El feminismo… y yo
Somos una sociedad patriarcal que aspira a ser igualitaria; empero, la paridad entre hombre y mujer debe todavía recorrer una larguísima ruta llena atavismos difíciles de superar. Las claves para alcanzarla están en el ámbito familiar, en la educación escolar y en la penalización severa a los transgresores de las leyes de equidad de género.
Estas reflexiones podrían parecer inapropiados apuntes de índole personal y, sí, amigo lector, admito que en cierto modo lo son. Me valgo de este recurso la cita autobiográfica para evocar la forma como se vivía el feminismo desde la perspectiva masculina en mi antiguo entorno familiar y social. El objetivo de este ejercicio es ir repasando con usted la evolución vivida por la compleja relación hombremujer a lo largo de medio siglo, invitándole a que haga su propio recorrido por lo que fue, y es, su personal circunstancia, valorando los cambios que detecte tanto en su persona como en su entorno. Puestos pues de acuerdo usted y yo, déjeme entonces que le cuente, cuando yo niño, cómo eran las cosas en casa de mis padres. Eran españoles, él diputado socialista y ella funcionaria de Hacienda, llegados a México en 1939 por distintas vías como refugiados, merced al acogimiento que fraternalmente brindó a 25 mil hombres y mujeres como ellos el presidente Lázaro Cárdenas. En ese ambiente de dura precariedad, común a todos los exilios, fue que nací, crecí, estudié, trabajé e hice mi propia familia, queriendo y respetando a esta tierra que abrió sus brazos generosos a los derrotados por el franquismo nazifascista, ofreciéndoles otra esperanzadora forma de vida. En ese ambiente de posguerra, de tristeza por los caídos y de nostalgia por los quedados, transcurrió mi niñez y mi juventud.
LA DISTRIBUCIÓN DE ROLES EN LA PROTECCIONISTA SOCIEDAD PATRIARCAL DE LOS ABUELOS
Conforme al ideal progresista por el que habían luchado en su patria, mis padres nos dieron la educación que, en aquel tiempo, se juzgaba más adecuada y justa. En ella, el género sólo hacía diferencias en el reparto de las tareas hogareñas: a mis hermanas tuve tres les tocaba colaborar en las labores domésticas de las que, a saber por qué, se exentaba a los hermanos varones éramos dos, yo el mayor de los cinco. El privilegio derivaba de un hecho que se asumía sin discusión: la autoridad, llegado el caso, correspondía ejercerla a los hombres… y a las mujeres acatarla. Esa práctica anunciaba los papeles que a cada género, llegados a la edad adulta, nos iba a tocar: a los hombres ser jefes de familia y a las mujeres, en el mejor de los casos, sus dignos complementos. A ellas se las respetaba y se las protegía; en ningún caso se las maltrataba ni se las violentaba; empero, la realidad indicaba con meridiana claridad que la igualdad entre hombre y mujer era una mera entelequia. Un punto más añado para ilustrar aquel status familiar: travesuras y faltas de conducta merecían, sí, regaños severos, pero nunca se empleaban correctivos que implicarán daño físico ni sicológico; se trataba sólo de llamados serios a la razón y la cordura. Eso sí, a todos por igual, hombres y mujeres, se nos exigía cumplir con la escuela, lo que junto con su ejemplo, fue la mejor herencia que nos dieron nuestros padres: el amor por el conocimiento que se tradujo, con el andar de los años, en cinco títulos universitarios.
LA GENERACIÓN DE EN MEDIO, PRECURSORA DEL HALLAZGO DE ATAJOS QUE LLEVARAN A LA INDEPENDENCIA DE LA MUJER
Aquella fue mi generación; después de ella hay dos más, y en algunos casos, incluso tres. Cuando a mi esposa y compañera de toda la vida nos tocó educar a las dos hijas que tenemos, los escenarios ya eran otros, muy diferentes a los que nosotros conocimos. Las opciones educativas para las mujeres se habían multiplicado y la permisividad en sus costumbres se transformaba con rapidez; empero, también sus riesgos crecían cuál si fuera ese el precio que debían pagar por gozar de menos restricciones. Los lugares para la población femenina fueron ampliándose en casi todos los ámbitos, pese a la reticencia de sectores masculinos que veían invadidas sus áreas de exclusividad, como aún ocurre en la Iglesia y las altas esferas empresariales. Poco a poco conquistaron puestos de trabajo, primero en atención a sus aptitudes y luego por un impositivo pero necesario sistema de cuotas, como aconteció en la política. El caso es que, de una u otra manera, se fue acelerando el proceso de integración a los espacios laborales de un sector injustamente marginado, el femenino, que representa ni más ni menos que la mitad de la población mundial.
LAS MUJERES POSMODERNAS, QUE SE ATREVIERON A TIRAR A LA BASURA LOS VIEJOS PREJUICIOS QUE HABÍAN HEREDADO
Y entonces, amigo lector, llegó la globalidad, borrando fronteras culturales y facilitando el trasiego de pensamientos novedosos. El planeta se hizo pequeño y más abierto; hoy la juventud, con el internet, se entera de todo lo que pasa en otras latitudes. Beneficiarias de ese trasiego de ideas y noticias han sido y son algunas de las más caras causas de la mujer; entre ellas cuento el derecho a decidir sobre su cuerpo v.gr. el aborto, la denuncia pública contra los abusadores el # me too, en castellano “yo también”, y la exigencia de una vida segura, sin desaparecidas ni muertas. En sintonía con otros países, la voz femenina en México se dejó oír, de modo tal que nadie podrá fingir que no se oye, por más que a sus marchas y pintas opongan murallas de acero. Mis tres nietos un hombre y dos mujeres forman parte de ese joven y combativo contingente que busca sentar las bases de una nueva forma de convivencia; en apoyo a su movimiento tienen un largo catálogo de razones para inconformarse con el legado que les hemos dejado. Mas no obstante sus evidentes avances y su voluntad de cambio, la lucha por una bien entendida igualdad de géneros todavía se plantea en términos de desventaja de la mujer respecto del hombre. Reconozcámoslo: en estas sociedades, en la mexicana particularmente, prevalecen criterios discriminatorios que se constituyen en barreras para el progreso de esas causas justas por las que luchan, no sólo las mujeres, sino también los varones sin complejos.