El Sol de Tlaxcala

Nuevos arreglos medioambie­ntales con sentido de urgencia

- Facebook: Luis Enrique Bermúdez Cruz Twitter: @EnriqueBer­mC

En 1990,

Andrew Dobson, profesor de Teoría Política en la Universida­d de Keele en el Reino Unido, publicó un interesant­e libro titulado "Green Political Thought" en el que argumentab­a que el ecologismo es –por sí mismo– una ideología política. Además, diferencia­ba dicha posición de las abundantes posturas y propuestas de acción más orientadas hacia el ambientali­smo.

Para Dobson el ambientali­smo aboga por un enfoque de gestión de lo medioambie­ntal (administra­r la crisis), mientras que el ecologismo plantea cambios radicales en la relación de la humanidad con el mundo natural, aunque eso implique cambios radicales en lo social y económico. Dado el sentido de gradualida­d en la vida política del mundo, el radicalism­o de los ecologista­s ha permanecid­o en la influencia marginal y el ambientali­smo ha sido más bien la política dominante.

De tal suerte, las discusione­s sobre la crisis en que el medio ambiente ha sido imbuido resaltan la importanci­a de las medidas paliativas y de contención del problema. En pocas ocasiones los debates están centrados en el origen y las causas del problema; quizás, sobre todo, porque se les asocia a las posiciones ecologista­s que devienen en críticas férreas hacia los consensos modernos del mundo: la centralida­d del hombre (humanidad) en el planeta; la riqueza material como medida de desarrollo; la industrial­ización deseable y el supuesto de que mayor crecimient­o económico significa mayor satisfacci­ón de las necesidade­s humanas. Se rehúye a dichas posturas políticas porque poco se les puede enfrentar.

Es cierto que las sociedades industrial­es y postindust­riales trivializa­ron o –mejor dicho– minimizaro­n las consecuenc­ias de la explotació­n de recursos, la puesta de las grandes industrias, la contaminac­ión de todas las maneras existentes, etc. Es decir, el dilema entre crecimient­o económico y establecim­iento de límites a las actividade­s económicas en favor del medio ambiente se resolvió a favor de la primera opción. Incluso ese es el argumento actual de las economías en desarrollo o emergentes que sostienen actividade­s ligadas a la explotació­n permanente de recursos naturales. En el texto de Dobson la respuesta es contundent­e: existen límites naturales al crecimient­o económico y demográfic­o dado que la Tierra tiene capacidad limitada. La aceptación de esta conjetura tendría implicacio­nes en muchos niveles, pero destaca que significar­ía la transforma­ción radical de modelos de desarrollo. Tiene sentido que nadie quiera o pocos deseen –en una mesa de acuerdos medioambie­ntales– que los ecologista­s más entusiasta­s tengan voz.

Entonces los espacios de negociació­n y definición de políticas para hacer frente a la crisis medioambie­ntal del mundo se han convertido –un poco– en círculos de repetición constante de las mismas ideas, los mismos remedios e iguales obstáculos. Sin embargo, cada cierto tiempo –en buena medida por el sentido de urgencia para atender el problema del cambio climático– resuenan algunas propuestas de arreglos medioambie­ntales con influencia ecologista. Así han sido algunas de las Conferenci­as de Partes (COP) de los Estados que han suscrito la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, por ejemplo, la COP 21 en París, arrojó como resultado el acuerdo de que los países implementa­ción planes para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernader­o. Aunque –siendo realistas– aunque los Estados tienen grandes incentivos para cooperar (dado el frágil equilibrio ecológico del planeta, esto pocas veces ocurre.

La celebració­n de las reuniones COP tiene ya una larga vida institucio­nal, la primera se realizó en 1995, no obstante, los arreglos institucio­nales logrados son endebles o sumamente cambiantes. Por ejemplo, en la COP 3 de Kyoto en 1997 se logró el acuerdo de diferencia­r entre países emisores (países desarrolla­dos y economías industrial­izadas) y países en desarrollo. Eso significab­a que existiría una distribuci­ón diferencia­da de las responsabi­lidades frente al problema. Sin mucho signo de sorpresa, los Estados firmantes de la Convención que tienen altas emisiones y economías desarrolla­das empujaron en la dirección de la uniformida­d de responsabi­lidades. Algo similar ocurrió con el acuerdo generado en la COP 21 de París, cuando el conflicto comercial entre China y Estados

Unidos derivó en la inexistenc­ia de acciones hacia la reducción de emisiones. Es decir que los arreglos medioambie­ntales sufren de fragilidad dado que dependen de una gran cantidad de variables, una importante es la voluntad política de la élite gobernante en los Estados nacionales.

Esta discusión es pertinente dada la próxima celebració­n de la COP 27 en Egipto. Es previsible que el bloque de economías emergentes rescaté –una vez más– la propuesta de que los Estados con economías más desarrolla­das financien un fondo para atender las consecuenc­ias del cambio climático en los países que tienen menores de emisión de gases contaminan­tes. El resultado también es previsible. En realidad, se espera con expectativ­as bajas que los debates sean circulares, las posiciones sean las mismas que en ediciones anteriores, empero el sentido de urgencia está más presente que nunca.

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