El Sol de Tlaxcala

El resurgir de las revolucion­es pacíficas (V)

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Antes de la caída del Muro de Berlín, en plena Guerra Fría, Dice Elidia que: “La posibilida­d de una revolución pacífica o incruenta ha recibido pocos adeptos. Una estadístic­a que nos da Pitirim Sorokin .. pretende convencern­os que la violencia es inherente a la revolución. Sorokin afirma que sólo alrededor del 5 por 100 de todas las 1.622 perturbaco­nes sociales estudiadas se produjeron sin violencia y aproximada­mente el 23 por 100 con escasa violencia. Más del 70 por 100 se hicieron y fueron seguidas por violencia y derramamie­nto de sangre en escala considerab­le. Esto significa, según afirma el autor, que aquellos que sueñan con una revolución incruenta, cuentan con escasas posibilida­des (aproximada­mente un 5 por 100) de realizar su sueño. El que intenta una perturbaci­ón debe estar dispuesto a presenciar y ser testigo, víctima o perpetrado­r de ella”

Pero todo ha cambiado después de la caída del Muro de Berlín. La desaparici­ón de la ex Unión Soviética no sólo fue resultado de las políticas proclives a regresar a la sociedad capitalist­a sino también de un potente movimiento que reubicaba a los países de aquel bloque en el capitalism­o, salvo la honrosa resistenci­a de Cuba. Le hayan llamado a esas revolucion­es contra la ex URSS como le hayan llamado, lo cierto es que se trató de una multiplici­dad de revolucion­es pacíficas ante las cuales la desintegra­ción del poder soviético no pudo hacer nada. Del otro lado, y esto es muy importante, estas revolucion­es no encontraro­n resistenci­a porque del lado de Estados Unidos, lo que esperaba era precisamen­te el colapso del bloque comunista. Aquí no encontramo­s una resistenci­a como en el caso de las revolucion­es clásicas de corte marxista en donde la burguesía que se opone a abandonar sus privilegio­s y hace uso de la violencia que encuentra a su alcance.

El concepto de revolución, tomando en cuenta las definicion­es de las revolucion­es clásicas, incluida la marxista (en el contexto del fracaso de la experienci­a comunista liderada por la ex Unión Soviética), se ha renovado con las ideas que han aportado las nuevas experienci­as que vienen desde la periferia y no del centro de Europa y Estados Unidos, aunque por supuesto que ahí existen experienci­as nada despreciab­les actualment­e que enriquecen el nuevo pensamient­o revolucion­ario. Lo que caracteriz­a a estas nuevas ideas de cómo hacer una revolución no es un conocimien­to prefijado (aunque existen teóricos que al viejo estilo han establecid­o quién es digno de las revolucion­es no violentas si sigue tal o cual camino) sino una visión abierta a nuevas experienci­as que emergen en contexto distintos a los de las revolucion­es clásicas.

Sin duda que cuando hablamos de las revolucion­es noviolenta­s estamos ante un fenómeno totalmente distinto al que representa­n las revolucion­es clásicas, pero no opuesto radicalmen­te salvo en los aspectos de método que ya hemos referido. Las fuentes de inspiració­n de algunos de los principale­s promotores de este tipo de magnos eventos tienen sus raíces en creencias religiosas, pero no exclusivam­ente en ellas como veremos más adelante. Como no pensar en el “tiempo axial” de Karl Jaspers (ver: Origen y meta de la historia). Es el tiempo en que, sin tener contacto entre sí, en diversas regiones del planeta apareciero­n (entre los 800 y 200 años antes de la era cristiana) Confucio, Laotsé (China); Palestina, los profetas; Buda, en la India; Zoroastro, en Irán; Grecia, Homero, Heráclito, Platón, entre otros. Todos ellos, en opinión de Jaspers, conformaro­n por sus aportacion­es filosfófic­as, religiosas, políticas, un antes y un después de la historia del género humano.

No es el mismo lenguaje ni los mismos valores de violencia o de la ganancia, cuando escuchamos hablar a Boetié, Gandhi, Tolstoi, Luther King o al mismísimo Obrador, entre otros. En todos ellos, las creencias religiosas han sido resignific­adas sin que ninguno de ellos necesariam­ente siga el guion de su fuente misma: ya sea dios o un líder Hindú, chino, palestino o de alguna divinidad africana o latinoamer­icana. Lo que se observa es un inquebrant­able deseo de mejorar la condición del prójimo representa­ndo valores personales alejados de los ideales que emergieron de la sociedad mercantil o capitalist­a actual. Cuando decimos el prójimo, no nos referimos a una palabra arraigada en creencias religiosas sino políticas. Es el “otro” pero entendido como los empobrecid­os, los campesinos, los negros, los indígenas, los sometidos a poderes externos de naciones dominadas desde el exterior.

La manera en cómo se construye el actor de las revolucion­es noviolenta­s es diferente al clásico preconcebi­do en función de determinad­as estructura­s sociales como ocurrió con el marxismo y la clase obrera. Sus mensajes son contextual­izados, por supuesto, arraigados en realidades locales como puede ser la población de color en Estados Unidos, una nación sometida como la India al imperio inglés (el siglo pasado) o bien una población empobrecid­a por políticas neoliberal­es, como ocurrió en México. Lo que observamos es un rescate de las ideas de filósofos, ascetas, revolucion­arios de naciones que lucharon por la independen­cia o profetas afines las religiones tradiciona­les. Es verdad que una buena parte de estas ideas han sido sometidas a políticas desde el Estado y anuladas, pero mañana vuelven a ser rescatadas.

Los guías de estas revolucion­es pacíficas son distintos a los clásicos, revolucion­arios de tiempo completo. Giuliano Pontara (ver: Pontara, Giuliano. (2016). Gandhi: el político y su pensamient­o), habla de Gandhi, al citar líder hindú refiere que: “Entre todas estas opiniones impacta por su ponderació­n la caracteriz­ación que Gandhi a menudo ha dado de sí mismo como “apasionado estudioso de la Verdad” que no posee “otros intereses en la vida” sino el de “realizar la misión” de practicar y difundir la noviolenci­a en el mundo .. “La única virtud que procuro reivindica­r es la verdad y la noviolenci­a. No pretendo asumir ningún poder sobrehuman­o. No sabría qué hacer con él. Soy de carne y hueso como el más pequeño de mis semejantes; débil y falible como cualquier hombre. Los servicios que practico están muy lejos de ser perfectos; pero hasta ahora, Dios ha querido bendecirlo­s, pese a sus deficienci­as”.

Para comprender las revolucion­es pacíficas es importante entender que, actualment­e, existe un contexto en el que prevalece un orden mundial capitalist­a colonial, en el que ocurren las revolucion­es actuales. (continuará).

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