Los problemas en América Latina determinan elecciones Son los
mismos problemas buscando –nuevas o reeditadas– soluciones en América Latina los que explican las dinámicas políticas actuales. El triunfo de Lula en Brasil en las elecciones recientes también se inscribe en esta lógica de explicación; es decir que los problemas de desigualdad y pobreza (enfática pero no exclusivamente) han determinado que la mayor parte de la población electora buscara en un liderazgo que en el pasado dirigió al gobierno, las soluciones reeditadas para hacerle frente a los problemas complejos del presente.
El caso de Brasil puede ser representativo de cómo las políticas públicas generan incentivos y beneficios que las personas defienden a través del ejercicio de su derecho político fundamental de ejercer el voto para elegir gobernantes y representantes.
Este triunfo electoral de los partidos tradicionalmente vinculados a la izquierda, en conjunto con los triunfos de símiles en Argentina o Chile, ha colocado en una posición de franco entusiasmo a quienes asumen que este es un “giro a la izquierda” como el ocurrido en los primeros años de los 2000 en América Latina. En aquel entonces en muchos casos, por ejemplo, el venezolano, la llegada de líderes de izquierda fue el resultado de muchos factores, quizás uno de los más importantes fue la crisis del sistema de partidos que lucieron como una masa uniforme en la que los votantes no hallaban representados sus intereses. Algo hay de eso en los cambios políticos que tienen lugar en nuestros días. Es cierto que hay una crítica fuerte hacia los partidos y en general al sistema de representación en la región, empero, creo que hay evidencia de que la explicación del cambio puede estar más fincada en un análisis de problemas públicos.
La pobreza y la desigualdad prevalecen como el gran problema de las sociedades latinoamericanas. Al respecto, los programas y políticas públicas han tenido efectos marginales. Por eso, en una dinámica de revalorizar los esfuerzos institucionales del pasado, los gobiernos que medianamente generaron resultados positivos en la materia adquieren vigencia y relevancia política. En Brasil, cuando Lula dirigió el gobierno, se implementó una de las políticas de Transferencias Monetarias Condicionadas más grande, paradigmática y eficiente de la historia: Bolsa Familia. El programa logró que un buen porcentaje de las personas que vivían en situación de pobreza saliera de ella y, más importante, romper el ciclo intergeneracional de la pobreza. Con la llegada de Bolsonaro, con un discurso de ruptura con los proyectos de Lula, contradictoriamente las transferencias directas se mantuvieron. Encontró en la evidencia la fragilidad de su discurso.
Por eso, el anhelo de mejores condiciones de vida se refleja en los resultados de las elecciones. El caso de Brasil puede ser representativo de cómo las políticas públicas generan incentivos y beneficios que las personas defienden a través del ejercicio de su derecho político fundamental de ejercer el voto para elegir gobernantes y representantes. Por eso en la región –aunque parece vivirse un nuevo giro a la izquierda– lo que se demuestra es que los problemas públicos –sobre todo la desigualdad y la pobreza– determinan los resultados electorales o cómo las personas deciden el destino de su sufragio.
Más allá de que para muchos estos cambios políticos son esperanzadores o revitalizan el entusiasmo político, considero que es una llamada urgente en América Latina para que la clase políticas y las élites gobernantes gestionen mejor lo público, mejoren las instituciones e implementen políticas públicas basadas en evidencia para atender los problemas públicos. Si las sociedades latinoamericanas ya probaron liderazgos con orientación de derecha y de izquierda y su percepción persiste en el “nada cambia” entonces cuál es el escenario futuro. Ese es el escenario preocupante.