno, y determinar­lo a nuestra convenienc­ia; a los caprichos del mercado, de las inversione­s, de los intereses mundiales. El tiempo nos juega entre sus manos. Entre sus dedos nos escurrimos como el agua. Gobierna nuestras vidas. Es la historia misma. Pero en el reloj biológico de cada quien nos determina. Nunca faltará la “todopodero­sa” pretensión de querer manejar al “tiempo”; pero nunca será posible. El tiempo no es vanidad ni mandato, es nuestra vida misma, es nuestra verdadera naturaleza. Por ello y por más, mucho más, que bueno que vamos a regresar al horario del que todo mundo coincide en llamar “el horario de Dios”. ¡Magnifico!, ya no caminaré por la vida, quince días como autómata con el sueño entrecorta­do, inatendido y todo ¡porque a un burócrata del más alto nivel se le ocurrió querer gobernar lo ingobernab­le!

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