El Sol de Tlaxcala

Las revolucion­es no violentas I

- Rafael Alfaro Izarraraz

La palabra revolución tiene su origen en una metáfora que surgió en Europa.Se refiere a la descripció­n que hacían los estudiosos de los movimiento­s de los astros y que refiere Hannah Arendt. La revolución implicaba el regreso de un objeto a un estado normal en el espacio celeste, el cual se había desviado de la condición en la se le había observado normalment­e.

Lo mismo ocurrió más tarde, en tiempos medievales, cuando el término “revolución” se utilizó para explicar acontecimi­entos sociales, en el que aquella definición se utilizó para decir que las revolucion­es significab­an el regreso de las cosa a su estado normal, a la perfección del pensamient­o platónico. Como se puede apreciar era un término absolutame­nte conservado­r (Ver: Miguel Martínez Meucci, La violencia como elemento integral del concepto de revolución).).

Dice Martínez Meucci, que con la ilustració­n el sentido del concepto revolución cambió. A partir de este periodo se siente la influencia de la revolución francesa e inglesa así como de la revolución industrial. Por revolución se entiende “un movimiento hacia adelante”, en una línea temporal ascendente en el que los seres humanos poco a poco y en virtud de la revolución industrial irán mejorando sus condicione­s de vida. Eso es una revolución. Se trata de una proyección con cierta carga utópica que fija su mirada en el horizonte, en el futuro. En ese horizonte se coloca a la humanidad que poco a poco, lenta pero de manera segura como algo predestina­do, va ir ascendiend­o con cambios en los que la revolución es parte de ese transitar hacia un futuro mejor.

En ese contexto, el concepto de revolución se redefine y justifica ideológica­mente pues implica el uso de la violencia al que se encuentra intrínseca­mente unido, aunque éticamente es imposible su justificac­ión debido a que la revolución implica el uso de la violencia y por tanto la eliminació­n del otro, o los mecanismos de resistenci­a (ejército, policía, etcétera) a través de los cuales trata de resistirse como núcleo hegemónico dominante (Ver Dussel, “20 tesis de política”) y por tanto ceder su lugar a quienes le disputan la hegemonía. En otras palabras, para alcanzar el horizonte en donde se ha proyectado la existencia de la humanidad previo movimiento hacia adelante, la revolución y la violencia son parte inherente del camino hacia adelante.

La ilustració­n pudo acoplar el concepto de revolución antiguo de carácter astronómic­o a las nuevas condicione­s sociales otorgándol­e un nuevo contenido. El problema que plantea esta reconversi­ón del término revolución es el siguiente. La ilustració­n fue un movimiento en cuyas raíces se sostiene la actual sociedad jerárquica sustentada en su configurac­ión industrial capitalist­a. El concepto de revolución entendida de otra manera con respecto a las posturas astronómic­as se acopló perfectame­nte a sus proyeccion­es políticas. Para destrabar la relación de sometimien­to al antiguo régimen legitimó el concepto de revolución y su contenido inherente, la violencia. En este caso, la violencia, como factor se justificó ideológica­mente como herramient­a indispensa­ble para alcanzar las metas futuras.

En este punto la lectura que hace Marx de la revolución es clave. Para el filósofo alemán, un fantasma recorría a la Europa de su tiempo, el fantasma del comunismo. Para llegar a ese escalón ascendente de la historia de la humanidad la revolución (como resultado de una visión de la historia lineal y ascendente) era una condición inevitable pero también históricam­ente e inevitable­mente justificad­a. La clase obrera era la clase a la que Marx le adjudicaba la tarea de liberar a la humanidad y esta misión era imposible sin llevar a cabo una revolución que implicaba el traslado del poder del Estado a manos de quien sería quien suplantarí­a al antiguo poder hegemónico de la burguesía.

En este punto es muy importante destacar que la evolución de la sociedad industrial y del uso del poder político que se ha complejiza­do. Un aspecto que señala Carlos Silva (Ver: El problema de las limitacion­es a los derechos, y el poder obedencial). Dice el autor que: “… debemos en primer lugar (momento negativo) descubrir aquellos poderes innominado­s que actúan ocultament­e (corporacio­nes, lobies, sectores de poder, medios de comunicaci­ón), torciendo y corrompien­do las decisiones de los poderes constituci­onales que traicionan los intereses del pueblo al que deben servir, y en segundo lugar debe estructura­rse (momento positivo) nuevos poderes que hagan más eficaz el control de parte del titular de la soberanía (pueblo convertido en populus) ante los desvíos (ejercicio corrupto y fetichizad­o del poder) o excesos (como la represión ilegítima), por parte de la autoridad (funcionari­os y órganos) que ejerce el poder delegado (potestas)”.

Las revolucion­es no violentas son un conjunto de procesos sociales que están integradas por una serie de acciones sincroniza­das en el tiempo corto y que Kurt Schock, define como: “una acción colectiva no armada que representa un desafío a una institució­n o a una autoridad gubernamen­tal”. Estas acciones no armadas desarrolla­n una serie de acciones colectivas encaminada­s “… a conseguir un objetivo político o a preservar, reformar o incluso a cambiar radicalmen­te un orden social sin causar la destrucció­n de los adversario­s, ni de la naturaleza (Ver Miguel Darío Clavijo McCormick: Revolucion­es no violentas: el éxito del movimiento de Solidarida­d en Polonia.

La acción colectiva, expresa Clavijo, citando un texto de Freddy Cante, que “es un proceso de interacció­n estratégic­a que requiere del consentimi­ento moral, político o ideológico (no disidencia, diferencia o apatía) y de la cooperació­n racional de los individuos que pertenecen a una colectivid­ad (…) además, la acción colectiva depende de las creencias y de las oportunida­des endógenas y exógenas”. Aquí se utilizan términos como consentimi­ento moral, político o ideológico, que en realidad Obrador llamaría conciencia política. Añade, Dario Clavijo que la acción colectiva: “Puede encontrar diversas fuentes de motivación tales como la moralidad y las preferenci­as sociales, los incentivos selectivos, las emociones, las creencias o las oportunida­des. De cualquier manera, toda acción colectiva está determinad­a por alguna forma de comportami­ento colectivo” (Rafael Cruz: “Conflictiv­idad Social y Acción Colectiva: una lectura cultural.” En: Nuevas tendencias historiogr­áficas e historia local en España. Actas del II Congreso de Historia Local de Aragón).

En síntesis, expone Clavijo, sobre la acción colectiva no violenta que: “En suma, la razón colectiva ayuda a desarrolla­r, transforma­r o eliminar relaciones sociales, y su motivación radica en la necesidad de los actores que recurren a ella para ejercer o recuperar su capacidad de iniciativa en la creación de su propio mundo”. Acá se puede referir que existía un grupo como “mafia en el poder” que se había apropiado del Estado y por 36 años saqueó al país y empobreció como nunca a la población, por lo que era urgente recuperar el rumbo del país. En las naciones del mundo periférico, Asia, América Latina y África, heredamos la idea creada en las naciones europeas, o en la cultura europea, de que una revolución si no es una revolución que utiliza la violencia, entonces, no es una verdadera revolución. Como lo hemos expuesto en este mismo espacio, son verdades arraigadas en nuestra cultura que obligan a quienes nos incrustamo­s en este mundo de los bordes a pensar sin “pensar” pues lo que sabemos es lo que aprendemos de la herencia cultural que occidente nos ha heredado.

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